Quizá un poco abusivamente me arrogo la representación de cientos de miles de guatemaltecos pobres, para expresar el agradecimiento a los 3,500 cooperantes cubanos de la salud, de los cuales 2,500 jóvenes médicos voluntarios, que han salvado la vida a 270 mil compatriotas de todas las edades durante los primeros 10 años de la presencia de esa brigada en Guatemala.
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Poco se puede agregar a la nota informativa que, firmada por el periodista Gabriel Herrera, publicó La Hora el pasado sábado 15, con motivo de haberse celebrado la primera década de las nobles, abnegadas y solidarias actividades que en beneficio de la salud y la vida misma de los guatemaltecos más desprotegidos, han desplegado técnicos, enfermeras y médicos de Cuba que se han sucedido en las áreas rurales más apartadas del país.
Actualmente trabajan 397 cooperantes de la brigada cubana en 17 departamentos de la República, incluyendo cinco centros oftalmológicos que han intervenido quirúrgicamente de la vista a más de 38 mil guatemaltecos.
Se escribe y lee muy fácilmente estas cantidades, como si nada más fuesen cifras que ocupan una abstracta colocación en las frías estadísticas; pero para los niños, mujeres, adultos y ancianos que ya se habían quedado ciegos o estaban a punto de perder la vista, es algo más que un número, sobre todo porque estaban abandonados a su suerte, sin ninguna posibilidad de volver a ver con todo su esplendor la belleza de un atardecer, el maravilloso color de las flores o el amado rostro de sus seres queridos.
Afortunadamente llegaron a Guatemala los oftalmólogos cubanos y pusieron en marcha la bien llamada «Operación Milagro», mediante la cual los guatemaltecos con problemas visuales reciben tratamiento médico y cuando es necesario los pacientes son trasladados a Cuba para ser operados de la vista.
Qué decir de los 270 mil guatemaltecos que salvaron la vida gracias a los esfuerzos de médicos cubanos que prestan sus servicios gratuitos en las más apartadas poblaciones y aldeas del territorio guatemalteco, hasta donde no funcionan centros o puestos de salud, mucho menos han instalados sus clínicas médicos guatemaltecos que ejercen su profesión privadamente, al amparo de las leyes del mercado.
Más que agradecidas estarán las 70,712 madres del interior del país que al momento de sus partos fueron atendidas por los cooperantes cubanos, reduciendo así al 6.8 por mil la tasa de mortalidad infantil donde esos médicos y enfermeras dedican su tiempo y conocimientos a favor de la gente más pobre de Guatemala, sin pasar por alto a 473 jóvenes guatemaltecos que realizaron sus estudios de medicina en Cuba y los 600 que actualmente disfrutan de becas en la isla caribeña.
Por todo eso y más ¡gracias, médicos cubanos1 ¡Que Dios los bendiga!
(En cierto sanatorio privado un cirujano de prestigio le pregunta al médico de Romualdo Tishudo: -¿Qué tiene ese paciente? El galeno replica: -¡Casi nada! Sólo Q800).