Hijo mío, dices que no te quiero porque corregí tu mal proceder; entiende que no me gustaría verte precipitar por el terrible abismo de los vicios.
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Ponte a pensar en las largas noches que tuve que pasar a tu lado cuando eras bebé y estabas enfermo; no me importaba que el rostro se me llenara de arrugas por trasnochar; lo que deseaba era tu recuperación.
Qué decir del cuidado que debí tener para que no te lastimaras cuando empezabas a dar tus primeros pasos, te enseñé a tener confianza en ti mismo.
Si lloraste el día en que te dejé por primera vez en la escuela, más sentí yo al oírte, pedacito de amor, que me decías: ¡mamita, no me dejes aquí!
Me sentí orgullosa y, te lo confieso, también asustada, cuando escuché que tu voz se estaba poniendo ronca, Querido hijo, después de todo lo que te he dicho, ¿aún crees que no te amo?