La ética está de moda


Harold Soberanis

Así­ parece, si tomamos en cuenta la cantidad de seminarios, cursos, talleres y otras actividades que a diario se ofrecen por cualquier medio de publicidad. La mayorí­a de éstas, aseguran que la persona que asista saldrá de ahí­ siendo una persona nueva, con una renovada visión de la vida y, lo que es mejor aún, muy optimista para enfrentar los desafí­os de la vida cotidiana. A juzgar por la cantidad de actividades que se publicitan, se puede inferir que las personas están muy interesadas en este tipo de charlas. Esto hace pensar que la gente está convencida de la necesidad de orientar su vida por principios fundamentales de conducta que le permitan, a lo largo de su existencia, ser mejores seres humanos. Sin embargo, tengo la percepción de que quienes van a estas actividades (que por cierto tienen un alto costo) quedan muy frustrados pues no salen de allí­ siendo mejores que cuando entraron, y esto porque, por lo general, quienes se autoproclaman ser expertos en el tema, no tienen ni la más mí­nima idea de lo que es la ética. Estos «expertos», en el mejor de los casos, lo que hacen es diseminar moralinas que, por definición, no tienen ninguna base teórica, pues se sostienen sobre una serie de prejuicios trasnochados y absurdos.


De esa cuenta, estos charlatanes disfrazados de «expertos» se hacen ricos a costa de la ignorancia y necesidad de los demás. Me parece que la gente está consciente de la necesidad de guiar su vida por valores y principios, como una forma de búsqueda de ser mejores. Sin embargo, se equivocan en la selección de las personas que les pueden orientar y de las actividades a que deben ir. De ahí­ la necesidad de reflexionar un poco sobre este tema.

La ética, para empezar, no es lo mismo que la moral. De hecho, aquélla es para los especialistas, es decir, los filósofos pues la ética, en un sentido estricto, es la reflexión y análisis teórico sobre los principios que deberí­an guiar la conducta humana. í‰sta es una disciplina que se mueve dentro del «deberí­a ser», esfera a la que pertenece, por su propia naturaleza, toda la filosofí­a.

La moral, por su parte, se refiere al aspecto práctico de la conducta. Se puede entender por moral el conjunto de normas o reglas concretas que nos dicen cómo actuar. Son normas o reglas que todos deberí­amos cumplir dentro de la vida social para que ésta fuera posible. Ningún pensador, antiguo o moderno, propone la eliminación de normas morales que orienten la vida social. Cuando algún filósofo rechaza un tipo o código especí­fico de moralidad (el Cristianismo, por ejemplo) lo hace por lo que esa moral representa respecto al sistema filosófico que él propone, pero en ningún momento declara que se pueda vivir sin ningún tipo de restricción o normativa moral. Piénsese, por ejemplo, en Nietzsche, Sartre, Marx o Freud.

Ahora bien, lo que sucede es que en el lenguaje cotidiano se tiende a confundir ambos términos y utilizamos «ética» y «moral» como sinónimos. Empero, en sentido estricto, no son lo mismo. Las personas son moralmente buenas o no. Observar y cumplir con algún tipo de reglas, moralmente produce mejoras. No respetar ningún ordenamiento produce inmorales. Pero no se es más ético o menos ético, por el hecho de respetar o no ciertas normas. Es decir que las personas son morales o inmorales, según cumplan o no con ciertas reglas de conducta. Pero no son más éticas o menos éticas dependiendo de si guí­an su vida por normas morales o no. Acá lo que se da es una confusión del lenguaje común.

¿Qué me hace ser mejor moralmente? Pues el cumplimiento de determinadas normas morales. Hay personas que llevan una vida intachable (en la medida de lo posible, pues no hay nadie que sea absolutamente bueno o malo moralmente hablando), que mantienen una conducta ejemplar y no obstante nunca en su vida han leí­do un tratado de ética. Simplemente, ajustan su vida a aquellas normas que les parecen deseables. Asimismo, hay quienes devoran tratados enteros de filosofí­a moral (ética) y, sin embargo, llevan una vida que es una vergí¼enza. Es que una cosa no implica necesariamente a la otra. De donde se infiere que lo que me hace ser mejor, como agente moral, no es la cantidad de libros o tratados de moral que se pueda leer, sino la observancia que se haga de aquellas normas que posibiliten la conversión en un ser más digno.

La ética tampoco es receta de cocina. Muchas personas que se acercan a estos cursos o conferencias, lo hacen con el ánimo de que el supuesto «experto» les revele la fórmula mágica que les haga ser mejores personas. Esperan que les indique, cual receta de cocina, los pasos que deben seguir para obtener el tan anhelado bocadillo moral y sentirse bien consigo mismos.

Otro tanto de confusión sucede con los llamados códigos de ética profesional. La ética es una sola disciplina filosófica que se orienta, a la reflexión y análisis sobre los principios que sirven de fundamento a la conducta moral. Cuando se habla de un código de ética profesional, consiste en establecer normas concretas y precisas de conducta para alguien que ejerce determinada profesión. Sin embargo, si se observase una conducta moral adecuada socialmente, deberí­amos ser capaces de aplicar las mismas normas a nuestro ámbito profesional, porque lo que es válido en mi vida cotidiana (la honestidad, honradez, veracidad, solidaridad, etc.), lo es en cualquier otra esfera de mi existencia.

Una verdadera ética debe estimularnos a la reflexión como medio para descubrir racionalmente aquellos principios por los que se debe guiar mi conducta y ser, en cada elección que haga, un ser más digno. Asimismo, deberí­a impulsar a una actitud crí­tica que haga cuestionarse de creencias, a fin de encontrar principios sólidos que garanticen que nuestra forma de actuar es la deseable. En fin, una formación ética deberí­a hacer mejores personas en la medida en que los fundamentos sobre los que se apoya el actuar, son el resultado de un proceso racional, de una meditación profunda y no la consecuencia de palabras vací­as y charlatanerí­a.

De ahí­ que las personas que buscan hacer de sí­ mismos y de sus vidas algo mejor, deberí­an acercarse a los filósofos que son los especialistas en el tema. Estos no van a darles recetas de cómo actuar bien, sino que los van hacer reflexionar para que, por ellos mismos, descubran racionalmente dentro de sí­, esos principios que habrán de orientar su acción dentro del contexto social. Para Sócrates, ésta era la verdadera tarea del filósofo, porque la verdad reside dentro de cada uno y lo que el filósofo hace es guiar a cada quien para que por medio de un proceso racional alumbre, cual luz eterna, dentro de sí­ y descubra por sus propios medios esa verdad que, equivocadamente, cree hallar fuera.

Aún queda por abordar el tema de los valores, pero eso será en otro artí­culo.