Por Juan B. Juárez
Los nombres con los que se designa a las corrientes artísticas usualmente no hacen justicia a lo verdaderamente esencial de un modo de expresión. Por ejemplo, el abstraccionismo no necesariamente se refiere al resultado de un proceso de abstracción ni a la metodología que deliberadamente se aplicaría para abstraer algo de lo concreto y llevarlo al nivel de lo conceptual o, en artes plásticas, a sus líneas esenciales. Es decir que tales nombres, si se toman literalmente como indicadores formales, generalmente inducen a una confusión o a un despropósito y el espectador termina buscando en los cuadros abstractos algo que no existe en ellos ni como referencia última y oculta de las formas ni como propósito consciente del artista creador.
Así, lo más frecuente es que los cuadros considerados abstractos no contengan una abstracción en el sentido lógico y gnoseológico del término y lo que en ellos se da es más bien la expresión de una especie de juego, libre y elemental, al que el artista se entrega con toda su lucidez, su sensibilidad y sus habilidades formativas. En ese sentido es el propio artista el que se abstrae de las circunstancias concretas en las que transita su vida -la realidad? para propiamente liberar su fantasía y su imaginación, entregadas ahora a los movimientos que les dicta su naturaleza.
Tal es el caso de buena parte de la obra de Jorge Félix (Guatemala, 1971) en la que se ha querido ver una abstracción del urbanismo de la ciudad de Guatemala. Tal interpretación se apoya en el dato de que el artista creció en el actual Centro Histórico y de que se vale de la geometría para crear sus deslumbrantes cuadros. El hecho de que sus cuadros sean deslumbrantes, sin embargo, es una pista segura de que no son una abstracción ni siquiera una metáfora de la retícula urbana, más bien opresiva y poco estimulante para la imaginación y los ejercicios líricos.
La obra de Jorge Félix se abre más fácilmente a la comprensión si se la considera como resultado de una actividad lúdica profunda que comparte con todo el género humano. Un ir y venir ?un desplazamiento rítmico?, en efecto, gobierna su geometría: destaca, señala, une, separa, organiza, articula, armoniza y contrasta áreas y colores. No hay en su actividad el propósito deliberado de crear formas sino que las formas geométricas que resultan de ella son como residuos aleatorios, como rastros que deja sobre el espacio el libre ir y venir de una línea librada a impulsos que, repito, no son geométricos sino lúdicos. Esas formas surgen como los gráficos de las constelaciones que los astrónomos trazan para unir estrellas y que sólo son osas mayores y carros de dioses por la fuerza de la imaginación poética.
En la obra de Jorge Félix se trata de un juego riguroso que tiene, como todo juego, sus propias reglas, así sean inconscientes y el artista no pueda formularlas verbalmente. Es más, la esencia del juego la constituyen las reglas; y del jugar, que es una actualización de las reglas, surge siempre una especie de orden que orienta el desplazamiento en el espacio del juego y que, cuando se juega con absoluta lucidez y entrega, transforma al movimiento en ritmo; ritmo cromático y geométrico que en el caso de los cuadros de Jorge Félix, abre ?¿o llena?? el espacio que se delimita en la actividad de jugar.
La esencia del juego también explica la fascinación que ejercen sobre el espectador los cuadros de este artista «abstracto». Y es que el juego no sólo implica a las reglas y a los jugadores sino también al espectador. De esta manera en el juego que se juega en los cuadros de Jorge Félix asiste ?está presente?, como parte esencial del juego, el espectador que, absorto en las peripecias del juego, se abstrae de las preocupaciones de la vida cotidiana.
En Guatemala, todavía polarizada en activismos y dogmatismos políticos, existe la tendencia a pasar por alto el aspecto lúdico como factor de la creación artística, y de allí que tradicionalmente no seamos capaces de ver ni comprender, mucho menos apreciar lo que de esencial humano se da en el mal llamado arte abstracto. De allí también lo extraño, estimulante y afirmativo que nos resulta el trabajo de Jorge Félix.