Las religiones de todo el mundo conmemoran a las ánimas de los muertos. Las mismas, aunque no se les llame de esa manera, como espíritu o hálito, deben llegar a habitar a un lugar específico, que puede ser el cielo o el infierno, según el tipo de religión que sea.
Esta celebración ritual simboliza el inicio de toda religión con sus mitos y ritos propios e irrepetibles. Esta conmemoración implica un culto muy profundo, el cual tiene raíces muy hondas en la historia de cada civilización.
Como toda religión, el cristianismo crea dogmas y en cada uno de ellos se manifiesta de forma específica la conmemoración del día de los antepasados-ánimas, los días primero y dos de noviembre. Las celebraciones se efectúan en todo el orbe cristiano, desde la región mediterránea, la parte Mesopotámica, incluyendo los países del norte de Europa, Asia y ífrica.
Las ánimas pueden ser eminentemente buenas ( lo ético) o maléficas (lo émico); es decir, que al entrar en contacto con el individuo lo pueden ayudar o rechazar. Estas ánimas se forman por un proceso fundamental que es la muerte. Cuando una persona muere el ánima puede ir al cielo o al infierno; allí es donde se produce el primer gran cambio, la muerte transforma el ánima en alma. Las ánimas de los muertos están vagando y los vivos desean contactarse con ellas, de allí nace el culto y el rito hacia las almas de los muertos. En un rito a los muertos lo importante es el cambio de ánima a alma y después en el proceso del desarrollo histórico de la sociedad, de alma a espíritu. Así, el ánima individual se convierte en espíritu colectivo; en ese sentido la religión es la que lo vuelve colectivo, lo que se llama en lenguaje de la Antropología de la Religión, «se carga de maná». Una persona cargada de maná se convierte en santo.
Los rituales mortuorios
Las ceremonias más antiguas son los rituales a los muertos realizadas en lugares sacros como los dólmenes y menhires, las pirámides egipcias, mayas, hindúes. En Guatemala se encuentran las grandes cuevas mayas. En esta civilización los rituales estaban dirigidos a buscar las ánimas a través de ritos especiales: oraciones, comida, bebida y música dedicada a las almas de los muertos.
La celebración del 2 de noviembre, día de los difuntos, se conmemora en Guatemala a partir del siglo XVI. Una de las expresiones populares más arraigadas son las ánimas benditas, espíritus blancos y bellos que son los santos buenos, es decir los éticos. De acuerdo con esta creencia cristiana, las ánimas salen del purgatorio o del cielo a buscar a sus familiares para estar con ellos. Esto permite la interrelación con los antepasados (los muertos) y los vivos, los del mundo de lo sagrado con los del mundo de lo profano. Según la leyenda las ánimas solo se aparecen ese día, ellas salen con velas en la mano, a pasear por las calles de las ciudades y campos, durante los dos primeros días de noviembre a las doce de la noche.
Generalmente las personas en sus casas elaboran pequeños altares con la fotografía de sus muertos, con agua, flores, ciprés y el fuego de las velas y veladoras. Las tumbas son adornadas ese día con flores de muerto, ciprés y coronas de papel encerado. La comida en la tumba es otro de los elementos importantes en esta conmemoración a los difuntos. Además de comer, beber y fumar en la tumba, para compartir con los «que se fueron».
Entre las comidas guatemaltecas fundamentalmente están las cabeceras o Canshul, que está compuesto de verduras, fundamentalmente: gí¼isquil, perulero y gí¼icoy. Este plato se llama así porque se coloca en la cabecera de la tumba. El dulce de ayote, así como el jocote en dulce son otros de los platos que preparan para los difuntos. Colocan en las tumbas candelas o veladoras y un vaso de agua. Los ejes centrales de la naturaleza son: la comida, el agua y el fuego, y el extraordinario fiambre.
El fiambre, una de las comidas de muerto más preciosas y extraordinarias de América Latina, tal vez es la expresión cultural que refleja con mayor presencia el día de los santos y de los difuntos de Guatemala.
El fiambre guatemalteco se origina como comida de ofrenda y sacrificio, que se comparte con los antepasados, los amigos y la familia más cercana. Está constituido por la combinación de elementos culinarios prehispánicos (las verduras y su cocimiento), españoles (embutidos, carnes y pescados) y árabes (quesos, aceitunas, alcaparras y otros alimentos). Mezclado y aderezado «con el caldillo de papa» y otros secretos de las antiguas cocineras guatemaltecas, se convirtió en el transcurso de los siglos en el plato del día de los muertos. Fiambre morado para el centro del país, fiambre dulce y agridulce en Quetzaltenango, «fiambre divorciado» en el oriente del país, se degusta en casi todo el territorio guatemalteco, solo para estos días.
El origen del fiambre es muy remoto. Se habla de él ya a finales del siglo XVI y las crónicas del siglo XVIII ya lo describen con precisión. No es sino hasta el siglo XIX, cuando realmente se convierte en un plato con características nacionales. Es probablemente, la comida de muertos que mejor refleja la idiosincrasia del guatemalteco.
Algunas Conmemoraciones en Guatemala
Cada región de Guatemala tomó distintas influencias de la cultura hispánica y por eso se han desarrollado diversas costumbres en ciertos departamentos. Ejemplo de ello es el cementerio se San Juan Sacatepéquez el cual está localizado en una loma y en este día se ve cubierto de velas y veladoras. Este municipio es uno de los lugares donde adornan más las tumbas en la noche que va del primero al dos. La comida es muy popular al igual que el Pojoy Nayé, una petición para las ánimas que consiste en mandar a los niños a pedir comida a las casas. Estos alimentos se los llevan a las tumbas de aquellos muertos, que no tienen quienes velen por ellos.
Los niños o «los bolos» que vagan por las tumbas son los que aprovechan esta comida. La idea principal de esta celebración es la comunicación entre el vivo y el antepasado, es decir la convivencia de los ancestros con el mundo de lo profano.
Los puntos de conexión entre el vivo y los fieles difuntos son: el agua, la comida, el fuego, volar el barrilete, fumar (cuyo significado es aspirar y exhalar la vida del ánima), y estar presente, compartiendo con el difunto estos momentos. Después de estos días cada quien toma su cerámica, se la lleva a su casa y allí la quiebran el día de San Juan, que es el 24 de junio, cuando se produce el cambio de solsticio. En Todos Santos, Cuchumatán, Huehuetenango, se realizan las serenatas de marimba. Allí se ofrece el más grandioso y extenso concierto de marimbas de Guatemala. Cada persona «que visita su tumba» lleva una marimba consigo, la pone sobre la tumba y le tocan los sones que le gustaban al muerto. En el mismo municipio de Todos Santos Cuchumatán, Huehuetenango, se preparan carreras de caballos, que representan la competencia entre los antepasados y los vivos, cuyo recorrido se extiende del cementerio a la iglesia «a la capilla de las ánimas» y viceversa. La creencia dice que el muerto va corriendo con los jinetes en el caballo. En la parte garífuna, en el norte, los afrocaribeños celebran con fuego, flores y agua. Y colocan todos estos elementos en una balsa, para luego echarlos sobre el mar. Este es el homenaje que hacen los garinagu a sus antepasados.
En el oriente de Guatemala (Zacapa, Jutiapa, Jalapa), también adornan las tumbas, pero además se realizan las peleas de gallos y las corridas o «jaladas» de patos. Estas consisten en enterrar los patos en el suelo, dejando apenas la cabeza al aire. Entonces el hombre montado a caballo cabalga velozmente para arrancar la cabeza del pato. Otra costumbre es amarrar una pita a dos árboles en la que se colgará al pato, la idea es también que el jinete les arranque la cabeza. Estos concursos simbolizan la gracia y habilidad que el antepasado le transmite al contendiente. El triunfador por tanto adquirirá gran prestigio y satisfacción al haber ganado esta contienda.
Otra región que conmemora el día de los Santos es Santiago Sacatepéquez que se caracteriza por la fabricación de los barriletes. Las banderas de los barriletes representan a las familias patrilineales que los confeccionaron. Los barriletes se vuelan los dos primeros días de noviembre y luego los queman o se destruyan. Es indispensable que se queme el «gran barrilete» para que los difuntos regresen tranquilos a su lugar. Volar el barrilete tiene un significado místico, lo que se llama en lenguaje religioso, el cordón de plata. Es el punto de conducto entre el antepasado y el vivo. Como si le estuviera diciendo al muerto o antepasado «aquí estamos presentes» a eso se llama lar. Y es el lugar donde habita el alma. Actualmente, esta ceremonia se ha ido transformando y se ha convertido en algo puramente turístico. Estos municipios tuvieron mucha influencia china a finales del siglo XVIII y principios del XIX, a ello se debe la decoración de los barriletes y su colorido. En la región q»ekchí, zona de las verapaces (Rabinal, Tucurú, Carchá, Tactic), destacan los moros candeleros, cerámica pintada con tintura de albayalde en tonos rojos, azules, blancos y amarillos que se colocan en las tumbas, junto a dos candelas. El moro candelero significa el lar en el cual va a permanecer el ánima, desde el primero de noviembre hasta que se retira al crepúsculo del día de difuntos (2 de noviembre).