La capacidad de disuasión resulta siendo un eslabón indispensable dentro del proceso de construcción de estrategias para la obtención de resultados políticos, es quizá el más importante de todos los que integran el marketing político.
Los procesos electorales responden en obviedad a las realidades políticas y coyunturales, allí radica la capacidad de construcción de discurso: Qué decir, cómo decirlo, a quién decírselo y dónde decirlo. En las sociedades con tendencia al análisis del discurso y con cierta maduración política se escudriña con lupa, sin entrar en exageraciones, elementos como la inflexión de la voz, el estado de ánimo, la postura corpórea (metalenguaje), la iluminación, la vestimenta y por increíble que parezcan las pausas y los énfasis que el orador transmite.
El análisis del discurso, para quienes les agrade el análisis político, resulta siendo a su vez un elemento indispensable para la construcción de análisis de coyuntura. La sumatoria de coyunturas, como he explicado en anteriores columnas, genera capacidad de análisis más complejos, de allí la capacidad que desarrollemos para trascender la superficialidad y aprender a «leer entre líneas».
Esa agudeza de trascender de lo táctico a lo estratégico, es decir de «leer entre líneas», nos permitirá generar la agudeza para escuchar y no simplemente oír, nos permitirá ir al fondo del discurso y con ello generar opinión precisa de lo que se nos quiere transmitir en esencia.
El discurso puede tener diferentes matices en obviedad con la ocasión en los cuales se presenta. Permita explicar. No es lo mismo un discurso académico que un oficial, ni mucho menos un discurso político que uno protocolar, no es lo mismo un discurso de conmemoración que uno de felicitación, la capacidad del orador radica precisamente en la «postura» que se asume desde la construcción del discurso en sí mismo. Otros elementos a considerar dentro del discurso: estructura y tiempo. Por mi experiencia los discursos se pueden medir en la siguiente escala. El de exaltación, conmemoración, recordatorio entre 3 y 5 minutos. El protocolar y de negociación, entre 5 y 7 minutos y el político 15 minutos. Sobre este particular habrá que considerar los estados de ánimo, condiciones de ambiente y conexión existentes entre el orador y el espectador.
Los griegos, padres del discurso solían considerar al buen orador como aquel que tiene la facilidad de doblar y desdoblarse con facilidad (diplo, de donde origina la palabra diploma), es decir el buen orador y el buen discurso nos puede hacer pasar con facilidad del éxtasis al llanto, recordemos la cara sonriente y la del llanto. Al buen orador le está permitido jugar con las emociones de los individuos, pero no con la inteligencia de ellos. El buen discurso cala en el colectivo y en la esencia del individuo, el buen discurso construye e incide en la construcción de propuestas.
Un elemento indispensable del análisis es la capacidad de desprenderse con facilidad de los sesgos que generan los estados de ánimo citados anteriormente y trascendiendo la emotividad estudia en detalle el fondo y la forma del discurso.
Para un análisis de discurso preciso, sumado a las herramientas básicas que comparto, habrá que conocer, entre otros, elementos tales como: el contexto (el momentum), las fases del discurso (la estructura) y los elaboradores del discurso (asesores).
Esta tarde he querido contribuir con el habitual espacio de análisis internacional, con un tema que en muchísimas oportunidades dejamos soslayado del análisis pero que sin duda constituye en esencia el análisis mismo. En momentos de procesos electorales, de conflicto, de negociación el análisis del discurso se constituye en una herramienta precisa con la que contamos para poder esbozar escenarios, tendencias, construir modelos de negociación o simplemente incidir en la realidad.
No obstante, mas allá de las capacidades elaboradas desde el marketing político, el buen discurso no se encuentra precisamente vinculado al guión o a los elementos que he citado anteriormente, el buen discurso y el buen orador forman una pareja inseparable que cuando se mezclan con propiedad pueden constituirse en un bello espectáculo. El orador y los elementos natos pueden levantar o matar al discurso y con ello lo que se pretende transmitir.
Politólogo con orientación en Relaciones Internacionales y estudios de posgrado en Política y Derecho Internacional.