Julio Donis C.
La crisis del sistema financiero global tiene tal tamaño, que en general no se es capaz de dimensionar hasta dónde llegará y por qué se habla por doquier de una suerte de apocalipsis mundial. Este hecho ofrece una oportunidad única de presenciar un cambio de envergadura histórica y temporal. Del año 2008 se comentará dentro de 50 años o más en los registros históricos, como el año en que la depresión hizo cambiar el rumbo del sistema capitalista y sus implicaciones para la humanidad. Se leerá crisis, depresión, quiebra del sistema, así como hoy leemos sobre la gran depresión de los años 30 en los albores del siglo XX.
La complejidad de este hecho no es para nada menor, y lo mejor que se puede hacer es asumir que el mundo ha cambiado y no volverá a ser el mismo. Es imposible hacer regresar una flecha que ha sido disparada, pues no regresará jamás. De la misma forma lo sucedido este año es parte de un proceso que hay que desconstruir porque no es el final sino un gran punto de inflexión. Sabemos que la tierra es redonda pero no somos concientes de ello porque la relación de esa noción respecto del tamaño de la Tierra es muy grande. De la misma manera, la vida de cada uno de los habitantes de este planeta será influenciada por este oleaje del tsunami financiero tarde o temprano, sin embargo, en la cotidianidad no lo vemos o percibimos, solo lo leemos y lo vemos en los medios de comunicación masiva y por lo tanto presentimos que algo grande está sucediendo.
El quebranto que se anuncia es severo y lo más seguro es que como mínimo asumirá expresiones de una inflación fuerte con alza de precios al consumo. El hecho es trascendental porque están ocurriendo cuestionamientos a los valores establecidos que forman parte de un modelo, que se ha asentado por mucho tiempo. En este orden por ejemplo el american dream, se ha vuelto una realidad compleja más parecida a una pesadilla. Para ser más ilustrativo, el consumidor medio norteamericano verá cuestionado y mermado el valor del consumo como forma existencial, el valor del crédito ha caído en descrédito. Ya no será tan fácil entrar a un mall con un plástico y salir con una pantalla plana de plasma del tamaño de la pared, porque el consumo basado en el crédito está sustentado, hoy por hoy, en el aire.
Para remarcar un poco más en la necesidad de comprender las razones y las dimensiones de esta depresión del sistema financiero, que es una ruptura global, es importante reconocer que la noción de la misma no se percibe igual en el eje de las economías centrales, que en las periféricas. De esta forma el ciudadano consumidor medio de Estados Unidos, el de los malls, está percibiendo ya una situación de pánico y temor fielmente anunciada por los medios de comunicación masiva, similar al sentimiento de desamparo y desconcierto sufrido el 11 de septiembre. La diferencia es que esta vez las evidencias develan poco a poco que el daño es auto-infringido y son de estructura, y al mismo tiempo son subsecuentes al propio proceso de expansión capitalista.
Lo anterior sirve de contexto para decir que así como el cambio social no es lineal sino complejo y de proceso, el descalabro que están viviendo instituciones financieras mundiales, como expresión inicial de una significativa depresión del modelo de producción capitalista, es sobre todo de proceso, es histórico y es de plazos específicos. Así como el ocaso permite la llegada de la noche, así la misma da pie a la madrugada que permite el alba y la llegada de la luz del día, esto es un ciclo que se ajusta para comprender que el abordaje es dinámico, y no se acaba todo sino que hay un punto de cambio estructural en el modelo.
Esto significa asumir que el desarrollo del sistema capitalista no empezó ayer sino cientos de años atrás, y como parte de dicha evolución la estrategia ha sido la expansión global, para lo cual ha sido imprescindible el impulso de una posición hegemónica que difunda la idea de la riqueza derramada para todos a través del mercado. Este papel lo tuvo por mucho tiempo al que conocemos hoy como Inglaterra; su estrategia se valió del dominio de los mares para expandirse. Hoy día la hegemonía la tiene Estados Unidos.
Lo que trato de exponer es que el momento que se vive es parte de un ciclo. Dicha propuesta está bien desarrollada por Inmanuel Wallerstein a partir de su concepto economía-mundo y sistema-mundo. En la proposición wallersteiniana, lo que he venido describiendo se apoya en la idea de los ciclos temporales, que los hay de orden hegemónico con una duración amplia, y los llamados ciclos de Kondratief, de una duración relativamente más corta con una extensión de 50 a 60 años. La utilidad de los primeros, por ejemplo, es para connotar la hegemonía de una actividad de la economía sobre otras.
De esta forma, la imposición de la economía financiera global sobre otros ámbitos de la economía como la industria o el comercio, distingue una diferencia en el análisis del desarrollo del sistema capitalista. Los ciclos de Kondratieff, llamados así por el economista ruso que a finales de siglo XIX y principios del XX propuso que la economía y los negocios tiene fluctuaciones cíclicas, suceden dentro de los hegemónicos y son ondulares. La extensión de dicha onda tiene puntos álgidos y puntos de inflexión. Unos son característicos por índices altos de productividad y los puntos de descenso denotan caídas en el sistema, como la observada al inicio de los 70 con índices de ganancia a la baja. La reposición de una depresión se suele hacer con la innovación tecnológica aplicada a la productividad masiva, desde una lógica del monopolio y así sucesivamente.
Sin embargo, anota Wallerstein, la periodicidad del comportamiento ondulatorio de caída y reposición del sistema corre el riesgo de perder el equilibrio por los elementos estructurales del mismo de acuerdo a su naturaleza dinámica ascendente o progresiva. En pocas palabras, este pavor mundial no es porque el sistema esté mal diseñado, sino porque ha funcionado demasiado bien en la esencia de su naturaleza, como es, la acumulación de ganancias sobre la base de la producción casi siempre monopólica, llevando las máquinas a su límite máximo de actividad. Si esto es así, la hegemonía actual se perderá en una noche oscura, dejando solo una madrugada para decidir o inventar cual será el nuevo sistema.
Julio Donis.