Gabriel Morales Castellanos
El domingo 7 de octubre de 1571, los ejércitos católicos de Europa vencían a los musulmanes en la que se llamó la batalla de Lepanto, y en rememoración de este triunfo bélico, San Pío V instituye la celebración en 1573, llamándosele en un principio «Santa María de la Victoria», conforme lo indican Mario Sgarbossa y Luis Giovannini en su obra «Un Santo para cada día».
El Papa Clemente XI en 1716 trasladó la fiesta para el primer domingo de octubre, y luego en 1913 San Pío X fijó la fecha el 7 de octubre, en la que actualmente se continúa celebrando, según lo refiere Tomás Parra Sánchez en el «Diccionario de los Santos; historia, atributos y devoción popular».
En Guatemala en general, la advocación del Rosario se ha convertido en una de las devociones marianas de más arraigo dentro de la población y feligresía católica, a partir en primer lugar del rezo de la plegaria del rosario, utilizando para ello la camándula.
Refiere la leyenda que la Santísima Virgen se le aparece a Santo Domingo, indicándole que el rezo del Rosario es una eficaz arma para derrotar la herejía albigense, naciendo así esta devoción, la cual tiene el significado de una corona de rosas que se ofrece a la Virgen María.
Entre las diversas devociones marianas dedicadas a la Santísima Virgen del Rosario, están las procesiones que en octubre se realizan como parte de estos festejos, en muchas localidades del país, especialmente en aquellos que durante la época de la dominación hispánica fueron administrados religiosamente por los frailes de la orden de predicadores de Santo Domingo de Guzmán.
El artículo que en esta oportunidad escribo es con relación a lo últimamente indicado, en San Juan Sacatepéquez en el departamento de Guatemala, localidad que durante la época de la Colonia fuera administrado por los religiosos dominicos, estableciendo cuatro cofradías integradas por indígenas, entre ellas la de la Santísima Virgen del Rosario.
Hace algunos años tuve la especial oportunidad de fotografiar el anda procesional de la Virgen del Rosario de la iglesia parroquial de San Juan Bautista de esa cabecera municipal, en su cortejo el primer domingo de octubre en horas de la mañana, como es tradición de cada año, siendo la misma organizada y realizada por su ancestral cofradía.
Digo que tuve la suerte, porque nunca más volvió a ornamentarse con plumas de pavo real y de guacamaya, siendo por lo tanto esta fotografía un documento que nos muestra visualmente una forma que existió de decorar un mueble para cortejos procesionales.
Mi niñez y juventud transcurrió en ese lindo espacio urbano del departamento de Guatemala, y vi por años cómo mi santo patrono San Juan Bautista en su cortejo del 24 de junio, y la Virgen del Rosario el primer domingo de octubre, eran procesionados en las calles del pueblo, ornamentadas sus andas con los llamados plumeros en esta localidad, y tronos en otras regiones del país.
Mis padres y otros familiares que me han antecedido en la vida, al igual que muchos habitantes adultos de la localidad, son testigos visuales de esta particular y peculiar forma de ornamentar a San Juan Bautista y la Santísima Virgen del Rosario en el varias veces centenario San Juan Sacatepéquez.
Ellos me han contado que siempre los vieron, año tras año, salir de la iglesia en ese arco y andamiaje particular; hoy esto se ha perdido por diversas circunstancias como tantos otros aspectos de nuestras tradiciones culturales, sin que el Ministerio de Cultura realice acciones por conservarlas, registrarlas, estudiarlas y divulgar las investigaciones realizadas.
Ornamentar con plumas de pavo real y guacamaya las andas procesionales de santos patronos de cofradías, no es un patrimonio cultural tangible exclusivo del grupo étnico cultural kaqchikel de San Juan Sacatepéquez; he tenido la oportunidad de ver y documentar fotográficamente varios plumeros en otras poblaciones del país, tanto kaqchikeles, k»iche»s, achi»es y tz»utuhiles, y a la vez me he interesado de alguna manera en estudiarlas.
Estas andas procesionales ornamentadas con plumas, que aún hoy día podemos observar en otros lugares del país, tienen su origen en los muebles prehispánicos conocidos en la actualidad como palanquines, y de los cuales se sabe de su existencia por los «graffitis» realizados en las paredes de varios edificios por los indígenas que habitaron las ciudades prehispánicas mayas.
En los palanquines, eran transportados los gobernantes mayas, muebles cargados por varias personas, en los cuales se puede apreciar esquematizadamente la presencia de plumeros, siendo uno de los mejor elaborados y con una enorme carga iconográfica y a la vez con una marcada erudición, el bajorrelieve conmemorativo realizado en madera para el gobernante Garra de Jaguar, del cual puede apreciarse una copia en el Museo Nacional de Arqueología y Etnología en la ciudad de la Nueva Guatemala de la Asunción.
Recordemos que el vestirse con verdes plumas de quetzal era un atributo de los gobernantes; para ellos, se elaboraron fastuosas capas y espectaculares penachos, que combinaban con las simbólicas pieles de jaguar y completaban su ajuar con pectorales, muñequeras y tobilleras elaboradas con verde jade, como los muestra el ataviado gobernante Cinco Ave Muam en la pintura mural de Bonampak.
Este rasgo cultural de la ornamentación con plumas del período clásico de la cultura maya, continúa en el período posclásico y al momento de la conquista bélica, como lo indican varios textos indígenas escritos en el siglo XVI, e igualmente las páginas de los cronistas y viajeros que estuvieron en el reino de Guatemala durante la época de la dominación hispánica.
Algunos gobernantes de las sociedades prehispánicas murieron violentamente en el momento bélico de la conquista; otros sacrificados y quemados posteriormente, y la tradición cultural de ser transportados en andas feneció para ellos, y sus descendientes que conformaron la nobleza indígena en la época colonial ya no tuvieron ese privilegio.
Sin embargo la tradición de elaborar estas andas no concluyó; el espacio de los gobernantes prehispánicos fue ocupado por los santos patronos de cofradías indígenas, que como instituciones europeas fueron trasladadas a Guatemala, iniciando su presencia en el siglo XVI.
El uso ornamental con plumas fue un rasgo cultural prehispánico, que en el momento de la época de la dominación hispánica fue apreciado y valorado por los religiosos de las dos órdenes que se dividieron el territorio de lo que hoy es Guatemala en el proceso de evangelización, y por eso no desapareció, continuó su uso en los siglos XVII y XVIII, y posteriormente en la vida independiente y republicana, y ha llegado a nosotros hasta hoy día en los primeros ocho años del siglo XXI.
Del uso ornamental de las plumas escriben el cronista de la orden de frailes menores de San Francisco; fray Francisco Vásquez, igualmente el cronista de la orden de predicadores de Santo Domingo de Guzmán; fray Francisco Ximénez, así mismo el fraile dominico Tomás Gage, de igual manera se refieren a esta tradición el cronista y sacerdote secular Domingo Juárros y el criollo Antonio de Fuentes y Guzmán.
No cabe duda que ésta es una tradición que celosamente ha ido pasando de generación en generación en los mayordomos de estas instituciones coloniales, tanto así que de la misma manera las insignias de cofradías en San Juan se ornamentan con plumas a manera de pequeños arcos.
Las imágenes escultóricas y también pictóricas de la Iglesia Católica, llegaron a ocupar los espacios de los gobernantes prehispánicos en las andas procesionales, pero gracias a ello, en pleno siglo XXI somos testigos de una tradición que surgió en los momentos mas tempranos de la sociedad maya.
Asimismo, se conserva la presencia de danzantes, acompañados con la música de atabales, como lo indica en su crónica fray Francisco Ximénez, con la variante que hoy día danzan antecediendo a la imagen de la Santísima Virgen en su procesión los llamados «moros» por la población, siendo exactamente uno o dos grupos que realizan la danza nahualística del torito, acompañados respectivamente de una marimba simple, así como otro grupo de danzantes, en este caso dos parejas de gigantes con su conjunto de marimba.
Los palanquines que anteriormente se ornamentaron con plumas de quetzal, hoy como plumeros o tronos se adornan con plumas del ave asiática conocida como pavo real, del macho específicamente, en donde se logra que no se pierda el color verde asociado a la nobleza, a la vez con las plumas rojas de la guacamaya que simbolizan el fuego y el sol.
Hemos llegado al final del presente artículo, esperando haber cumplido con nuestro objetivo de dejar un testimonio escrito de lo que pudimos observar durante años, en relación a la ornamentación con plumas del anda de la Santísima Virgen del Rosario en San Juan Sacatepéquez, como algo que existió como tradición y hoy ya desapareció, esto le daba una personalidad única y muy especial a este cortejo en comparación de otras procesiones en el país, dedicadas a la Santísima Virgen del Rosario.