Juan B. Juárez
En días próximos en la galería El Túnel expondrá su obra el sorprendente joven quetzalteco Francisco José García (1977). La sorpresa viene de la renovación de un imaginario tradicional y del limpio manejo de una técnica difícil que no, obstante su juventud, el artista domina con solvencia y seguridad.
Además, con él se confirma la existencia y la vigencia de algo así como una tradición pictórica de Quetzaltenango que encuentra en su obra la continuidad expresiva de peculiares preocupaciones sociales y culturales y el cultivo de ciertas formas de vivencia y expresión que son propias de la región occidental del país.
La pertenencia a una tradición pictórica, en este caso la quetzalteca, no quiere decir que se adopte una manera de pintar sino más bien que uno se ha formado en un universo de preocupaciones compartidas que determina temas y sobre todo maneras de abordarlos y expresarlos.
Tal universo de preocupaciones profundas no es armónico ni tiende, por sí mismo, a la armonía, pero articula las contradicciones internas y lubrica los roces de la convivencia social de manera que los conflictos se acepten y se vivan como formando parte de la naturaleza y no dividan o inmovilicen la vida comunitaria. Los mecanismos de la tradición se instalan, pues, en el inconsciente de los individuos, y aunque están en la base de toda expresión sólo aparecen como dando forma y atmósfera a los productos de la imaginación y del lenguaje.
Sobre las exigencias propias de una técnica delicada y sutil como la acuarela, Francisco José García se impuso además la no menos difícil tarea de ser fiel a los sueños.
En su obra, en efecto, agua y sueño manan con naturalidad desde manantiales profundos y en su incesante fluir arrastran imágenes fugaces y alucinadas de color acuoso que flotan sobre la superficie porosa y absorbente, límpida e ilimitada, de una consciencia ideal, que es a la vez poética e intemporal.
Por obra del agua y del sueño todo en su obra es leve, ingrávido, flotante: el agua atenúa las violencias del color en la transparencia de una pareja intensidad emotiva y el sueño funde y concilia armoniosamente fragmentos contradictorios de imágenes naufragadas en tiempos y lugares diversos.
No se crea, sin embargo, que su obra sea el simple producto gratuito de un juego de habilidades técnicas y de accidentales intuiciones poéticas. Originario de la ciudad Quetzaltenango, abrupto laberinto de calles estremecidas por el viento, la historia y las tradiciones de razas antagónicas, Francisco José practica deliberadamente el sueño como una manera de buscarse a sí mismo en la conflictiva realidad humana, étnica y social bajo la cual transcurre su vida.
De allí el afán existencial de que su pintura sea fiel a esos sueños reveladores y, en consecuencia, la necesidad de crear un lenguaje plástico que pueda articular con naturalidad los contradictorios fragmentos históricos, culturales y geográficos que componen su imaginario fracturado.
Francisco José sabe que una vez traducidos a ese lenguaje pictórico tan penosamente construido, los sueños devienen en símbolos que pueden, como tales, ser contados e interpretados. Sin embargo, el registro pictórico de sus sueños no pretende ser un diagnóstico de la realidad social y cultural de Quetzaltenango y de Guatemala sino simplemente la lúcida y festiva expresión en clave poética de unos hallazgos en el camino de la búsqueda de su personal identidad.
Pero resulta muy significativo el hecho de que la comunicación estética que efectivamente logra con sus obras descanse en el fondo de sus sueños más íntimos, lo que sugiere que hay un sueño colectivo que quizás contenga la clave de la articulación coherente de los fragmentos que flotan a la deriva en la imaginación de cada quien, y una identidad colectiva -fracturada por el momento? de la cual todos, en sueños, participamos.