La lí­rica abstracción de í“scar Ramí­rez


í“scar Ramí­rez nació en Guatemala en 1960; actualmente es pintor con una trayectoria en la plástica abstracta.

Juan B. Juárez

La abstracción, en el sentido moderno del término, no ha sido muy cultivada por los pintores guatemaltecos. Pese a tener ilustres representantes de la talla de Carlos Mérida y Roberto González Goyri, para la mayorí­a de artistas plásticos locales la abstracción de base geométrica ha sido más bien una especie de tentación experimental en la que casi todos, en algún momento de su evolución, han caí­do momentáneamente, para luego reponerse y consolidar su vocación figurativa. De esa cuenta se conocen extraordinarios cuadros abstractos de Elmar Rojas y Rodolfo Abularach. Para otros pocos creadores plásticos la abstracción y la geometrí­a han servido de fundamento a una rigurosa depuración y simplificación formal de la figura que no por eso pierde su función representativa, como en el caso de Luis Dí­az.


De esa vertiente de la tradición plástica se deriva la pintura abstracta de í“scar Ramí­rez (Guatemala, 1960), sin duda bastante cercana a la de la etapa más madura de González Goyri por sus intenciones lí­ricas de gran aliento que parten, por otro lado, de vivencias sencillas, plenas e intensas.

Detenerse en la filiación formal y estilí­stica de la obra de Ramí­rez con la tradición es un paso previo y necesario para acceder a sus aciertos interpretativos de esa misma tradición y, de un modo más propio y adecuado, a la originalidad de sus aportes.

Quizás el error más común en el que caen los pintores «abstractistas» es olvidar que la abstracción es un proceso de pensamiento que parte de lo concreto y se eleva hasta el concepto y no una mera estilización formal que parte y se queda en la geometrí­a. El acierto de Oscar Ramí­rez es hacer tema, por ejemplo, del vuelo de un ave que, como movimiento de alas, se prolonga en ondas invisibles que alteran el espacio del viento y modifican la forma estática del ave. Es decir, su pintura se origina de la observación de un punto (virtual o real) cuyas prolongaciones formales son si no reales por lo menos posibles y que en la pintura se representan como ritmos, como secuencias, como ondulaciones, como cadencias.

He aquí­ el núcleo de su pintura abstracta. Pero como se trata de una obra pictórica y no de un registro cientí­fico del movimiento ni de un modelo aerodinámico experimental, las formas de las cadencias y los ritmos le permiten asociaciones poéticas que, como el halo de un cometa, son el rastro metafórico del vuelo del ave. De allí­, en la pintura de Oscar Ramí­rez, la acentuación de algunas cadencias, el casi desvanecimiento de otras, las iridiscencias cromáticas, las fulguraciones terráqueas y celestes de las texturas en composiciones estables y racionales que, sin embargo, cobijan infinitas sutilezas emotivas e infinitas sugerencias poéticas.

Precisamente por ser infinitas las sugerencias poéticas que se desprenden de la pintura de Oscar Ramí­rez se correrí­a el riesgo de que se disuelvan en su propia infinitud; pero he aquí­ que, acentuando una sola de las cadencias re-une las sugerencias convirtiendo esa única cadencia acentuada en un sí­mbolo hipnótico que captura la mirada del espectador y la conduce suavemente al inagotable viaje por el cuadro. Sea, por ejemplo, que la abertura del ala en movimiento sugiera poéticamente, entre otras cosas, un ojo; acentuando en negro esa particular cadencia rí­tmica y lineal, el ojo metafórico y simbólico funciona como guí­a de lectura de ese cuadro no sólo a nivel de significados sino también a nivel puramente visual. En efecto, esa acentuación rí­tmica funciona como ilusión óptica del movimiento, como en el Op art, que en su aparecimiento y su desaparecimiento permite diversos ordenamientos de lo que se ofrece como espectáculo a la mirada: es un recurso de una pintura que no espera la mirada del espectador sino que la busca.

En otras ocasiones me he referido al aspecto técnico de la pintura de Oscar Ramí­rez. No es él un artista desconocido, sin embargo, es preciso que además de ser conocido sea reconocido, pues su obra seria y madura es la consecuente actualización de una de las vertientes más ricas e inexploradas de nuestra tradición plástica.