José Ortega y Gasset: Misión de la Universidad


Eduardo Blandón

Hace algunos años, en 1930 para ser exacto, apareció publicado por primera vez en la Revista de Occidente, el presente libro titulado «Misión de la Universidad». En éste, como puede fácilmente imaginarse, Ortega y Gasset ofrece una reflexión sobre lo que considera fundamental en la educación superior y, de paso, se abordan otros temas siempre relacionados al mundo de la academia.


Como se sabe, José Ortega y Gasset, nació en Madrid en 1883. Estudió el bachillerato con los jesuitas de Miraflores del Palo (Málaga). Se licenció en Filosofí­a y Letras por la Universidad de Madrid y se doctoró en 1904. Amplió sus estudios en las Universidades de Leipzig, Berlí­n y Marburgo. A los veintisiete años ganó la cátedra de Metafí­sica de la Universidad Central. En 1923 fundó la Revista de Occidente. De 1936 a 1945 anduvo por Francia, Holanda, Argentina y Portugal. En 1946 dio vida en Madrid a un Instituto de Humanidades y murió en Madrid el 18 de octubre de 1955.

Las obras escritas por el filósofo español fueron abundantes, baste mencionar algunas: La rebelión de las masas, Notas, El libro de las misiones, Ideas y creencias, Mocedades, El tema de nuestro tiempo, La caza y los toros, Velásquez, Goya, Entorno a Galileo, Meditación de la técnica, España invertebrada, Estudios sobre el amor, Espí­ritu de la letra, Meditaciones del «Quijote», Meditación del pueblo joven, El espectador, Historia como sistema, ¿Qué es filosofí­a? y el hombre y la gente.

José Ortega y Gasset quizá sea, junto a Miguel de Unamuno, el filósofo más insigne de su época. Contrario a Unamuno, sin embargo, es un escritor sistemático y quizá con una formación más ordenada y sólida. Su pluma refleja una facilidad fluida para la prosa, escribe de manera desbordante, generosa y con una claridad propia más bien de ensayista que de filósofo. Aunque escribió mucho, las obras quizá que fueron más celebradas por el público fueron «Meditaciones del Quijote», «La Rebelión de las masas» y «España invertebrada».

El aspecto central de su pensamiento es lo que él mismo llamó «el perspectivismo». Por ésta entiende Ortega, la condición de los seres humanos que viven siempre en un contexto, unas «circunstancias» que van a «definir» al hombre y van a ser de él lo que en lo más í­ntimo es en realidad. El ser humano es «él y sus circunstancias», no hay otra forma de ser que la de vivir en una realidad concreta. En este sentido quizá el discurso se parezca a lo afirmado por Heidegger con su explicación del «Da sein», el ser humano que vive como un «ser o estar ahí­».

Esta consideración de la «circunstancialidad» del ser humano es lo que conduce al pensamiento de que todo en el ser humano tiene un carácter de temporalidad. Así­, cuando se piensa en «la verdad», también debe situarse dentro del esquema del tiempo. Es decir, nada evita pensar que lo que hoy se considere como tal, el dí­a de mañana en realidad no lo sea. Pero aún y cuando hoy algo se consienta por todos como verdadero, dicha verdad puede ser (mañana) profundizada y penetrada y ésta puede ser entendida de mejor manera.

Lo mismo puede aplicarse al campo de los valores. No habrí­a, por esta razón, un valor único hoy y para siempre, sino que el ser humano puede ir descubriendo o ampliando el significado de los mismos valores. Es esta la dinamicidad en la que se encuentra el ser humano, un individuo que lo define la mutación y el cambio permanente.

Estos cambios van haciendo crecer al ser humano, superándose en la conquista de la verdad y en el conocimiento en general. Habrí­a, por tanto, desde esta perspectiva un progreso ilimitado, una confianza en el futuro del ser humano. Esto es caracterí­stico en una antropologí­a ortegueana.

Pero atenerse a las circunstancias no es un empirismo. No es para quedarse en ella (en la experiencia), sino situarla en su conjunto y superarla. Establecer claridad y sistema. Iluminar la realidad de la vida. Las estructuras de la realidad son históricas.

Este perspectivismo lo justifica Ortega con la convicción de que para conocerse í­ntimamente la realidad se tendrí­a que ser una especie de Dios. Los seres humanos no vemos, sino una parte de la realidad, por eso la importancia de que todos contribuyan en el develamiento de la realidad. Las personas apenas concebimos, vemos sólo una parte del todo. La verdad es la suma de las perspectivas.

Por otra parte, en Ortega es común hablar de la realidad como vida. En este sentido, quizá sea heredero de pensadores como Kierkegaard y Schopenhauer. Pero al mismo tiempo, es el padre (o mentor) de Zubiri. Hay en Ortega una fe en las posibilidades de la razón (una especie de racionalismo o racio-vitalismo) que lo conduce a la búsqueda incesante de la verdad.

Sin embargo, la razón se apoya en bases no racionales. La vida ya es razón: tiene su propia lógica. La vida es la realidad vital de la que surge la razón. Surge de la vida para responder a las preguntas vitales. La realidad es como un océano en la que hay una isla, esta es la razón.

Un aspecto interesante en el pensamiento de Ortega es lo relativo a la sociedad. El pensador español desdeña a lo que él singularmente llama «masa» en la medida en que esta carece habitualmente de cierta racionalidad. No es en la masa en donde mejor se puede encontrar la sensatez o el equilibrio, sino quizá en el pensamiento de cierta aristocracia, personas selectas que logran salir del (yo lo digo así­) rebaño. En la sociedad no hay racionalidad, dice Ortega.

Con respecto a su vitalismo se pueden subrayar algunas ideas que aparecen a lo largo de su reflexión antropológica. En primer lugar, debe decirse que vivir es lo que hacemos y nos pasa, por lo tanto, concluye, es una especie de gerundio. La vida es ejecutividad. En otra idea, Ortega sostiene que vivir es un saberse y comprenderse, es decir, hacer emerger a la conciencia lo que vivimos. Seguidamente, cree el pensador que vivir es decidirnos en nuestras circunstancias. Somos lo que no somos. El futuro forma parte de nuestra esencia. Por esta razón, continúa, vivir es libertad y fatalidad. Sin embargo, no se trata de una libertad absoluta, sino limitada por las circunstancias. Mis mismos proyectos me limitan. Por otra parte, la fatalidad consiste en la obligación de hacerme y elegirme con cada elección. Finalmente, Ortega afirma que vivir es una «pre-ocupación», es un problema.

En la lí­nea de lo dicho hasta ahora es que se puede situar el presente libro. Ortega y Gasset parte de la convicción de que hay que reformar la educación universitaria en virtud del paso del tiempo. Se debe responder a los nuevos desafí­os para no anquilosarse y educar para el futuro. El «aggiornamento» responde al convencimiento de un cierto rezago intelectual que, según él, padece la España y Europa de su tiempo.

El cambio en la institución universitaria debe ser pensado desde la propia realidad, aquí­ no vale la copia de modelos. El pensador español expresa su molestia frente a aquellos que se dejan embelezar por instituciones aparentemente exitosas, como las universidades alemanas o inglesas. El nacimiento de la nueva universidad debe ser producto de la reflexión propia para no poner en riesgo el futuro de la institución que se quiere corregir.

«Al imitar eludimos aquel esfuerzo creador de lucha con el problema que puede hacernos comprender el verdadero sentido y los lí­mites o defectos de la solución que imitamos. No importa que lleguemos a las mismas conclusiones y formas de otros paí­ses, lo importante es que lleguemos a ellas por nuestro pie, tras personal combate con la cuestión sustantiva misma (…). Aunque fuesen perfectas la segunda enseñanza inglesa y la Universidad alemana, serí­an intransferibles, porque ellas son sólo una porción de sí­ mismas. Su realidad í­ntegra es el paí­s que las creó y mantiene».

Un aspecto importante de la reforma universitaria lo constituye el cuidado por la selección de profesores. Hay que elegirlos buenos aunque no necesariamente sean ellos investigadores. El cientí­fico no necesariamente es buen profesor ni ama la docencia. Por tanto, concluye, no hay que confundir las cosas, debe ponerse a cada uno en su lugar: el cientí­fico que investigue, el profesor que enseñe.

Un aspecto de importancia superior lo constituye la formación de cultura general de los futuros profesionales. Por supuesto que hay que formar buenos médicos e ingenieros, pero sobre todo hay que formar el cerebro de esos estudiantes para que puedan ser crí­ticos y versátiles en muchos campos del saber. Una universidad que sólo se ufane en formar técnicos no comprende ni por asomo su verdadera misión.

«El carácter catastrófico de la situación presente europea se debe a que el inglés medio, el francés medio, el alemán medio son incultos, no poseen el sistema vital de ideas sobre el mundo y el hombre correspondientes al tiempo. Ese personaje medio es el nuevo bárbaro, retrasado con respecto a su época, arcaico y primitivo en comparación con la terrible actualidad y fecha de sus problemas. Este nuevo bárbaro es principalmente el profesional, más sabio que nunca, pero más inculto también -el ingeniero, el médico, el abogado, el cientí­fico-«.

En otro orden de ideas, Ortega afirma que debe formarse al profesional, pero la Universidad no debe insistir en la aspiración de formar cientí­ficos. Ser cientí­fico es otra cosa, dice. Lo que se necesita son peritos, profesionales, médicos y abogados que sepan de su profesión. No necesariamente investigadores. Eso de ser cientí­fico, explica, es cosa de vocación y, en consecuencia, de muy pocos.

«Es preciso separar la enseñanza profesional de la investigación cientí­fica y que ni en los profesores ni en los muchachos se confunda lo uno con lo otro, so pena de que, como ahora, lo uno dañe a lo otro. Sin duda el aprendizaje profesional incluye muy principalmente la recepción del contenido sistemático de no pocas ciencias. Pero se trata del contenido, no de la investigación que en él termina. En tesis general, el estudiante o aprendiz normal no es un aprendiz cientí­fico. El médico tiene que aprender a curar y, en cuanto médico, no tiene que aprender más».

El texto que ahora se presenta contiene otras reflexiones sobre la academia y la vida universitaria. Lo invita a que pueda usted también pueda profundizar en su lectura. Puede adquirir el libro en Librerí­a Loyola.