Cuando era niño, me gustaba jugar con mis hermanos y platicar con mis padres, aunque fuera de cosas insignificantes, porque en esos momentos me sentía amado.
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Al llegar a la adolescencia, me separé de los míos y comencé a relacionarme con otras personas que también me brindaron afecto y comprensión. ¡Fueron inolvidables aquellos instantes!
En mi edad adulta, el trabajo me absorbió y los pocos minutos o días que compartía con mis parientes y amigos me levantaban el ánimo y me motivaban a seguir adelante.
Y hoy que he llegado a la vejez, aprovecho todo el tiempo que tengo para dedicárselo a mis seres queridos y escribo en las hojas de mi diario estas sencillas palabras:
«Los mejores momentos de mi vida han sido aquellos en los que he dado amor»