Ruji: el puente de los reencuentros


Un soldado ruso monta guardia durante una reunión entre el Canciller ruso y el Presidente de Osetia del Sur. Los habitantes de la región en conflicto han tenido problemas para reunirse con sus familiares debido al fuerte control militar de la zona.

Como las «fronteras» de la región separatista de Abjasia con Georgia están cerradas por las tropas rusas y Jatuna Lataria no puede pasar, ella ha quedado de encontrarse con su familia en el puente de Ruji, sobre el rí­o Enguri.


Tras la ofensiva militar de Georgia en la región separatista de Osetia del Sur, la otra provincia de Georgia con aspiraciones secesionistas, Abjasia decidió cerrar al resto del paí­s sus «fronteras», que ahora son vigiladas por las tropas rusas.

A pesar de hacer un Sol fuertí­simo, Jatuna ha venido con sus dos hijos desde Jubi hasta la orilla sur del rí­o Enguri. Atraviesa andando los 800 metros que la separan de su familia y para regularmente para descansar del peso de los enormes paquetes que carga.

Tras el alto el fuego de 1994 entre abjasios y georgianos, y el establecimiento de una zona desmilitarizada, el paso de vehí­culos está prohibido sobre este puente vigilado por las tropas rusas de mantenimiento de la paz.

Sólo un carro tirado por caballos puede circular entre los puestos de control abjasios y georgianos. Pero sólo hace siete viajes de ida y vuelta al dí­a.

«Antes al menos habí­a autobuses abjasios y un gran autobús gratuito de la ONU», se lamenta Jatuna, al llegar a las dos barreras rusas.

Reforzadas desde el conflicto ruso-georgiano de agosto, las barreras fueron instaladas a la mitad del puente, delante de una gran escultura en forma de pistola.

«Â¿Qué lleva ahí­ dentro, al menos no son armas, no?» pregunta un joven soldado ruso. Jatuna abre su caja cargada de ví­veres y de paso le deja un gran trozo del tradicional pan con pasas. «Adelante, y gracias», dice el soldado.

No muy lejos de allí­, dos jóvenes se refugian en el único lugar de sombra en el camino.

«Ella viene de Majunjia (del lado de Abjasia) y yo de Zugdidi. Nos encontramos en el puente, es la manera más fácil de verse», dijo una de ellas.

Aunque oficialmente «la frontera está cerrada. No pasa nadie», confirma un guardia abjasio, añadiendo con ironí­a que «Abjasia ahora es independiente. ¡Necesita una visa abjasia!».

Sin embargo, los guardias dejan pasar a algunos habitantes de Abjasia, pero les hacen rodear los bosques, por detrás del puesto de control.

Lamara Darsania, una frágil anciana, es una de esas personas. Sofocada bajo su vestido y su pañuelo negro, deja caer sus pesadas bolsas y se desmorona. «Mi hijo tiene tuberculosis. Está en el hospital en Jobi. Voy a verle todos los dí­as pero ya no tengo fuerzas. Este paí­s está en pedazos», se lamenta ahogando las lágrimas.

Se sube en la carroza. A su lado, otros habitantes se muestran más optimistas. «Yo creo que esto cambiará. Con la llegada de los observadores de la Unión Europea, los rusos se verán obligados a relajar la presión a la que nos someten», confí­a Tea Ojanashia, una de las pocas que acepta comentar la situación polí­tica de su paí­s.

«No nos hacen daño, pero están por todas partes. Es pesado», continúa esta joven madre de familia georgiana que viene de Sida, una ciudad abjasia a unos 50 km de la lí­nea de demarcación.

Mientras tanto, los camiones que transportan tropas rusas van y vienen por el puente. «No estamos listos para marcharnos», se confí­a un joven soldado ruso.

«El sábado las tropas rusas vaciaron cinco campamentos» previstos en el acuerdo concluido entre Moscú y los europeos, añade.

«Pero algunos soldados no se han retirado a Abjasia. Han ido a Anakila», un antiguo campamento ruso de soldados de mantenimiento de la paz instalados en el mar negro desde los acuerdos de 1994.

Según el acuerdo, las tropas rusas tienen que retirarse de Georgia, excepto Abjasia y Osetia del Sur, antes del 10 de octubre.