Siete años se cumplen hoy del brutal ataque terrorista cometido contra Estados Unidos y que destruyó las torres gemelas del Centro Mundial de Comercio en la ciudad de Nueva York. El mundo recuerda con pena y dolor las muertes ocurridas ese día tanto en el ataque directo a las dos torres como las que ocurrieron en el Pentágono y en un remoto campo de Pennsylvania, hechos que marcaron un hito en la historia y que abrieron una nueva etapa geopolítica mundial con el inicio de la guerra al terrorismo.
El mundo entero se solidarizó con Estados Unidos y su gobierno en ese momento y tanto gobiernos como ciudadanos de cualquier parte del planeta expresaron su compromiso para combatir esas brutales formas de terror que atentaban contra la vida de hombres, mujeres y niños inocentes que se utilizaban simplemente como carne de cañón para mantener el clima de miedo y terror.
El gobierno norteamericano inició una batida contra los grupos de terroristas que inspiraron el ataque y que tenían refugio en las montañas remotas de Afganistán, para lo cual se hizo evidente la cooperación internacional a fin de dar con el paradero de los autores intelectuales y de quienes desde esos recónditos sitios habían declarado la guerra a la mayor potencia del mundo. No hubo quien pudiera cuestionar la legitimidad de las acciones bélicas en la búsqueda de los dirigentes de Al-Qaeda y el mundo entendió como justo el ataque masivo dirigido en contra de los reductos que protegían a los que ordenaron los atentados terroristas.
Pero Washington pretendió muy pronto sacar provecho al tema y en vez de perseguir eficientemente a los terroristas, trasladó la cuestión a viejas rencillas que arrastraba la familia Bush y sus allegados con el gobierno de Irak, promoviendo una guerra sobre la base de informaciones falsas y adulteradas con la idea de engañar a la opinión pública de Estados Unidos y del mundo entero. La consecuencia fue una guerra cuyas secuelas aún hoy subsisten y en la que se rompió el consenso multilateral porque el sistema de Naciones Unidas no se tragó la patraña.
A siete años del ataque contra intereses vitales norteamericanos y, sobre todo, contra ciudadanos inocentes de ese país, la sociedad se debate entre aferrarse al miedo como factor o elegir un cambio que permita recuperar el foco en la persecución de los causantes de ese ataque, mismo que se perdió cuando dispersaron las fuerzas hacia Irak en una guerra que tenía más de vendetta personal que de acción de lógica política. Nosotros aprovechamos para ratificar nuestra solidaridad con las víctimas del terrorismo y renovar nuestro deseo de un enfoque correcto de la lucha contra los responsables.