Después de haber estado en las estadísticas como una de las ciudades más inseguras de El Salvador, Santa Tecla, a una decena de kilómetros de la capital, ha apostado por la cultura y la participación ciudadana para convertirse en uno de los municipios modélicos de América Central.
Participación ciudadana y cultura son los ingredientes fundamentales de la receta propuesta por el alcalde í“scar Ortiz para cambiarle la cara a este municipio de 175 mil habitantes, considerado entre los tres municipios más seguros del país actualmente.
«Hemos venido aplicando un conjunto de programas que contribuyen a ir creando un entorno más adecuado y factible para los niños y jóvenes y aquí entran todo el concepto enfoque cultural, deportivo, educativo, participativo y básicamente también el ordenamiento, la entidad del espacio público, etc.», dice Ortiz.
Una de las medidas más emblemáticas y quizá de mayor efecto adoptadas por este ex guerrillero del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) es la prohibición del porte de armas en la ciudad, una referencia para su implantación en todo el país a la luz de los resultados.
«Necesitamos una política nacional para atacar la violencia, pero que parta de un enfoque local», explica.
«Nuestro enfoque es trabajar desde la escala local un conjunto de políticas públicas, en las familias y la comunidad para intentar cambiar la manera de integrarse en dicha comunidad», dice el alcalde, que cuenta con un presupuesto de 13 millones de dólares al año, provenientes del sector privado, la cooperación descentralizada y la propia comunidad a través de los impuestos.
Semidestruida en el terremoto del 2001, Santa Tecla ha tenido la oportunidad de reinventarse, como ya lo han hecho otras ciudades latinoamericanas, notablemente Bogotá, en Colombia, uno de los referentes del equipo municipal.
Quizá, el símbolo de estas pretensiones es el Palacio Tecleño de la Cultura, un bello edificio de 1904 totalmente reconstruido con ayuda de la Junta de Andalucía de España, que aspira a convertirse en el «mayor referente metropolitano en el desarrollo de la cultura y las artes».
También ha recuperado cinco parques municipales, de los que sin duda el más emblemático es «El Cafetalón», un inmenso lugar que hace poco era pasto de la delincuencia y de la droga y hoy es un polideportivo a cielo abierto con piscinas, canchas de fútbol y tenis y sitio de encuentro para muchos tecleños.
Museo y librería municipal también se erigen mientras se proyecta hasta un parque acuático.
«Estamos conectados con un concepto distinto de cómo construir la cultura democrática desde abajo» y el cambio pasa por que la «gente piense que los buenos se han tomado ese lugar», apostilla.
«A nosotros nos ha funcionado. Hace cuatro años, éramos de los dieciocho municipios más violentos del país, y hoy estamos entre los tres más seguros», recuerda el alcalde.
La Fundación para el Desarrollo Local y el Fortalecimiento Municipal e Institucional de Centroamérica y el Caribe tiene a Santa Tecla como un modelo de lo que pueden conseguir las políticas «imaginativas» en una región donde la violencia urbana «es uno de los peores, sino el peor enemigo de la posibilidad de desarrollo de muchos pueblos».
«Mientras el ciudadano se atrinchera, se invita al hampa a campar por las calles» con la consiguiente pérdida de la noción del espacio público, asegura Manuel Rodríguez, coordinador político regional de la Fundación.
«Este es un ejemplo de cómo desde el municipio se trabaja por la paz», declara Rodríguez a la AFP, en una región donde la inseguridad, la mala calidad o la inexistencia de los servicios públicos y el tráfico convierten a las ciudades en pesadillas cotidianas para sus habitantes.