Paradójicas limitaciones


Un soldado estadounidense hace guardia en Baghdag. Esta mañana hubo tres explosiones que cobraron la vida de 19 personas. Foto Ali Yussef

La policí­a del petróleo iraquí­ va a pie por falta de combustible.


Apostados sobre las terceras reservas de petróleo del mundo, los guardias de oleoductos en el centro de Irak, dirigidos por el coronel Shakir Obeid, no pueden vigilar el sector a bordo de su todoterreno porque carecen de combustible.

Ví­ctimas de un embrollo polí­tico-administrativo entre los ministerios de Petróleo y del Interior, estos policí­as, encargados de proteger las arterias vitales de la economí­a iraquí­, patrullan a pie, perciben sueldos irrisorios, regresan a casa en auto-stop, y comen y beben de su bolsillo.

Ayer, en su cuartel general para la región centro de Jan Ruhbah, a 180 km al sur de Bagdad, aprovecharon la visita relámpago de dos generales estadounidenses para exponer sus problemas, con la esperanza de que intercedan en su favor ante el gobierno iraquí­.

«Por falta de combustible para el generador, no tuvimos electricidad durante cuatro meses. Tampoco radios», se lamenta el coronel Shakir Obeid.

«Para los 31 vehí­culos, disponemos de 20 litros por dí­a: no hay ni para ir de un puesto de guardia a otro», agrega.

Sus hombres perciben como sueldo «la mitad de lo que cobra un policí­a. Si esto continúa así­, los perderemos a todos: se irán al ejército o a la policí­a», advierte.

Hace seis meses, los 31 mil hombres de la policí­a del Petróleo pasaron al mando del ministerio del Interior. Pero el presupuesto no se fue con ellos, se quedó en manos de su dependencia de origen.

«Estos muchachos son ví­ctimas de una confusión de las responsabilidades entre los ministerios del Interior y del Petróleo», explica el general estadounidense Michael Oates, comandante de la región Centro. «No tienen agua potable, ni salarios correctos, se desplazan a sus expensas. Hay que arreglar esto», defiende.

A lo largo de los 210 km de oleoductos de los que es responsable el coronel Shakir, en el centro de Irak, hay 42 puestos, donde una decena de hombres montan una guardia esencialmente estática.

Uno de ellos se explica, bajo el anonimato: «Venimos aquí­ dos dí­as y volvemos a casa durante otros dos porque hay que ir a buscar la comida. Yo, en cuanto pueda, ingreso en la policí­a: allí­ cobran 700 dólares al mes, ¡el doble que yo! Y están cerca de su casa, no como aquí­, perdidos en medio del desierto».

El jefe de la policí­a del Petróleo, el general Hamid Abdalá, asegura que hace todo lo posible para desbloquear la situación, por ahora sin éxito.

«Me reuní­ con el primer ministro sobre este asunto el 3 de septiembre. Tomé fotos de las sórdidas cabañas en las que viven mis hombres. Se las enseñé a todos los responsables, pero nada ha cambiado. Y en cambio, ¡protegemos el principal recurso del paí­s!», se exclama el general.

Con unos ingresos petroleros de unos 600 millones de dólares semanales, garantizados por el oro negro que mana de los oleoductos, lo que falta no son recursos, subraya el general estadounidense Franck Helmick.

«Al ministerio del Interior se le ha asignado una misión, pero no ha recibido los medios para cumplirla. Hay mucho por hacer», asegura Helmick, que afirma que pedirá una reunión entre ambos ministerios para solucionar el problema.

«Bajo Saddam Hussein, era más simple», dice Helmick: «si un oleoducto se dañaba, enviaba a sus hombres al pueblo aledaño y mataba a todo el mundo. Así­, las tribus garantizaban la seguridad de las infraestructuras, para permanecer en vida», comenta, sarcástico.