El joven Medardo Vera, tan presumido como pobre, accedió a visitar la lujosa casa de unos compañeros suyos del prestigioso colegio en el que, gracias a una beca humanitaria, cursaba sus estudios.
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Como el muchacho se avergonzaba de su origen humilde, había inventado una serie de historias en las que se hacía aparecer como un rico heredero de una encumbrada familia.
Precisamente, estaba a mitad de una de esas mentiras cuando detuvo intempestivamente la narración; la empleada doméstica de esa vivienda se acercaba a él con evidentes intenciones de saludarlo.
Ella era su madre, quien con ese oficio sostenía el hogar, quien, cuando su hijo la ignoró como a una desconocida, tuvo que dirigirse a la cocina a llorar la ingratitud y la hipocresía de su propio vástago.
EL QUE SE AVERGíœENZA DE SU MADRE, NIEGA LO MíS SAGRADO.