Desde que Colom denunció el espionaje en sus círculos íntimos, nos ha dado por sentirnos espiados o creer que esto es un show mediático. Considero que las implicaciones son mucho más profundas que reaccionar simplemente así.
mcordero@lahora.com.gt
Michel Foucault nos legó sus análisis en torno al poder, que es el factor predominante en nuestras sociedades desde que dejamos de ser nómadas.
Este caso del espionaje nos enseñó que la supercúpula del poder legal/clandestino, está en proceso de acomodo. Si estuviera satisfecha con la cuota, no necesitaría de artilugios, lícitos o ilícitos, para agenciarse de más poder.
El espionaje refiere que, dentro de la supercúpula, existen subgrupos sedientos de poder y, en consecuencia, no satisfechos con su cuota. La secretividad con que se manejan los negocios, lícitos e ilícitos, impulsa la práctica de las escuchas a través de paredes y teléfonos. Debido a que no existe un verdadero «libre mercado», estos subgrupos necesitan conocer la información que se intenta esconder.
Por ello, la supercúpula guatemalteca del poder legal/clandestino, debe de estar formada, hoy por hoy, por fuerzas sin cohesión, dispuestas a perjudicarse entre sí, aunque sean capaces de verse en cócteles y darse palmaditas de espalda.
Con la entrada de los gobiernos civiles en la década de los ochenta, los grandes negocios ilícitos (narcotráfico, trata de personas, adopciones internacionales, rutas de migrantes, etc.), debieron convivir con los nuevos actores «democráticos» de poder, y, por ello, se debieron crear estrategias, como el espionaje, para adelantarse a los movimientos de los gobiernos u obtener información privilegiada para chantajear.
El problema actual es que los actores de poder quieren hacerse eliminar a algunos, para que haya más dividendos entre quienes queden.
Por eso, recientemente hemos visto las caídas de bancos grandes, como Bancafé que no quebró sino que fue intervenido estatalmente, o el derrumbe de políticos, como Manolito Castillo, Eduardo Meyer, Rubén Darío Morales y el mismo Quintanilla, quienes seguramente no accedieron a repartir cuotas y dividendos de su poder con sus contertulios, por lo que éstos se vieron en la «penosa» necesidad de revelar «información privilegiada», talvez producto del espionaje. Si hubieran cedido y mantener un perfil bajo, probablemente los «alicaídos» estuvieran hoy en paz, así como están otros, porque no debemos pensar que sólo éstos están involucrados en negocios ilícitos.
Y, por cierto, que aún se encuentra en «discusión» la iniciativa de ley del acceso a la información pública, que, si se implementase, vendría a reducir ese juego entre la supercúpula de poder legal-clandestino, ya que botaría buena parte de la secretividad y, en consecuencia, la práctica del espionaje.
Carlos Castresana presentó el lunes su informe de la CICIG, y hasta él debió quedar impresionado por el alto grado de complicidad entre Estado y crimen organizado, en negocios, por ejemplo, de venta de municiones; por muy violentos que seamos, es casi ingenuo creer que 50 millones de balas hayan sido disparadas en el país.
Como sociedad civil no hemos sabido ser el contrapeso de este juego de poder; nos vemos limitados a sentirnos espiados por empresas encuestadoras callejeras, o bancos que revelan nuestro «buen historial de crédito», y por empresas ansiosas de enviarnos spam o mensajes de texto no solicitados.
Este espionaje apunta hacia un tipo de personal calificado, con estrategias de guerra, pero no del conflicto armado interno, sino de la misma Guerra Fría, como un James Bond o algo así.
La trilogía «El señor de los anillos», de Tolkien, nos enseñó que el poder deforma y que sólo los niños pueden tenerlo sin corromperse. El anillo es el poder mismo; ¿quiénes serán los señores que, en Guatemala, buscan poseerlo? (http://diarioparanoico.blogspot.com)