Fin de la farsa



Si algo hay que agradecerles a los diputados de la GANA es que permitieron desnudar la farsa que protagonizaron como miembros de un partido surgido del clamor del pueblo en contra de la corrupción. En efecto, de no haber sido por la intensa campaña realizada para destacar los casos de corrupción en el gobierno anterior, el actual partido oficial no hubiera tenido ninguna oportunidad. No tení­a lí­deres ni estructura partidaria, sino simplemente era un grupo de amiguetes escogidos a dedo por los poderes reales del paí­s para hacerse cargo de pasar la factura a los funcionarios del gobierno anterior.

Evidencias de que no son honestos abundan, pero no han recibido, por supuesto, la difusión que recibieron acciones de corrupción en el pasado. Si un sobrino polí­tico de Portillo se embolsa varios millones de quetzales cobrando honorarios a una empresa estatal, no sólo estarí­a preso sino el caso serí­a utilizado como uno de los paradigmáticos para demostrar los niveles de podredumbre existentes en el paí­s. La benevolencia de la opinión pública ha sido tal que alentó comportamientos como el de los diputados de la GANA, quienes sin ningún empacho ni rubor han llegado al colmo de falsificar documentos para inventar viajes de placer a lo largo y ancho del mundo.

La vieja idea de que los empresarios metidos a polí­tica sólo se ocupan de los grandes negocios y no se andan robando los vueltos, como decí­an de los polí­ticos a los que calificaron como «sin clase y ashumados», se hizo añicos ahora cuando se ve que también los empresarios dan colazo a sus propios «shumos» para que hagan el triste papel de carteristas. El caso es que ahora se hacen los grandes negocios, los que no dejan huella y que no parecen robos porque se disfrazan en complejos fideicomisos o se realizan al amparo de figuras diseñadas por honorables y costosos abogados que se dedican a asesorar sobre cómo armarse con el dinero público sin dejar huella ni mal sabor.

Pero eso no significa que dejen por un lado la oportunidad de robarse el sencillo, las fichas que van quedando en medio de la absoluta pérdida de valores y la ausencia total de mecanismo de control. Con razón la GANA, al triunfar, no hizo absolutamente nada para cambiar el sistema, sino que lo mantuvo exactamente tal y como fue diseñado, para que siga alentando a los sinvergí¼enzas de todo calibre, desde los de la «alta sociedad» hasta los shumitos que mandan y dejan en el Congreso, para que en la medida de sus posibilidades y necesidades hagan sus propias cachas para levantarse el dinero público.

El fin de la farsa es oficial, por lo menos para los que quieren y pueden entender. No hubo tal depuración ni cambio porque el sistema siguió igual y ni siquiera se abandonó el raterismo para dejar operando sólo al sofisticado negocio. En materia de ambición, está visto que no existe ni lí­mite ni pudor.