La silleria del noble ayuntamiento


Mario Gilberto González R.

«Saber muchas cosas y tener gracia para contarlas, constituye un arte admirable.»

José Marí­a Pemán

Dedicado con especial cariño, a don Ví­ctor Manuel Tróccoli, antigí¼eño de pura cepa.


Y para perpetua memoria, la historia -en sí­ntesis- de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Santiago de Guatemala, se quedó tallada en el respaldo de cada una de las piezas que forman la Sillerí­a del Noble Ayuntamiento, de la hoy histórica, culta, universitaria, emblemática, romántica y monumental ciudad de Antigua Guatemala.

Para el IV Centenario del traslado de la ciudad de Santiago de Guatemala, del valle de Almolonga al valle de Panchoy -10 de marzo de 1943-, el arte, la literatura y la historia, se pasearon de nuevo, por las calles empedradas de la ciudad bendita por las sandalias del centinela del amor y de la caridad y volvieron a dejar su huella imperecedera. Con sus libros, sus relatos periodí­sticos, sus poemas, sus lienzos, sus efigies y sus crónicas, pintores y escultores, periodistas, prosistas, poetas, cuentistas y dramaturgos e historiadores, hicieron el mejor elogio a una ciudad que no se dejó morir, a pesar que ese era el sentimiento destructivo cuando se le desmanteló y se le abandonó. El mayor deseo de don Martí­n de Mayorga fue, que ese «proscrito suelo» -como gozaba llamarle despectivamente-, fuera extinguido en el preciso término de un año. Tachó de un plumazo su nombre emblemático de Santiago y lo cambió de inmediato por el de Guatemala. Así­ lo dejó expresado en su carta-informe al Rey: «Hace dos meses nos hallamos amenazados de la Turba Ira de Dios, y por ultimo el dia 29 del pasado entre tres, y quatxo dela tarde sé arruinó la Ciudad de Guatemala…» Hasta entonces era, la Ciudad de Santiago de Guatemala. El nombre de Santiago, no se volvió a escribir ni pronunciar jamás. Esa es la razón de por qué, la Capital del Reino en el asentamiento del valle de la Virgen, nació con el nombre de Nueva Guatemala y se puso bajo la advocación de la Virgen de la Asunción. Don Martí­n de Mayorga, no ocultó su deseo sino que lo expresó por escrito y lo realizó en parte, materialmente desmantelándola, para dañar más lo que inició el terremoto de Santa Marta y luego abandonándola para que el paso del tiempo le causara un daño irreparable e hiciera lo que él no pude hacer.

En su mente y en su sentimiento, no tuvo cabida la reconstrucción, pero si, acabar con ella de una vez, desde sus cimientos hasta su nombre. La reciedumbre y el amor de sus habitantes, que tení­an bien profundas sus raí­ces en el suelo donde nacieron -ellos y sus antepasados-, a pesar de que les llamaron «terronistas» y se les cortó el agua y el suministro de alimentos, su amor entrañable al terruño, los obligó a ser escudos invencibles para defenderla y sacarla del profundo letargo y lograron que de sus escombros, renaciera como el Ave Fénix. Y ella – ciudad de Santiago de Guatemala, humilde como una violeta- para que pudiera conservarse así­ mismo -como dice un poeta hijo suyo- «?se echó a soñar retrospectivamente?»

Fue por medio de los editoriales -de los periódicos de entonces- que empezaron a fluir los elogios para una ciudad cuatro veces centenaria. El gobierno del general Ubico, se interesó por recuperar tardí­amente cada monumento y devolverle la belleza, el encanto, el esplendor y su valor monumental, individual y en su conjunto, a una ciudad única. Fueron recuperadas las ruinas que se encontraban en propiedad privada, en completo abandono. La humedad -principalmente- y las siembras a su alrededor, les causó daños evidentes. Estaban rodeadas de cafetos y graviléas. A otras impedí­an el paso, cercos de alambre de púas y chichicaste. En su entorno se sembraba maí­z y era campo propicio para que el ganado pastara. En la fachada primorosa de uno de sus templos se fusiló a varios delincuentes para ejemplo público y en los muros franciscanos, los enamorados de la libertad, pagaron con sus vidas la dureza de la tiraní­a.

Se descombraron las ruinas para su libre acceso. Se arrancó la hierba que crecí­a cada invierno y que causaba daño irreparable en las paredes y para completar esa labor, se asearon todas las instalaciones. En la plazuela se formaron varios arriates y la variedad de flores le devolvieron a cada fachada, todo el encanto que con un poco de imaginación, era posible su reconstrucción mental y emocional. Se colocaron puertas para su protección y una placa con los datos históricos principales, mostraban al visitante su importancia. Para los habitantes antigí¼eños fue motivo de paseo dominical, visitar las ruinas, hasta entonces desconocidas, como la de la Cruz del Milagro, la de la Santa Cruz con una fachada de filigrana artí­stica y hecha con mimo como solo lo saben hacer, quienes llevan el arte en el alma y lo expresan como una floración, la de San Jerónimo, San José llamado el «Viejo», la Candelaria, la de los Dolores de Arriba y de Abajo, el Beaterio de Santo Rosa, el Oratorio de Espinoza y la ermita del Manchén de la que quedan pocos vestigios.

La fachada preciosa, exponente de armoniosa y paciente laboriosidad artesanal del templo de San Sebastián, lució toda su belleza al remodelarse su plazuela en parque. Invitaba a contemplarla. La Calle de los Pasos -por ejemplo- recobró esplendor con la refacción de sus singulares capillitas del ví­a crucis y la imagen vetusta y abandonada que ofrecí­a, desapareció. Eran cuatrocientos años los que se celebraban pero Antigua lució el encanto y la frescura de una quinceañera.

La Municipalidad de la ciudad de Guatemala, donó el busto del Primer Obispo Lic. Don Francisco Marroquí­n y la Colonia Española, el Pendón Real para el gran desfile donde se rememoró, las costumbres, los personajes y el vestuario de la época. Pedro Arce y Valladares y Juan Echeverrí­a y Lizarralde, donaron el óleo de don Pedro de Alvarado que luce la Sala Capital del Ayuntamiento. Máximo Soto Hall le dedicó diez sonetos; Fernando Juárez Muñoz, el poema Antigua Guatemala; Adalberto Carrera, Canto Criollo; Antonio Morales Nadler: La ciudad de las Piedras Peregrinas y Melesio Morales tradujo al castellano, la Pelea de Gallos escrita en latí­n por Rafael Landí­var en su Rusticatio Mexicana. El Dr. Carlos Martí­nez Durán, el poeta Rafael Arévalo Martí­nez y los Lics. Vicente Dí­az Samayoa y Manuel Coronado Aguilar, escribieron sendos ensayos sobre la influencia de España en el Reino de Guatemala.

La Sociedad de Geografí­a e Historia, publicó la Guí­a Turí­stica de Antigua Guatemala y le dedicó un número extraordinario de su publicación Anales. El Boletí­n del Archivo General del Gobierno, se sumó al homenaje con su hermosa carátula a colores, que reprodujo la Real Cédula de Felipe II, por la que distinguió a la ciudad de Santiago de Guatemala, con los tí­tulos de Muy Noble y Muy Leal. (1) Don Joaquí­n Pardo, director del Archivo General de la Nación, publicó «Traza y traslado de la ciudad al valle de Panchoy.» Edgar Juan Aparicio publicó el libro «Fundadores de Familias Guatemaltecas 1543-1943.» con prólogo del Dr. Carlos Martí­nez Durán. La Hermandad de la Consagrada Imagen del Señor Sepultado y Marí­a Santí­sima de la Soledad de la Escuela de Cristo, publicó la Primera Guí­a de la Cuaresma y Semana Santa y la Hermandad de la Consagrada Imagen de Jesús Nazareno y Santí­sima Virgen de Dolores de la iglesia de la Merced, lo hizo con una estampita alegórica donde están la imagen del Nazareno en un óvalo y en las cintas las fechas históricas de 1543-1943 y en un recuadro el monumental templo mercedario, separados por una lanza. (2)

En la entrada a la ciudad, se levantó la Puerta de la Llave y la Misa Pontifical oficiada en las ruinas de San Francisco el Grande, ante la imponente imagen del Santo Cristo del Perdón de Catedral, por Mons. Mariano Rossell y Arellano, Arzobispo Metropolitano de Guatemala, fue transmitida por Radio Morse. Todo un acontecimiento de la época. El homenaje a los cuatrocientos años, se realizó el miércoles 10 de marzo de 1943, en la Sala Capitular con una Sesión Extraordinaria. En un acto solemne realizado en el General Mayor de la entonces Real y Pontificia Universidad de San Carlos de Borromeo, la señorita Beatriz Godoy Cofiño -señora de Toledo- fue investida como Señorita Centro América y fue la dama que presidió los actos del IV Centenario. El elogio a su belleza lo hizo el poeta Manuel Arce y Valladares. En el atrio de Catedral se bailó un Shotis, se representó la obra «El Alma y la Triaca» de Pedro Calderón de la Barca y en la Plaza Mayor se quemaron «fuegos de cañas» y castillos elaborados por coheteros mixqueños. De ese Centenario, quedan muchas cosas que reseñar. Lo importante fue que desde entonces, la valoración que se tuvo por la ciudad de Antigua Guatemala, fue diferente y otras instituciones nacionales e internacionales, la distinguieron con tí­tulos por demás merecidos. El abandono que sufrió la ciudad de Santiago de Guatemala, alcanzó a la hoy ciudad de Antigua Guatemala. Y se demostró con el terremoto del 4 de febrero de 1976. Se perdieron muchas piezas valiosas e irrecuperables como la bellí­sima y laboriosa fachada del templo de San Sebastián. Otra cosa serí­a si a su tiempo se hubiera -cuando menos- apuntalado.

En ese marco de elogios y reconocimientos, el Noble Ayuntamiento de la ciudad de Antigua Guatemala, remozó su mobiliario para darle más sobriedad a su Sala Capitular y fuera, a la vez, un recordatorio de su fecundo y laborioso pasado histórico. Un patrimonio invaluable que la distingue tanto. Encargó al maestro tallador don Antonio Velasco, la hechura de doce sillas iguales para los concejales y una especial para el Alcalde, todas del mismo estilo. Cuatro bancas talladas y dos bancas de media talla. Se usó madera de cedro. El precio de cada silla fue de Cincuenta Quetzales Q.50.oo cada una y las seis bancas costaron ochenta quetzales Q. 80.oo. En seis meses hizo su trabajo el señor Velasco. (3)

Cada silla tiene patas y brazos anchos que terminan en una espiral. El respaldo está dividido en tres espacios verticales y tres espacios horizontales que forman siete rectángulos y un escudo nobiliario al centro. En los cuatro rectángulos de los extremos, hay rosetones tallados. En los dos rectángulos de la lí­nea del medio y en del centro de la lí­nea inferior, está tallada en letra mayúscula, la sí­ntesis histórica.

La silla que ocupa el Alcalde, tiene un respaldo diferente. Entre molduras talladas de bajo relieve, está la leyenda dedicada al Santo Hermano Pedro, guarnecida por cuatro rosetones por lado en lí­nea vertical.

Tiene de alto 58 pulgadas, 28 pulgadas de ancho x 22 de largo y cada brazo tiene el grueso de 3 x 4 pulgadas. El respaldo tiene 22 pulgadas de alto por 28 de ancho. Ostenta la leyenda siguiente:

PENITENTE, VIRTUOSO,

LLENO DE CARIDAD

FUNDO HOSPITAL Y

ESCUELA GRATUITA

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