60 años del movimiento Cobra


Un visitante observa la exhibición Cobra, que se presenta en el Museo Real de Bruselas.

Bruselas celebra el 60 aniversario del movimiento artí­stico Cobra con una gran exposición en la que puede observarse la potencia de este grupo de grandes pintores europeos, pioneros del espí­ritu del Mayo del 68 francés.


La escultura La exhibición Cobra inició la semana pasada.

Las 180 obras reunidas hasta el 15 de febrero en el Museo Real de Bellas Artes de Bruselas permite redescubrir a este movimiento poco conocido que sólo duró tres años, a pesar de que sus lí­deres -Corneille, Karel Appel, Asger Jorn y Michel Alechinsky- accedieron luego a la notoriedad internacional.

El nombre Cobra tiene su origen en el acrónimo de las ciudades de origen de sus artistas: Copenhague, Bruselas y Amsterdam.

Si el grupo Cobra estableció su cuartel general en Bruselas, su lanzamiento tuvo lugar en noviembre de 1948 en Parí­s, en el café del Hotel Notre-Dame, frente al rí­o Sena.

Sus seis creadores (el danés Asger Jorn, los belgas Christian Dotremont y Joseph Noiret, y los holandeses Constant, Karel Appel y Corneille) pasaban la mayor parte del tiempo en la que era conocida como la gran capital cultural, aunque ninguno de ellos fuese francés.

La exposición exhibe extractos de la revista Cobra, cuyos diez números publicados entre 1949 y 1951 muestran la ambición del movimiento, con frases chocantes del estilo «La estética es un tic de la civilización», «Quien niega la felicidad en la tierra, niega el arte», o «No hay gran pintura sin gran placer».

El parecido con los eslóganes de Mayo del 68 no tiene nada de casual, ya que Cobra se inspiraba de un «surrealismo revolucionario» a la vez anticapitalista y antiestalinista, incluso si pretendí­a ser una ruptura de esas ideas.

Más tarde, varios de sus fundadores participarán en la Internacional Situacionista, que preparará el terreno de los acontecimiento de Mayo.

Esa mezcla de ganas de vivir y onirismo puede observarse en las pinturas, esculturas y fotografí­as que ilustran la exposición.

Pero si como en toda nueva escuela la ruptura lleva las riendas del movimiento Cobra, ciertas influencias no pueden ocultarse.

El «Castillo de sueño» (1949), en manchas azules y amarillas, del danés Carl-Hening Pedersen se inscribe, al menos por su tí­tulo, en la tradición surrealista o freudiana.

El «Paisaje bajo la amenaza de tempestad» (1950) de su compatriota Henry Heerup recuerda el fauvismo o el expresionismo.

Con sus trazos rojos y verdes, «La gran zambullida» del belga Georges Collignon (1951), es cercana a la abstracción lí­rica.

Sin embargo, «El jefe tribal» (1951) del holandés Karel Appel manifiesta claramente la voluntad del grupo de romper con los códigos de la abstracción y fusionar el arte popular y primitivo, dibujos infaniles y automatismo.

Para los miembros de Cobra, habí­a que representar «la realidad completa» y no solo aquella visible de manera inmediata.

Otra marca de fábrica de Cobra eran sus obras «colectivas», que asocian un escritor y un pintor o dos pintores.

Sin embargo, este espí­ritu no impedirá que el grupo se disuelva en 1951 por cuestiones de rivalidad y amores, como explica la comisaria de la exposición Anne Adriaens.