De Malí­ a Italia


Emigración. Imágenes de los emigrantes, que salen de la ciudad de Gao, en Mali, con destino a Italia, atravesando ífrica.

El todoterreno atraviesa el desierto de Malí­ con 25 africanos de 14 a 18 años a bordo, todos candidatos a emigrar de manera ilegal a Europa, pasando inicialmente por la frontera de Argelia, luego a Libia y finalmente la llegada soñada a las costas italianas.


Apiñados en el vehí­culo, los jóvenes acaban de abandonar la ciudad Malí­ de Gao (norte), situada a las puertas del desierto y conocida por ser uno de los puntos de salida y de tránsito de la migración clandestina del ífrica subsahariana hacia Europa.

Entre los ’viajeros’ hay muchos senegaleses y malí­es, pero también guineanos, nigerianos y liberianos vestidos sólo con algunos harapos.

Aunque el serpenteo del vehí­culo por el desierto y el viento levantan una gran polvareda, sólo dos de ellos se protegen con un pequeño pañuelo la nariz para no dañar sus pulmones y sus fosas nasales.

Antes de llegar a su destino, la ciudad Malí­ de In Hallil, en el norte, cerca de la frontera con Argelia, deberán recorrer cientos de kilómetros en estas penosas condiciones.

«Dios es quien nos salva. Sólo él nos salvará», comenta uno de los clandestinos, Nuru N’Diagne, senegalés de 14 años que como tantos sueña con El dorado europeo.

Después de 11 meses en la ciudad de Gao, este viaje es casi una obligación para Nuru. «No tenemos trabajo en ífrica. ¿Cómo vamos a quedarnos?», se pregunta.

Durante el trayecto, apenas algunas pausas en el desierto para orinar y fumarse un cigarro. Con el turbante en la cabeza, el conductor desciende del vehí­culo y enciende un pitillo, antes de reanudar el viaje, que conoce de memoria, lo que le sirve para evitar los puestos de control.

«Viajaremos toda la noche. Voy directamente a In Hallil. Si Dios quiere llegaremos a la frontera argelina antes del amanecer», afirma, seguro de sí­ mismo.

Junto a él está Samuel, de 18 años y pasaporte malí­, que guarda en su mano una pequeña cruz. «Soy cristiano y viajo con Cristo», explica.

A la derecha del vehí­culo otro clandestino saca un bidón de agua de un saco. «Hay que tener cuidado con el agua. Si en el desierto no tienes qué comer, no importa. Pero si no tienes agua, se acabó», recuerda el chófer.

Tras la pausa, con la sed calmada, el vehí­culo retoma el camino y el motor del todoterreno ruge de nuevo en medio del desierto.