En todas partes se cuecen habas


Cuando recientemente observé en la televisión el mustio rostro del banquero Eduardo González Rivera, y luego escuché los intentos de sus breví­simas declaraciones, no pude menos que sentir compasión por el otrora poderoso empresario que habí­a optado por entregarse a los tribunales de justicia después de permanecer oculto durante más de un año, a causa de la quiebra fraudulenta del Banco del Café, del cual era el principal accionista.

Eduardo Villatoro
eduardo@villatoro.com

Este exportador de café devenido en uno de los banqueros más prominentes de Guatemala habí­a forjado una aureola respecto a su ascenso en el escalafón económico y social de Guatemala, desde las escalas laborales más modestas, hasta encumbrarse en las esferas financieras del paí­s. Su poder estuvo a punto extenderse y ascender hasta la cúspide si su hijo se hubiese convertido en Presidente de la República, cuya candidatura respaldada por la Gana se frustró repentinamente, a causa de que, casi por azar, se descubrieron los fraudes cometidos contra miles de cuentahabientes del Bancafé y sus empresas fantasma.

El banquero González, sufriendo las penosas secuelas de un derrame cerebral que a nadie puede complacer -a menos que sea un desalmado o resentido- quedó libre bajo fianza de Q500 mil, mientras prosigue con la parsimonia proverbial el proceso judicial encaminado a deducir responsabilidades en la quiebra del Bancafé y sus empresas conexas, a la vez que miles de personas defraudadas ya perdieron la esperanza de recuperar sus ahorros de toda una vida.

Similares circunstancias afrontan otros miles de guatemaltecos que confiaron en los propietarios del Banco de Comercio, ante la indiferencia de los banqueros que optaron por darse a la fuga y huyeron del paí­s, o simplemente se ocultaron en lujosas mansiones.

Como si la pena de muchos fuera consuelo de tontos, quedarí­a la dudosa satisfacción de que no sólo en Guatemala esta clase de encopetados defraudadores hacen de las suyas, sino también en otras latitudes del mundo, como en Estados Unidos, donde pequeños ahorrantes, modestos inversionistas o empleados de grandes compañí­as también son ví­ctimas del dolo o la lenidad de poderosos empresarios.

El Nuevo Heraldo, por ejemplo, señalaba que Lehman Brothers Holdings Inc. presentó la mayor quiebra de la historia de Estados Unidos, pero «no ha habido ni una sola palabra pública del presidente de la compañí­a. Ninguna disculpa, Ningún arrepentimiento, ni una palabra de agradecimiento, o siquiera un adiós, a los miles de empleados destinados a perder sus puestos de trabajo», y menos hacia los incautos que creyeron en sus promesas.

Y ante la crisis financiera que agobia a Estados Unidos, el presidente Bush presentó un plan de rescate de Wall Street a un costo de 700 mil millones de dólares; pero que enfrenta la oposición de congresistas de los dos partidos, que insisten en que se establezcan cláusulas encaminadas a beneficiar a los propietarios de viviendas y que limiten el pago de sumas millonarias a los altos ejecutivos de las firmas rescatadas, como pretende el gobierno republicano.

Por lo menos en Estados Unidos hay polí­ticos que defienden a los contribuyentes y cuentahabientes, lo que no puede decirse de Guatemala.

(Un amigo gringo le aconseja al ilegal Romualdo Tishuso en Arizona: -En tu mesa de noche te pueden robar tu dinero; mejor deposí­talo en el banco, que aunque de todas formas te van a robar, pero no te vas a dar cuenta).