Lilian Fernández Hall
Se acerca el mes de octubre y con él la pregunta siempre vigente en el mundo de las letras: ¿quién recibirá este año el Premio Nobel de Literatura?

En realidad, podríamos empezar preguntándonos por qué genera tantas expectativas todos los años saber a quién se le otorga el Premio Nobel de Literatura. ¿Cuál es la verdadera importancia de este Premio? Parte del encanto es, sin duda, el atractivo de recibir 1,4 millones de dólares, multiplicar las ventas de una manera vertiginosa y ser traducidos a los más remotos idiomas. Pero ¿por qué, a pesar de ser continuamente criticado como elitista, caprichoso e ilegítimo, posee tanto prestigio? Hasta ahora, con la excepción de Jean Paul Sartre en 1964, nadie lo ha rechazado (muchos años después, Sartre se arrepintió y solicitó recibir la suma correspondiente al premio, pero le fue negada). ¿ Por qué entonces ese aura tan especial por un Premio instaurado por una Academia de un país lejano y un idioma incomprensible? ¿Por qué significa el Premio una consagración inmediata? Entremos entonces detrás de la escena.
La idea de un premio que estimulara la creación, la investigación y todo tipo de actividad que contribuyera al desarrollo de la humanidad fue concebida por el inventor y empresario sueco Alfred Nobel, de cuya apasionante vida se habla muy poco. En su testamento, Nobel dejó sentadas las bases de cuáles serían los criterios para el otorgamiento de los premios, entre ellos el de literatura. La interpretación de esos criterios es aún hoy día objeto de debate y estudio.
Desde su primera edición, en el año 1900, ha sido la Academia Sueca la encargada de designar al ganador anual del Nobel, siguiendo las indicaciones y el espíritu soñado por Alfred Nobel a principios del siglo antepasado. Y una cosa está clara: muy pocas instituciones en el mundo, en el campo de las letras, realizan una tarea tan vasta y profunda como la Academia Sueca.
El proceso de selección o cómo se cocina el Nobel
La Academia Sueca tiene, contrariamente a lo que se cree, unas rutinas muy claras de trabajo. En principio, ya a partir del día después de que el Premio se ha hecho público en octubre, puede iniciarse el proceso de nominación de los candidatos del año siguiente. ¿Quién puede nominar? los mismos miembros de la Academia, escritores que anteriormente hayan sido galardonados con el Premio Nobel de Literatura, profesores universitarios de literatura o lenguas de cualquier universidad o instituto superior de cualquier parte del mundo y presidentes de las respectivas organizaciones que agrupan a los escritores de un país. Una advertencia para quienes no puedan evitar caer en la tentación: nadie puede nominarse a sí mismo. Las propuestas deben llegar a conocimiento de la Academia a más tardar el 1º de febrero y tienen por supuesto más peso si se acompañan de una motivación. Todas las nominaciones registradas en la Academia son estrictamente confidenciales, y ése no es un problema: nada les gusta más a los académicos suecos que callar.
Normalmente suelen llegar a la Academia unas 350 propuestas por año. Muchas mencionan al mismo candidato, por lo cual la cantidad de nombres suele reducirse a unos 200. Cuando la lista está aprobada, a fines de febrero, pasa a ser revisada por el Comité del Nobel, de gran influencia en el proceso de selección. Es un grupo pequeño, selecto y poderoso, de 4 ó 5 miembros. Tienen la tarea de componer la nómina de candidatos, realizar investigaciones, familiarizarse con los autores que tengan reales posibilidades de obtener el premio y, finalmente, son los que presentan las recomendaciones a la totalidad de los miembros de la Academia. Para su ayuda cuentan con grupos de asesores: expertos que redactan recensiones, comentarios e inclusive pueden realizar traducciones de prueba en el caso de que el idioma original no sea accesible para los académicos y no existan traducciones ya publicadas.
El resultado del trabajo del comité suele presentarse en la Academia en la sesión del mes de abril y para entonces la lista está compuesta de unos 15 o 20 nombres. Luego de someterse a discusión, pasa a ser oficial en el mes de mayo. Nuevamente es el Comité quien tiene la tarea de seguir profundizando la obra de los «elegidos» (muchos de ellos reaparecen año tras año, lo cual simplifica la tarea, puesto que sólo se revisa la aparición eventual de nuevas obras) y decidir finalmente cuáles cinco autores o autoras integrarán la lista definitiva de candidatos a presentarse en la sesión de junio, la llamada «lista corta» de donde saldrá el flamante Premio Nobel.
El verano de los académicos
Y llegamos al verano y al período de más intensidad para los académicos, quienes deberán durante estos meses profundizar los textos de los autores «finalistas» y llegar a una decisión. En el mes de octubre se lleva a cabo la votación. El candidato que finalmente será galardonado con el Premio Nobel de Literatura debe obtener más de la mitad de los votos de los miembros de la Academia para ser reconocido. El proceso ha llegado a término y se anuncia oficialmente a fines de octubre en una solemne y muy ensayada conferencia de prensa, donde el secretario permanente de la Academia, en la actualidad el escritor y ensayista Horace Engdahl, da a conocer el nombre del galardonado y la motivación del premio.
En varias entrevistas, Engdahl ha declarado valorar la «enormemente fuerte tradición cultural de la literatura de habla hispana». Sin embargo, el último autor premiado de este idioma fue el mexicano Octavio Paz, quien se hizo acreedor al premio en 1990, hace ya 18 años. Esto quizás aumente las posibilidades del eterno aspirante de las letras hispanoamericanas, el peruano Mario Vargas Llosa. Que su nombre haya figurado varias veces en la «lista corta» es meritorio, el mismo Engdahl ha declarado que en muy contadas ocasiones se ha premiado a un autor que figure por primera vez en dicha lista.
Y sin embargo, todas son especulaciones. Los académicos han sorprendido y shockeado al público más de una vez. Cuando se esperaba una mujer, han premiado año tras año a un hombre; cuando se esperaba a un representante de algún grupo idiomático «menor», la elección ha caído en un representante políticamente «incorrecto». Cuando se esperaba el premio a una joven promesa, se lo gana Doris Lessing, de 88 años. Pero los académicos se sacuden las críticas y reafirman el sentido de su «misión» y el espíritu del testamento de Alfred Nobel: premiar la calidad literaria.
Mucho más no se suele saber, los miembros de la Academia Sueca parecen ser insobornables: callan de manera consecuente ante la prensa. No dan casi entrevistas y, en las pocas que dan, nunca revelan más del proceso que lo que ya se sabe. Jamás hacen comentarios sobre nombres concretos y reafirman, obstinadamente, el criterio de calidad literaria como punto central de la decisión, tomando distancia de la opinión de los «expertos» de distinta índole, que ya exigen una mujer, un autor del Tercer Mundo, un representante de una minoría idiomática, etc.
El mundo es ancho y ajeno
Si consideramos solamente a los escritores que han recibido el Premio Nobel desde 1950 hasta el año pasado (58 personas), observamos que sólo un autor del mundo árabe ha sido galardonado: Naguib Mahfuz en 1988 (egipcio, recientemente fallecido). Sólo tres representantes del mundo asiático: dos japoneses (Yasunari Kawabata en 1968 y Kenzaburo Oe en 1994) y un chino residente en París (Gao Xingjiang en 2000). Tres africanos, dos de los cuales están claramente insertados en la cultura occidental (Nadine Gordimer en 1991 y J. M. Coetzee en 2003) y el nigeriano Wole Soyinka. Entre los latinoamericanos contamos cuatro (La poeta chilena Gabriela Mistral fue galardonada en 1945 y por eso no se incluye en este recuento): el guatemalteco Miguel íngel Asturias (1967), el chileno Pablo Neruda (1971), el colombiano Gabriel García Márquez (1982) y el mexicano Octavio Paz (1990).
De 58 escritores galardonados (en 1966 lo compartieron Samuel Agnon, de Israel y Nelly Sachs, de Alemania/Suecia), contamos 53 hombres y 5 mujeres, lo que significa una representación del 8,6 % de mujeres entre los premiados. Las cinco mujeres que recibieron el premio en forma individual fueron galardonadas todas en las décadas del noventa y en lo que va del presente siglo: Gordimer en 1991, Toni Morrison (EEUU) en 1993, Wislawa Szymborska (Polonia) en 1996, Elfriede Jelinek (Austria) en 2004 y Doris Lessing (Gran Bretaña) en el 2007. Sabemos muy bien que la literatura poco tiene que ver con la estadística, pero las cifras son, de todas maneras, un indicador de la época.
En su momento, Alfred Nobel apuntó que el premio no debía tener en cuenta la nacionalidad del galardonado, pero es difícil saber hoy día, en un mundo global, cuánto pesan los paradigmas de la época y qué corpus literario se considera que ha «servido a la humanidad de la mejor manera», como se indica en el testamento de Nobel. Una reflexión, en todo caso, para todos aquellos escritores que este mes no recibirán el Nobel (aunque quizás no les importe demasiado): también Tolstoy, Ibsen, Proust, Kafka, Joyce y Borges se le escaparon a la Academia Sueca. No es mala compañía.