Enfrentados sobre la estrategia para luchar contra Al Qaida


Pakistán y Estados Unidos se enzarzaron en una disputa sobre la estrategia militar más adecuada para luchar contra Al Qaida, dí­a del séptimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.


El jefe del estado mayor conjunto norteamericano, el almirante Michael Mullen, anunció en Washington que ordenó una nueva estrategia militar que consiste en cubrir ambos lados de la frontera entre Afganistán y Pakistán.

«Mientras no colaboremos de forma más estrecha con el gobierno de Pakistán para eliminar estos santuarios, el enemigo seguirá viniendo» de Pakistán, lanzó el almirante Mullen, anunciado haber pedido a sus tropas «una nueva y más integral estrategia militar para la región que cubra ambos lados de la frontera».

Decenas de miles de soldados estadounidenses e internacionales están estacionados en Afganistán, pero su misión les impedí­a hasta ahora, al menos oficialmente, actuar en el paí­s vecino.

En el mismo momento, su homólogo paquistaní­, el general Ashfaq Kayani, aseguraba en Islamabad que su ejército no tolerará nuevos ataques terrestres lanzados desde Afganistán, ni los numerosos disparos de misiles estadounidenses que a menudo recaen sobre civiles en las zonas tribales paquistaní­es.

«La soberaní­a y la integridad territorial del paí­s serán defendidas a toda costa y no se debe permitir a una fuerza externa llevar a cabo operaciones dentro de Pakistán», lanzó el general Kayani.

Responsable norteamericanos y afganos afirman que dichas zonas se han convertido en un santuario de Al Qaida y de los talibanes afganos, que se desplazaron a la región tras ser derrocados del poder en Kabul a finales de 2001.

El diario New York Times aseguraba que el presidente estadounidense George W. Bush habí­a autorizado secretamente en julio a las fuerzas especiales norteamericanas a efectuar ataques terrestres en el noroeste de Pakistán sin la aprobación previa de Islamabad.

Eso es precisamente lo que ocurrió el 3 de septiembre al amanecer, cuando helicópteros de combates estadounidenses y, probablemente tropas terrestres, atacaron una aldea paquistaní­ matando, según Islamabad, a 15 civiles, entre ellos mujeres y niños.

Las más altas autoridades paquistaní­es protestaron firmemente contra esta primera operación militar norteamericana en su territorio, al menos la primera conocida, dado que responsables de Pakistán reconcieron que existen precedentes desde 2002, sin que Islamabad dijese nada al respecto.

Y lo que es más, en las últimas semanas los aviones sin piloto de Estados Unidos, estancionados en Afganistán, atacan casi a diario las zonas tribales paquistaní­es, mantando a insurgentes de Al Qaida o a talibanes, pero también a civiles.

Washington considera que Islamabad no hace lo suficiente en la «guerra contra el terrorismo». Pero la República Islámica de Pakistán, única potencia nuclear militar del mundo musulmán, ya ha pagado un alto tributo, con más de mil soldados muertos en esas regiones desde 2002 y, sobre todo, más de 1.200 ví­ctimas en una campaña sin precedentes de atentados suicidas en más de un año.

El propio Osama bin Laden -que Washington cree está escondido en las zonas montañosas del noroeste paquistaní­- decretó hace un año la yihad (guerra santa) contra Islamabad, al que tildó de «perro de Bush».