Vanessa Núñez Handal
Me colé entre andamios, alambres y polvo. Un sótano sin terminar, gradas aún sin pasamanos y un puñado de obreros moviéndose a prisa, porque el tiempo se les venía encima. Logré llegar gracias a las indicaciones de varios señores de traje oscuro, que portaban radios. Me encontraba felicitando a la dueña por tan bonito y amplio local, cuando lo vi pagando en la caja, barbudo, con el cabello cortado a rape y sus lentes redondos. Estaba comprando el que pensé sería el primer libro en venderse en ese nuevo local, donde los libros estaban a penas terminando de ser colocados en su sitio.
Días más tarde, tras un correo que envié con retrazo, me llegó en PDF la versión del nuevo libro de Eduardo Halfon: «El boxeador polaco» (Editorial Pre-textos, 2008), que tras su presentación en Ginebra y Madrid, fue presentado este miércoles 19 de noviembre en la nueva casa de Sophos (Plaza Fontabella), con la participación de Adolfo Méndez Vides, Luis Aceituno y el autor mismo.
Se trata pues de un libro breve, quizás sea de cuento, quizás de novela. Que sea el lector quien decida. Lo cierto es que en él se entremezclan historias ubicadas en lugares en principio irreconciliables como Tecpán, los campos de concentración en Auschwitz, una convención sobre Mark Twain en Durham (EEUU) o un bar bohemio en la Antigua Guatemala.
También en él hay cabida para culturas tan disímiles como la guatemalteca y la judía, la norteamericana y la polaca, y es impresionante cómo, de forma natural, el autor logra barajarlas hasta convertirlas en un ambiente que alberga con comodidad al personaje central (en caso de que considerarse esta obra como una novela).
Con estilo fresco, natural y hasta dulce, Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) nos narra a lo largo de las seis historias o capítulos que componen su más reciente obra, la historia de un frustrado maestro de literatura en una universidad privada en Guatemala, que cree percibir en uno de sus alumnos la luz que no encuentra en una docencia desmotivante. Un largo viaje hacia el interior de Guatemala, que acaba en nada, pero que se convierte en un paso más hacia aquello que quizás sólo la literatura pueda darnos. Porque «al escribir sabemos que hay algo muy importante que decir con respecto a la realidad, y que tenemos ese algo al alcance, allí no más, muy cerca, en la punta de la lengua, y que no debemos olvidarlo. Pero siempre, sin duda, lo olvidamos.» (pg. 104).
La inquietud docente del personaje lo lleva también a conocer personas estimulantes, que ven en la literatura una incitación para gozar de la vida, y no para complicarla en desvaríos academicistas, como es el caso de Joe Krupp (Twaineando).
El libro nos presenta, a su vez, intrincadas búsquedas a través de las letras, la música, el arte, o los recuerdos, en las que -pese a las abismales diferencias culturales entre las que el personaje se mueve y que a veces nos hacen pensar en la imposibilidad de reconciliación en un mundo tan disímil- descubrimos un cuestionamiento similar y una concierto casi necesario.
Los lugares, instituciones y situaciones y hasta personajes que vive y conviven con el protagonista, no dan lugar a equívoco: se trata de la Universidad Marroquín de Guatemala, de la carretera a Chimaltenango, los bares bohemios de la Antigua Guatemala con sus respectivos turistas estacionarios, y sin embargo la narración no llega a perder ese toque cosmopolita que ya caracteriza la obra de Halfon.
Y es que, como dice el mismo autor en su obra (pg. 102) «La literatura no es más que un buen truco, como el de un mago o un brujo, que hace a la realidad parecer entera, que crea la ilusión de que la realidad es una. O tal vez la literatura necesita construir una realidad destruyendo (…) es decir, destruyéndose a sí misma y luego construyéndose de nuevo a partir de sus propios escombros. O tal vez la literatura, como sostenía un viejo amigo de Brooklyn, no es más que el discurso atropellado y zigzagueante de un tartamudo.»
Un libro sin duda interesante, de estilo cuidado y sincero, que encierra situaciones y dudas cotidianas, pero que muy pocas veces nos planteamos, quizás por miedo, quizás por costumbre, pero que un día, al igual que al protagonista, sin duda nos tomarán por sorpresa.