Ayer se conmemoró, como en toda Centroamérica, el 187 aniversario de los actos cuyo desenlace ocurrió en 1821. No podemos cambiar el pasado. Aquellos actos de acomodamiento y traición de unos pocos, en contra la voluntad de la mayoría ha sido el germen de nuestra identidad. Así es la historia, así es nuestra historia. Pero en donde sí podemos intervenir, en donde sí podemos influir para los cambios es en nuestro futuro. De eso se trata la vinculación entre patria, nación y el ordenamiento jurídico que nos regula, es decir el Estado, el Estado de Guatemala.
Las románticas descripciones de aquellos pasajes de nuestra historia no hacen sino cimentar cierta mitología alrededor de nuestra nacionalidad. Los símbolos patrios van por ese sendero. Pero todo ello es la mezcla de una cultura cuyo dominio se basó en la exclusión y en la adopción de tales costumbres, como verdades irrefutables. Eso ha cambiado, está cambiando. Y sigue cambiando.
«Patria» es nuestra tierra natal o adoptiva. Es el conjunto de costumbres y tradiciones que se ordenan mediante otra estructura mental a la que llamamos «Nación». La patria es el lugar al que nos sentimos ligados por vínculos más allá de lo jurídico o histórico, más bien una combinación de ambos, un lazo afectivo. Nuestros poetas han cantado loas a la patria en múltiples formas, si menciono alguno y omito a otro me meto en problemas, diré tan solo que no ha habido escritor o artista en general que no se haya ocupado de la patria, nuestra patria y más allá de sus contradicciones, hacernos sentir lo valioso de haber nacido en esta tierra.
«Nación» es el conjunto de las relaciones derivadas de la interacción de los habitantes de un país. Es su territorio, es sus normas, sus reglas, sus valores, sus principios. Es como apunté en el párrafo anterior, la estructuración de nuestras costumbres, tradiciones, leyendas, sueños colectivos y aspiraciones compartidas. Guatemala, nuestra patria es un solar de múltiples naciones. Naciones negadas, excluidas, marginadas. Pero también de naciones que se enfrentan así mismas a sus propios desafíos y encaran sus retos mediante ancestrales formas de resolución de conflictos.
En tanto el «Estado» es el ordenamiento de nuestra patria y naciones, mediante regulaciones y coerciones que todos damos por aceptables. Es nuestro gobierno común. El nacional y los locales. Es la armonización o irregularidades entre el potencial y las limitaciones que nos envuelven. Es la regla que se fundamenta en un régimen de legalidad cuyo supuesto ideal es que es aplicable a todos por igual.
El «cumpleaños» festejado ayer, quizás lo sea más del «Estado» que de la nación o de la patria. Indudablemente que a muchas de nuestras naciones no, no les es inclusive, aunque sí festejable. En consecuencia tal vez el canto y las reverencias patrias deberán replantearse. Quizás habría que ir buscando cada vez más profundamente una raíz más común, más equitativa para ser compartida con más agrado. Con más vivencia. Con auténtico fervor. Un fervor que nos mueva al cambio, a la consolidación de la democracia y a la búsqueda y alcance de mejores condiciones de vida para todos.
Un fervor que incremente nuestra participación en los asuntos de «NACIí“N», es decir, en todas aquellas cuestiones que nos incumben a todos. Quizás cuando llegue el momento de repensar las relaciones entre lo público y cómo nos atañe en nuestras actividades particulares, habremos de descubrir ese horizonte que se nos ha negado y que nos tiene sumidos en el conformismo, la protesta o el rechazo pasivo de lo que verdaderamente nos concierne. Quizás entonces, nos sentiremos con un «Estado» que nos es «nuestro», porque vemos reflejada nuestra identidad de nación en él. Entonces, así en medio de la absorbente globalización y lo subsumido de las culturas, encontremos el vigor que nos produce «nuestro» lar, la patria, que no es que sea más grande o más poderosa, pero es la nuestra. Nuestra patria. «Guatemala tu nombre inmortal». (Con ideas de Severo Martínez y Luis Cardoza y Aragón).