Estos son posibles cuando reconocemos el amor natural y espontáneo, y esto se da al percibir nuestra mente tranquila, en la que las relaciones diarias con los demás resultan provechosas. Y es que el sentimiento de amar empieza desde nuestra infancia.
Todo ser humano al sentirse amado, normalmente, responde con el mismo afecto, lo que hace el intercambio personal agradable, cómodo y gentil, en donde no hay cabida a sentimientos de desilusión, depresión, culpa o remordimiento.
Esta práctica, la de amar, facilita a distinguir si el amor que recibimos es verdadero, dado a cambio de nada.
En ambientes de esta naturaleza no aparecen ni se dan perturbaciones emocionales, pues éstas se disipan, dado que la fraternidad gira alrededor de los interlocutores.