Juan B. Juárez
El 1 de octubre fue inaugurada la primera exposición personal del pintor í“scar Porras (Guatemala, 1985) en el Centro Cultural El Encuentro del Centro Cívico. Para un joven autodidacto que se ha fajado no sólo para aprender algunos secretos de la técnica con base en la observación y la experimentación y, sobre todo, para vencer el escepticismo y la hostilidad del medio contra todo aquello que parezca talento, individualidad y determinación, el mero hecho de exponer su trabajo es meritorio. Si a ello agregamos el tino de no apostar por los colores fuertes y estridentes ni a los temas escandalosos y controversiales -con los que usualmente se identifican los jóvenes que pretenden marcar una ruptura y atraer las imaginarias luces del éxito fácil-, se tiene que reconocer su actitud de madurez quizá excepcional y, sin duda, una sensibilidad especial para captar, entre el barullo de novedades, lo esencial y permanente de la condición humana.
Con esa inusual sobriedad, su obra muestra una total conjunción entre un contenido de religiosa intuición y una forma que expresa al mismo tiempo un asombro íntimo y una especie de respeto profundo ante lo sagrado, en el sentido en que sencillamente no es profano: el milagro de la vida. Así, hundidas en las misteriosas profundidades del origen, las imágenes de í“scar Porras ejercen la fascinación de un relato mítico: por un lado sacian la necesidad existencial de encontrar un sentido al milagro cotidiano y, por otro, señalan la impenetrabilidad de ese otro orden del mundo en el que lo racional y lo lógico simplemente no tienen vigencia. Tal vez por ello su pintura tiene el carácter de una revelación súbita, abrupta e inasible que se da mientras soñamos, o bien durante un estado de inspiración poética o de éxtasis religioso.
El carácter de explicación mítica que tiene su pintura es, sin embargo, el resultado paradójico de una indagación puesta en marcha por una actitud existencial motivada por una curiosidad que es, a la vez, ingenua y racional: ver qué hay detrás y adentro de la vida. De allí, esa especie de radiografías que muestran la mecánica de los ángeles, las palpitaciones del amor, el cordón umbilical que nos une al misterio, la propia muerte en las entrañas de la vida. Y también el carácter de prohibido que tienen esas indagaciones primordiales, el carácter hermético de esos misterios vitales y la secuela de angustias que se derivan de profanar el terreno sacro de esa sementera arquetípica.
De manera, pues, que la pintura de í“scar Porras no es el terreno donde se libera la imaginación. Al contrario: es el espacio donde acontece una revelación y donde lo que se revela exige al artista los símbolos y las imágenes que lo expresen; es el espacio donde el arte, el trabajo del artista, sirve al misterio del Ser. Eso explica también la evolución técnica y conceptual del artista: se trata no de un camino recorrido sino del acrecentamiento de una sensibilidad, de unas exigencias técnicas y de una responsabilidad que se da en función de la apertura hacia aquello que permanentemente se está revelando y ocultando.
Y es eso que está creciendo en su interior lo que exige su propio espacio para ser expuesto.
Juan B. Juárez es un crítico de arte y pintor guatemalteco.