Juan Alberto Sandoval Aldana
El siglo XIX fue una agitada centuria de cambios y marcados contrastes, cuyas consecuencias han llegado hasta nuestros días. En el ámbito religioso, con la invasión a Guatemala por parte del caudillo liberal Francisco Morazán en 1829, la situación se agrava y la Iglesia no queda exenta debido a que se procede a la confiscación de los bienes eclesiásticos, se desconoce al. Arzobispo y se ordena la expulsión de las órdenes y los principales líderes del partido conservador.
En esa temporalidad, la Iglesia guatemalteca subsistió al primer embate liberal del siglo que, además de atacar duramente sus principios doctrinales, generó un cuantioso despojo material que la debilitó como institución.
Con la llegada al poder del Partido Conservador en 1839, termina temporalmente la persecución, restaurándose las antiguas jerarquías y privilegios, situación que permitió el retorno de las instituciones religiosas, reanudándose las relaciones con la Santa Sede en 1852 por el Papa Pío IX y el Gobierno de Guatemala.
Cabe anotar que al abordar la historia de Centroamérica desde un punto de vista científico, encontramos que el papel desempeñado por el gobierno de Guatemala durante el llamado Régimen Conservador, a pesar de ser tildado de oscurantista y retrógrado por los pensadores liberales, en la actualidad debe reconocerse que este período de la historia de Guatemala no se ha estudiado a fondo. Debe aceptarse también que la última palabra al respecto, aún no se ha escrito. Durante la gestión del presidente Rafael Carrera se respetaron las creencias y tradiciones del pueblo rescatándose las organizaciones religiosas, entre las que se cuentan las antiguas cofradías penitenciales, pasionales y sacramentales conformadas por laicos, se plantearon ideas de libertad e igualdad política, se apoyó la formación moral y religiosa y se promovió la educación, aunque clerical y conservadora; se defendió además la autoridad constituida.
La apacible y monástica Nueva Guatemala de la Asunción, desde su asiento en el Valle de la Virgen en 1776, todos los días se amanecía con repiques de campana, olor a pino y quema de cohetillos por la celebración del santo del día en alguno de sus templos, de ellos, el Día del Rosario que se conmemora el 7 de octubre de cada año, tenía un esplendor inusitado.
Como toda fiesta de guardar, al estilo de las grandes celebraciones romanas se realizaban «las vísperas» durante los nueve días previos al día mayor, rezándose cuatro novenarios: el primero lo rezaban los artesanos a las cuatro de la mañana antes de iniciar sus labores; el segundo, los comerciantes antes de abrir sus almacenes a las ocho de la mañana; el tercer, a las diez de la mañana las damas prominentes de la sociedad novoguatemalense, y el último, las servidumbres de las casas señoriales a las cinco de la tarde, hora en que ya habían cumplido con los quehaceres de la casa.
Llegado el 7 de octubre, las solemnidades iniciaban a las tres de la madrugada con grandes fogarones conformados por piras ardientes en hatos de chiriviscos y numerosos vástagos de palo de ocote que ardían iluminando las calles aledañas al templo hasta la salida del sol.
La festividad del día se caracterizaba por el «Toque de Alba» y el rezo del Rosario de 15 Misterios a las cuatro de la mañana.
La solemnidad aumentó desde la firma del Concordato de 1852 con la Santa Sede, debido a que el gobierno honraba el protocolo enviando gran parte de la tropa que se destacaba hasta el atrio de la Iglesia dominicana revestida con uniforme de gran gala para asistir a la Santa Misa del mediodía, la cual se celebraba en la puerta, colocándose los soldados en batallones formados dentro de la plazoleta, haciendo honores a Cristo en la Eucaristía a la hora de la elevación con más libertad por encontrarse al aire libre, disparando salvas, conforme a la retórica militar que regía en ese tiempo.
También visitaba el templo ese día el gobierno municipal de la ciudad en pleno, por mandato propio y derecho de patronato que ostenta la Virgen del Rosario desde 1651.
Por la noche, para concluir los actos, después de la reserva del Santísimo Sacramento y del canto de la Salve a dos coros y en castellano, terminaba la solemnidad con la ya tradicional «Quema del diablo» frente al templo, entre luces de colores y otras pirotecnias apropiadas a la fiesta, quedando el demonio simbólicamente vencido por el Rosario de María en presencia de la concurrencia numerosa que a toda hora había llegado al recinto religioso a visitar al santísimo para ganar las indulgencias del Jubileo del Rosario a «Toties quoties», después de lo cual se quedaban a tomar batido caliente en jicaritas de barro para pasar el frío de la temporada y a degustar platillos y dulces de la época, los cuales se exponían a la venta en los alrededores del templo.
A partir del 30 de junio de 1871, con el ingreso triunfal del ejército liberal encabezado por Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios Auyón, después de lograr por la vía armada el derrocamiento del presidente de Guatemala, Mariscal Vicente Cerna, finaliza el período de la «pax conservadora», introduciéndose importantes reformas en la sociedad guatemalteca.
De nuevo el credo liberal arremete en contra de la religión católica al establecer nuevamente la separación entre la Iglesia y el Estado, situación que propició el extrañamiento del Arzobispo Don Bernardo Piñol Aycinena, obligándolo a salir del país entre protestas y severos pronunciamientos en contra de lo actuado por el supremo gobierno liberal que había quedado de forma interina en poder de Barrios Auyón, en ausencia del presidente Provisorio García Granados.
Por medio del Decreto No. 64 del 7 de junio de 1872 firmado por Barrios, las órdenes religiosas quedaron nuevamente extintas en Guatemala, incluyéndose entre ellas la Orden de Predicadores, siendo suprimidas simultáneamente y en consecuencia al referido decreto, todas las cofradías y hermandades masculinas y femeninas.
Por segunda vez, entró en vigencia la ley de libertad de cultos, puesta en práctica de forma contradictoria, por las acciones públicas contrarias y la malintencionada persecución a la Iglesia Católica y sus instituciones, lo que se evidenció al confiscársele sus bienes muebles y tesoros, sus conventos, casas y santuarios, los cuales fueron definidos como «Bienes de manos muertas».
Conforme a los últimos estudios efectuados por la fundación Asociación de Amigos del País, publicados en el «Diccionario de Historia de Guatemala», a la salida de los padres dominicos conducidos por el último Prior, fray José de Casamitjana, después de haber recibido el decreto de expulsión, en su viaje de retorno a la península, decidieron llevarse consigo lo que pudieron tomar del tesoro del templo de Santo Domingo, contándose entre las preciadas posesiones que salían al exilio para evitar el despojo, la imagen de la Virgen del Rosario, realizada en 1592 por los maestros plateros y orfebres Nicolás de Almayna, Lorenzo de Medina y Francisco Bozarraes, la cual quedó depositada a su llegada en la casa matriz dominicana en Barcelona, España.
Mientras tanto, en Guatemala, conforme a lo dispuesto por la suprema autoridad civil, toda ceremonia religiosa católica debía efectuarse en el interior de los templos, sin contar con sacerdotes que las presidieran, ante lo cual los vecinos mantuvieron firme y viva la llama de su fe, apoyándose en los laicos comprometidos y algunos religiosos que sin ser consagrados, ni usar hábito o distintivo externo alguno, permanecieron al tanto de los templos, cuyas sedes no fueron abandonadas del todo.
Entre ellos, Julián Raymundo Riveiro y Jacinto, que había llegado a Guatemala procedente de Cobán, Alta Verapaz para incorporarse al servicio de la Iglesia en el Convento Menor Dominico.
A los 23 años de edad, Riveiro alcanza la ordenación sacerdotal, siendo consagrado Presbítero el 31 de marzo de 1877 sin encontrar oposición en el gobierno del presidente Barrios que además ve con beneplácito su investidura y nombramiento, ese mismo año, como párroco del templo de Santo Domingo. Este dato pone en evidencia el favor del que gozaba la familia del nuevo sacerdote en los círculos políticos que ostentaban el poder en esa época, desvaneciéndose de esta forma, la dudosa atribución de algunos biógrafos del padre Riveiro que lo referían como un humilde barrendero y mandadero de Justo Rufino Barrios antes de que este ejerciera el poder.
Durante 37 años de su vida, el padre Riveiro se dedicó al rescate y difusión de la devoción del Rosario. Durante uno de sus viajes a Europa, previo a ordenarse, observa que las festividades del Triunfo del Rosario se prolongaban por un mes, por lo que gestiona ante el Pontífice León XIII, defensor e impulsor del Rosario (escribió 10 encíclicas dedicadas a esta devoción), para que se instituya la celebración en la Iglesia de Santo Domingo de Guatemala con el nombre de Ejercicio piadoso de la devoción del Mes de Octubre o Mes del Rosario, con meditación propia para cada día escrita por el padre Riveiro, para ejercitarse después de la novena de la festividad, recibiéndose la autorizándose oficializándose en el año de 1888.
No obstante lo anterior, el fraile dominico Miguel Fernández Concha, en su manuscrito inédito «Liber Aureus» fechado en 1906, afirma que «En el año de 1877 el mismo padre Riveiro comenzó a celebrar el mes de octubre dedicado a Ntra. Sra. Del Rosario, aumentándose la pompa de año en año».
La devoción debió de haberse extendido de forma paralela desde ese mismo año hasta las ciudades en donde existe Cofradía del Rosario canónicamente establecida, siendo éstas la Iglesia del Espíritu Santo en Quetzaltenango, iglesia de la Merced en La Antigua Guatemala, y la Iglesia de San Juan Bautista en Amatitlán.
Fundó varias asociaciones en Santo Domingo, entre ellas las Asociaciones del Rosario Perpetuo y Rosario Viviente, contando cada una con su himno, siendo escritos los versos del Himno del Rosario Perpetuo por el Padre Federico Virto y las estrofas del Himno de las Guardias por Juan Fermín y Aycinena. La música de ambas piezas fue escrita por el maestro Alfonso Méndez.
Conforme a lo expresado en el citado «Diccionario de Historia de Guatemala», en su primera edición le correspondió al padre Riveiro y Jacinto en 1890 traer de vuelta la imagen de Nuestra Señora del Rosario junto a otros bienes muebles del convento, recibiéndola de manos del mismo padre José de Casamitjana en Barcelona, pasando a ocupar nuevamente en alto trono, un sitio especial en la Iglesia de Santo Domingo de Guatemala.
A finales del siglo XIX, la forma primitiva en que se celebró el mes del Rosario desde 1877, descrita por el padre Fernández Concha en el manuscrito de su autoría preparado para la conmemoración del primer centenario del templo de Santo Domingo, la podemos conocer, detallada de la forma siguiente: «durante el mes de octubre dedicado a la virgen del Rosario, conforme a lo dispuesto por el mismo Padre Riveiro, Los dos primeros domingos le correspondían a la Cofradía del Rosario, el tercer domingo le correspondía a los Celadores del Rosario Viviente, el cuarto domingo a las Guardias del Rosario Perpetuo. En cada domingo había procesión solemne integrando su «corpus» estructural, abriendo el cortejo la Cruz alta Parroquial y ciriales, le seguían en su orden el Pabellón de la Iglesia, Estandarte de Santa Imelda, Estandarte del Santo Entierro, Pabellón de la Hermandad del Rosario, Estandarte de la Milicia Angelical, Pabellón de Lepanto, Estandarte del Dulce Nombre de Jesús, Pabellones de los Misterios Gozosos, Dolorosos y Gloriosos, cada uno con los estandartes de los 5 Misterios totalizando 15, Pabellón del Rosario Viviente, Estandarte de Plata de la Cofradía del Rosario, Pabellón del Rosario Perpetuo, Estandarte de Plata de la Orden de Predicadores, Pabellón del Sagrado Corazón de Jesús, Pabellón de las Celadoras del Rosario Viviente, de dos en fondo, los Jefes del Rosario Perpetuo, les seguía en andas una Imagen de la Virgen María, Preste y grupo de música. El 1º. de noviembre, Festividad de Todos los Santos, se verificaba la conclusión del mes, después de la procesión y misa se hacía un «Triunfo de la Sagrada Eucaristía» a los ecos de la marcha real «La Granadera» bajo las bóvedas del templo, precedida de multitud de pabellones y bajo palio se llevaba al Augusto Sacramento formándole valla, vela en mano los Jefes del Rosario Perpetuo, las Celadoras del Rosario Viviente y los Guardias del Rosario Perpetuo, al compás del repique recorrían las naves del templo. Al llegar al Altar mayor todas las banderas y pabellones se colocaban en el suelo de la nave central para formar una alfombra sobre la cual pasaba el celebrante, llevando en sus manos el riquísimo ostensorio con la Sagrada Forma, bendiciendo a los presentes que cantaban la Salve, previo al «toque de muerto» que se hacía con la campana denominada «Del Rosario» fundida en 1747. Después de más de 130 años consecutivos, por primera vez el mes del Rosario concluirá en la casa matriz dominicana de Guatemala hasta el 8 de noviembre 2008, por conmemorarse los 200 años de la inauguración y apertura al culto del Templo de Santo Domingo, actualmente Basílica Menor de Nuestra Señora del Rosario.