El problema de las dictaduras no radica en que cobije bajo sus pestilentes pliegues a parásitos e indeseables: criminales, ladrones, mafiosos, oportunistas, aduladores, serviles, etcétera. Los individuos de esa calaña emergen en todos los sistemas, aun en las más floridas democracias. El problema se ubica en el otro extremo, en la esquina de los hombres probos, en aquella reserva moral de toda una comunidad que sirve de norte y esperanza para el desperdigado montón que se encuentra asfixiado por el aire rancio y sumergido en las tinieblas.
La primera reelección de Estrada Cabrera, en 1904, abrió el camino a las otras reelecciones «legales» que habrían de sostener su ominoso gobierno por 16 años más; como dijo el entonces embajador francés en Guatemala, Guiot: «Una primera elección siempre es una obra bastante difícil de conducir; la segunda, por el contrario es un juego de niños. En seis años de un poder absoluto el Presidente ha tenido oportunidad de prepararse el camino; ha puesto sus criaturas en todos los puntos estratégicos del organismo administrativo (…)». Para llegar a las elecciones de 1904 Estrada Cabrera, el Benemérito de la Patria, Ilustre Mandatario y Defensor de la Juventud, tuvo que modificar el artículo 66 de la Constitución entonces vigente (proclamada por J. Barrios). Aquí sigo copiando del libro de Catherine Rendón (Minerva y La Palma, Artemis Edinter, 2000): «El presidente del Congreso, José Pinto, fue apoyado por liberales cuya carrera había empezado en gobiernos anteriores. Entre otros figuraban Francisco Anguiano, Arturo Ubico, Francisco Fuentes, Vicente Saenz, Adrián Vidaurre, Ramón A. Salazar, José María Andrade, Rafael Ponciano, José Barrios E., Domingo Morales, Mariano Cruz y José A. Beteta, muchos de los cuales eran altamente respetados en sus profesiones además de que se les consideraba decentes. Pero a su complicidad en los cambios a la «magna carta» guatemalteca no le llegaría fácilmente el olvido. (?) Es extraordinariamente increíble que tantos liberales distinguidos se prestaran a corromper la Ley con tal de agradar a alguien que no era grato para casi nadie. ¿Cómo logró Estrada Cabrera que esos hombres inteligentes alteraran la Constitución de 1879 de forma tan flagrante? La respuesta en parte (si no completamente), debe de encontrarse en el hecho de que todos le temían a don Manuel y sabían que si no lo apoyaban corrían el riesgo de perder sus casas, propiedades y hasta la vida de sus familiares». (Termina la cita). Y conforme se fue consolidando en el poder absoluto los tentáculos del tirano fueron estrangulando todos los aspectos de la vida nacional. Implementó un control militar en todo el país, benefició a sus incondicionales, atacó con dureza a los pocos que se le oponían hasta lograr casi la sumisión total, fomentó el espionaje y premió la dilación aún entre los familiares. Cabe destacar la valiente acción de los jóvenes idealistas en el atentado de La Bomba de 1907, entre los que, por justicia histórica cabe recordar: Julio Valdez Blanco, Enrique y Jorge ívila Echeverría, Felipe Prado y Mariñan, Baltasar Rodil, Eduardo y Pedro Rubio Piloña y Francisco Fajardo, y el atentado de Los Cadetes en abril de 1908, entre ellos el abanderado Víctor Vega. Por lo demás fueron largos 22 años de absolutismo; para ponerlo en perspectiva es como si hubiésemos tenido un mismo gobierno autócrata desde que entró en vigencia la actual Constitución, abarcando en un mismo período los gobiernos de Cerezo, Serrano, De León Carpio, Arzú, Portillo y Berger. Mucho tiempo que tuvieron que sobrellevar la opresiva dictadura nuestros abuelos y bisabuelos. Para que Guatemala despertara faltaban tres cosas: que la tierra se sacudiera con los devastadores terremotos de 1917-18; que desde el púlpito se oyeran las valientes homilías del obispo José Piñol y que la Embajada definiera el curso de acción. En todo caso el punto de inflexión, el inicio de esa primera revolución del siglo XX fue la marcha del 11 de marzo de 1920.