Teme falta de dinero


Manoel de Oliveira, director portugués.

Pronto será centenario, fue galardonado con una Palma de Oro honorí­fica en el último Festival de Cannes, y sin embargo el portugués Manoel de Oliveira, decano de los cineastas en activo, teme la falta de dinero para hacer pelí­culas y está dispuesto a volver a filmar en las condiciones espartanas de su juventud.


«La financiación de mi próxima pelí­cula está garantizada, pero la que quiero hacer justo después, todaví­a no sé. Tengo miedo de encontrarme con problemas de financiación», declaró el director, en una entrevista concedida en Oporto (norte), la ciudad que lo vio nacer el 12 de diciembre de 1908.

Pero, asegura con mirada viva, protegida por sus gafas ligeramente oscuras, «aunque tenga dificultades para obtener dinero para mi próxima pelí­cula, no quiero dejar de filmar».

Y para seguir trabajando, el cineasta portugués, que ha rodado con los más grandes (Mastroianni, Deneuve, Piccoli, Malkovich…), está dispuesto a revivir las condiciones de rodaje de sus primeras pelí­culas.

«Lo hací­a todo yo solito: producción, dirección. Estaba detrás de la cámara, me ocupaba del sonido y de la imagen. Los actores los encontraba allí­ mismo. Transportaba todo lo necesario en una furgoneta: proyectores, cables, dos baterí­as de 24 voltios para la iluminación», recuerda.

«Puede que un dí­a me vea obligado a filmar de nuevo en esas condiciones si no consigo financiación», observa, ligeramente apoyado en un bastón que no parece necesitar.

El 23 de noviembre, a menos de tres semanas de ser centenario, Manoel de Oliveira arranca el rodaje de su próxima pelí­cula, «Singularidades de uma rapariga loira» (Singularidades de una jovencita rubia), adaptación de un cuento del gran novelista portugués Eí§a de Queiroz. Una pelí­cula que quiere tener lista para el Festival de Berlí­n, el próximo mes de febrero.

Y este bulí­mico inveterado ya está pensado en la siguiente, «O estranho caso de Angélica» (El extraño caso de Angélica), que le gustarí­a presentar en mayo en el Festival de Cannes. «No creo que me dé tiempo de hacer otra más para Venecia», en septiembre, dice con falsa decepción y amplia sonrisa.

Acerca de esta energí­a que parece en perpetuo aumento con el tiempo, Manoel de Oliveira responde: «No tengo ningún secreto. Es un capricho de la naturaleza, que decide y rige todo esto. Debemos respetarla».

En los últimos 20 años, el cineasta portugués ha dirigido otras tantas pelí­culas, a un promedio de una al año. Lo esencial de su obra la ha realizado con más de 60 años, después de la revolución del 25 de abril de 1974 que acabó con la dictadura salazarista.

Pero no olvida que debutó en la época del cine mudo, en 1931, con un documental sobre su ciudad natal titulado «Douro, faina fluvial». Cuando llegó el cine sonoro, Oliveira estaba en contra.

«Y no era el único», argumenta ahora. «Gente muy buena también se oponí­a. El cine mudo era un modo de expresión que se bastaba a sí­ mismo, autónomo», explica. «Dejaba de lado el aspecto literario y teatral para resaltar el aspecto fotográfico. Cuando el cine adquirió sonido, dejó de tener este aspecto utópico, esta dimensión de sueño -porque el sueño no tení­a sonidos ni palabras-, y se hizo mucho más realista».

Preguntado sobre el aumento de notoriedad y los homenajes que marcan su centésimo año de vida, Manoel de Oliveira, calificado a veces como «cineasta de cinéfilos», responde entre risas que «ciertamente se conoce más mi edad que mis pelí­culas». «Pero me siento feliz cuando se ven mis pelí­culas y se entiende lo que he querido decir. Nada resulta más gratificante».