Murió el espí­a Markus Wolf


Espí­a. Foto de archivo de Markus Wolf, uno de los más famosos espí­as de la Alemania Democrática, y que muriera hoy en Berlí­n.

El más célebre de los espí­as de la ex República Democrática Alemana (RDA), Markus Wolf, que falleció hoy en Berlí­n a los 83 años, dirigió con polémica eficacia una red de cuatro mil agentes fuera de la RDA, pese a lo cual nunca perdió su prestigio en la Alemania reunificada.


Wolf, figura legendaria de la Guerra Frí­a que dirigió desde 1958 a 1987 los servicios secretos de la Seguridad del Estado alemana oriental (Stasi), considerados los más eficaces del bloque comunista, falleció hoy, cuando Alemania conmemora el 17º aniversario de la caí­da del Muro de Berlí­n.

Una de sus operaciones encubiertas más célebres fue la colocación de uno de sus «topos», Guenter Guillaume, como consejero personal del entonces canciller socialdemócrata alemán Willy Brandt en la República Federal de Alemania (RFA, oeste), artí­fice de la polí­tica de apertura hacia el este («Ostpolitik») y galardonado en 1971 con el Nobel de la Paz. El caso condujo a la caí­da de Brandt en 1974.

Nacido en 1923 en el seno de una familia de intelectuales judí­os y comunistas, Wolf pasó su adolescencia en la Unión Soviética, donde su padre, médico y escritor, se refugió huyendo del nazismo. En 1945, Markus Wolf regresó a Alemania vistiendo el uniforme del Ejército Rojo, con un pasaporte soviético y el apodo ruso de «Micha».

Primero fue periodista de radio, y cubrió el proceso contra los criminales nazis en Nuremberg, en 1945 y 1946.

Después, a partir de la década del ’50, Moscú y Berlí­n este le designaron para implantar una poderosa red de espionaje exterior.

Gracias a sistemas de escucha muy perfeccionados y a centenares de «topos» que infiltraron en Alemania occidental, entre ellos numerosas mujeres, los secretos mejor guardados de Bonn llegaron rápidamente a Berlí­n este.

Sus éxitos, que habrí­an inspirado al novelista y ex espí­a británico John Le Carré, dejaron en rí­diculo a la RFA a tal punto que los aliados más fieles de Bonn temí­an transmitir informaciones sensibles a Alemania occidental.

Cuando cayó el Muro de Berlí­n en otoño de 1989 -un hecho que le sorprendió, según admitió más tarde- Wolf estaba jubilado desde hací­a casi tres años.

Wolf habí­a indicado que se jubiló por ser seguidor de Mijail Gorbachov y su perestroika, en oposición a la lí­nea dura de la dictadura comunista en la RDA, bajo la conducción de Erich Honecker.

Markus Wolf fue uno de los oradores en la mayor manifestación de oposición a la dictadura realizada en Berlí­n, poco antes de la caí­da del Muro, pero fue abucheado por una parte de los manifestantes.

Temiendo ser perseguido en la Alemania reunificada, donde se libró una orden de arresto en su contra, Wolf, quien tení­a el grado de coronel del Ejército Rojo y un pasaporte soviético, se refugió en Moscú, pero regresó a Alemania de forma totalmente voluntaria, tras un breve paso por Austria.

Fue detenido por corto tiempo y condenado en 1993 a seis años de prisión por alta traición. Pero jamás cumplió su pena, porque la Corte Constitucional de Alemania estimó en 1995 que los espí­as de la RDA no podí­an ser juzgados por traición, ya que habí­an actuado en nombre de otro Estado, también soberano.

Desde la reunificación, este hombre cultivado y elegante, de aspecto seductor, al estilo de Paul Newman, conservó cierto capital de simpatí­a entre los alemanes, quienes no olvidaban que los servicios secretos que dirigió durante tanto tiempo, incorporados a la tristemente célebre Stasi, eran distintos de la temible policí­a polí­tica del régimen.

«Micha» Wolf nunca renegó de sus años al servicio de la extinta RDA. En 1995 confesó que continuaba creyendo en los «ideales del socialismo». Esas ideas, que fueron «deformadas en la época de Stalin y más tarde», continuarán desarrollándose en el futuro «para manifestarse bajo una nueva forma», vaticinó Markus Wolf.

Durante mucho tiempo fue bautizado como «el hombre sin rostro» al oeste de la Cortina de Hierro, porque los servicios secretos occidentales no poseí­an su foto.