El pasado martes 18 de noviembre la televisión y el diario vespertino La Hora reportaban que la ciudad capital de Guatemala había presenciado una multitudinaria manifestación de ciudadanos. Por las imágenes presenciadas, diría que se trataba de indígenas campesinos; hombres y mujeres. Es decir, personas que cargan encima ignominiosamente un doble y hasta triple estigma; el fondo de la olla social, los tontos útiles por virtud de su número e ingenuidad; el capital político, dicho en términos de voto obediente y no beligerante; la carne de cañón.
¿Qué hacían en la ciudad? Nada mejor que preguntarles, y eso fue lo que algunos medios de comunicación hicieron, y lo que yo mismo confirmé a través de personas que estuvieron presentes. Un amigo, profesional universitario y líder del movimiento maya se encontró con varios de sus paisanos en el centro de la ciudad y les preguntó qué hacían. «Venimos a apoyar… y a pasear», dijeron con cierta ingenua picardía. ¿Qué venían a apoyar? No estaba muy claro. Muchos de los entrevistados respondieron, palabras más palabras menos, que protestaban contra la pobreza, para vivir mejor, obtener ayuda del gobierno y en el caso de los maestros, para obtener mejoras en su sector.
Pocos dieron la respuesta precisa que se podía decir de muchas maneras: otorgar respaldo al Organismo Ejecutivo/Presidente para que se apruebe un aumento al presupuesto de 2009.
A la imprecisión en las respuestas y el desconcierto de los mismos manifestantes se unen ahora acusaciones documentadas de que la manifestación fue por acarreo, como se le llama a la vieja y mañosa práctica de organizar excursiones multitudinarias con promesas de recibir alimentación gratuita, ser tomados en cuenta si se consigue lo que se va a solicitar o simplemente cobrar deudas por bienes y servicios brindados, como si se tratara de favores del gobierno y no de su obligación constitucional. A la acusación de acarreo, que significa engaño y manipulación, se suman evidencias de que los gastos corrieron por cuenta del Ejecutivo. Ese es un delito llamado malversación de fondos.
Por un momento dejemos a un lado el asunto del acarreo y malversación de fondos públicos. Me preocupa que se cumpla la profecía del Ministro de Finanzas Públicas cuando advertía que de no aprobarse el presupuesto solicitado «se llegaría a una situación de ingobernabilidad». Creo que no quiso decir eso, sino estaba amenazando con movilizaciones públicas si el presupuesto solicitado no era aprobado. Me recordó a Efraín Ríos Montt, cuando previo al jueves negro dijo que «las cosas se podían salir de control».
Esta no es una homologación maliciosa, sino un llamado a la reflexión. En ambos casos, se pretende conseguir un objetivo a través de lanzar las masas a la calle. Y eso es precisamente lo que me preocupa.
Cualquiera que conozca medianamente la historia de Guatemala sabe que es práctica común infiltrar una manifestación de este tipo. Un solo disparo, una pedrada en una vitrina, un empujón brusco y todo aquello se vuelve un infierno. Si el gobierno realmente está luchando por los pobres, sabe que los enemigos son muchos y tienen suficiente capacidad para convertir una manifestación en una carnicería humana. Todo esto se presta, además, para continuar incubando la ingobernabilidad ¡desde el mismísimo seno del Estado! Esa es mi gran preocupación: que se siga utilizando a la población ignorante como arma de lucha política partidista, y nos sigamos acercando más y más a la condición de Estado Fallido por iniciativa del mismísimo Gobierno de la Esperanza. Nadie que actúe de esa manera puede hablar de solidaridad y justicia. Nadie que recurra a eso puede mantener su autoridad moral, hablar de juego limpio y esperar apoyo cuando verdaderamente lo necesite. El despliegue del martes 18 fue totalmente innecesario en cuanto a influenciar al Legislativo, un mal parido golpe mediático, un mal ejemplo para la oposición, pérdida de autoridad moral y un triunfo de la prepotencia contra la inteligencia.