Los males de América Latina, pasados y presentes, como los pleitos entre narcotraficantes en Venezuela, la llegada de la dictadura a Uruguay y el fantasma de la muerte en la Guerra de las Malvinas inspiran los filmes en concurso en el Festival de Cine Latinoamericano de Trieste.
El retrato de una oligarquía neurótica y egocentrista, ciega frente al ascenso del poder militar en Uruguay en 1973, ilustra el drama tanto familiar como político de todo el continente frente a la mano dura impuesta en esos años en el filme «Polvo nuestro que estás en los cielos» de la uruguaya Beatriz Flores Silva.
Narrado con un lenguaje impecable, por momentos divertido, el filme de Flores Silva mezcla situaciones cómicas con política y resulta ante todo una reflexión sobre los años que precedieron al golpe militar (1973-1984).
Desde la súbita aparición en 1966 de una hija ilegítima en la influyente familia del senador Saavedra, con aspiraciones presidenciales, hasta los días de la represión más negra, el filme cuenta siete años cruciales que terminan por dividir para siempre a la poderosa familia.
El elegante caserón, emblema del poder, con sus secretos íntimos, afectos e infidelidades, angustias y alegrías, que protege a su manera a los diez personajes del filme, se desmorona ante los ojos del espectador arrastrando consigo a una generación entera, que opta entre el suicidio, la resistencia con la guerrilla de los Tupamaros o la nostalgia.
El filme, de la misma autora de «En la puta vida» (2001), ya salió en Uruguay y concursa en Trieste junto con otras trece cintas, entre ellas «Palabra por palabra» del argentino Edgardo Cabeza, también dedicado a los años negros del continente.
Arriesgándose a rodar un filme de guerra, Cabeza rinde un homenaje a los más de 600 soldados argentinos, en general jóvenes campesinos casi analfabetos, que murieron en la Guerra de las Malvinas (marzo a junio de 1982) contra los británicos en condiciones tremendas, azotados por los bombardeos, el hambre y el frío.
«La guerra de las Malvinas son un pretexto al final. Lo que quiero es hablar del rescate de la memoria, porque se olvida lo que lastima, como la dictadura y la guerra», sostuvo el director.
«Fue un filme que duré mucho preparando, casi seis años. Me reuní con un grupo de 11 ex combatientes, del relato de todos surgió el tema de la muerte como un personaje, porque morir era lo mejor que podía pasarles», contó.
El fantasma de la muerte, representada como una madre protectora por la actriz Katja Alemann, y sus debates con la célebre enfermera inglesa Florence Nightingale inspiradora de la Cruz Roja durante la guerra en Crimea en el siglo XIX, resulta ser el personaje clave y fascinante de la cinta.
«Una muerte cálida, deseada, un personaje universal», sostiene el realizador, director de numerosos documentales sobre las madres y abuelas de los desaparecidos y del premiado «Adiós comandante Che» sobre la exhumación de los restos del líder guerrillero Che Guevara.
Si rodar escenas de guerra clásica en el extremo sur del continente puede ser arriesgado, adaptar uno de los textos clásicos de la literatura francesa, como el Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand al ritmo de salsa caribeño resulta impactante en el filme «Cyrano Fernández» del venezolano Alberto Arvelo.
Ambientado en las gigantescas y violentas barriadas de Caracas, filmado en el barrio San Miguel, el trío amoroso formado por Cyrano Fernández (el actor Edgar Ramírez), Roxana Padilla y Cristian Santana, consuma su tragedia entre los vericuetos y escaleras laberínticas de la chabola.
Al ritmo del rap «Cyrano es el más feo, le grita la sociedad», el héroe del filme defiende a los pobres, se enfrenta a los violentos narcotraficantes, negocia con políticos y además escribe tiernos mensajes amorosos por teléfono móvil y papel.
La película, un experimento divertido y eficaz, en realidad denuncia con sutileza la violencia, la pobreza y la corrupción de la sociedad venezolana.