El nuevo presidente de Pakistán, Asif Ali Zardari, asumió el poder hoy en un país en pleno caos económico y político y donde se multiplican los atentados de los islamistas, combatidos por Estados Unidos en el noreste del país, considerado como un santuario de Al Qaeda.
Viudo de la asesinada ex primera ministra Benazir Bhutto, Zardari accede a la presidencia de la única potencia militar nuclear del mundo musulmán, sucediendo al ex general Pervez Musharraf, obligado a renunciar hace tres semanas por la nueva coalición surgida de las elecciones legislativas del 18 de febrero.
El nuevo mandatario, de 53 años, jefe del principal partido de la coalición, el Partido del Pueblo Pakistaní (PPP), fue elegido el sábado con más del 70% de los votos del Parlamento y de las cuatro asambleas provinciales del país.
Zardari, apodado «Señor 10%» por el porcentaje de las comisiones que pedía en los grandes contratos del Estado bajo el gobierno de su esposa, es considerado como un símbolo de la corrupción aún si la justicia abandonó oportunamente sus cargos contra él en fecha reciente.
Los desafíos que va a tener que afrontar son impresionantes. Zardari llega a la cumbre del Estado cuando los combates arrecian en las zonas tribales del noreste entre las fuerzas armadas y los islamistas cercanos a Al Qaida, que emprendieron una campaña sin precedentes de atentados suicidas, causando 1.200 muertes en el país en un año y dos meses.
Washington, que considera Pakistán como un aliado fundamental en la «guerra contra el terrorismo» desde los atentados de setiembre de 2001, manifiesta cada vez más su desagrado ante el gobierno paquistaní por su supuesta debilidad en las zonas fronterizas con Afganistán que considera como un santuario de Al Qaida y de los talibanes afganos.
Zardari deberá satisfacer las exigencias de Estados Unidos, del que depende para evitar la bancarrota que le predicen los economistas si la ayuda económica no llega rápidamente.
A la vez tendrá que enfrentar la ola creciente de oposición a Washington entre los 168 millones de paquistaníes, indignados por los ataques estadounidenses y hartos de pagar tributo a la «guerra contra al terrorismo» a cada atentado suicida.
El jefe de Al Qaida, Osama Bin Laden, decretó la guerra santa en Pakistán en setiembre de 2007, acusando a Pervez Musharraf de ser «el perro de Bush». Pero Zardari ya es ampliamente considerado por los islamistas y parte de la opinión pública como un nuevo «peón» de Washington.
Por lo demás el nuevo presidente podría ser puesto en dificultad ante el parlamento, ya que la coalición que encabeza el PPP es sumamente frágil y depende de pequeños partidos con intereses a menudo dispares que van de los laicos a los fundamentalistas musulmanes pasando por los nacionalistas regionales.
Parte de ellos esperan una posición firme ante Estados Unidos que hace una semana lanzó su primer ataque por tierra desde Afganistán contra las zonas tribales del noreste, matando, según Islamabad, al menos a 15 civiles.
Desde entonces los disparos de misiles atribuidos a los aviones sin piloto estadounidenses son diarios. El último causó el lunes la muerte de 21 personas, entre ellos 14 combatientes islamistas pero también siete civiles, según las autoridades.
Ese mismo día, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, recordó a Pakistán su «responsabilidad» y le exigió hacer lo necesario «para no convertirse en refugio del terrorismo».
Asif Ali Zardari, cuyo nombre fue símbolo de la corrupción estatal cuando su esposa Benazir Bhutto gobernaba Pakistán, juró el martes como presidente de la única potencia nuclear musulmana.
Zardari pasó once años en prisión por corrupción (1990-1993 y 1996-2004); tenía otros cargos y condenas pendientes, pero fue exculpado de los primeros y amnistiado de las segundas el año pasado, por el presidente Pervez Musharraf (forzado a dimitir el 18 de agosto), a quien sustituye ahora en el poder.
Pero Zardari, de 53 años, carga aún con una dudosa reputación y, según politólogos y editorialistas, nunca hubiera accedido a la jefatura del Estado si su esposa -asesinada en diciembre pasado en un atentado suicida- siguiera en vida y si la elección presidencial fuera por sufragio directo y no por vía parlamentaria.
Los editorialistas, al igual que buena parte de los 168 millones de paquistaníes, dudan de la capacidad de Zardari de convertirse para asumir las riendas de esta potencia nuclear que enfrenta una creciente ola de violencia islamista.
Su mandato de cinco años le da poderes para disolver el Parlamento, destituir el gobierno y nombrar a los máximos responsables del aparato estatal y del ejército.
«Zardari tiene una reputación controvertida, fue acusado ante la justicia, entre otros cargos, de corrupción, extorsión e incluso de asesinato» (de uno de los hermanos de su esposa) cuando Bhutto dirigía el país (1988-1990 y 1993-1996)», recuerda a la AFP el ex diputado Shafqat Mahmood, uno de los grandes editorialistas paquistaníes.
Zardari ha repetido hasta la saciedad que esas acusaciones eran «políticas» y que la justicia ha «reconocido su inocencia», así como la de su esposa, obligada al exilio por los mismos procesos judiciales.
«Pero para muchos paquistaníes, no está limpio ni es inocente» y su cargo de presidente «no es una ventaja para el país», dijo Mahmood.
Cuando se casó con Bhutto en 1987, Zardari sólo era conocido como el benjamín de una familia de grandes terratenientes de Sind, provincia del sur y feudo de la dinastía Bhutto, y como un vividor, jugador de polo y aficionado a los buenos coches.
Su esposa se convirtió en primera ministra en 1988, y él se forjó rápidamente un camino hacia la política, obteniendo principalmente en 1995 la cartera de ministro de Inversiones, una posición que pronto le valió el sobrenombre de «Señor 10%» por las comisiones que se le acusaba de cobrar.
Al final del primer gobierno de Bhutto en 1990, fue encarcelado durante tres años. Lo mismo le ocurrió en 1996, exactamente media hora después de la caída del segundo gobierno de Bhutto. Hasta 2004 no salió de prisión.
Luego se reunió con su esposa en el exilio en Londres y Dubai, de donde regresó un día después del asesinato de Bhutto el 27 de diciembre de 2007, en plena campaña por las elecciones legislativas, en las que hasta entonces no había participado.
Nombrado entonces copresidente del Partido del Pueblo Paquistaní (PPP) de Bhutto junto a su hijo, dirigió el principal movimiento que ganó las legislativas del 18 de febrero, a pesar de la desaprobación de una gran parte de los responsables de la formación y fieles amigos de la difunta.
«En el mundo entero se levantarán voces para hacerse preguntas sobre este hombre y será muy vergonzoso para Pakistán», resume Rasul Baksh Rais, profesor de la Universidad de Ciencias Políticas de Lahore (este).