Viudo de Bhutto, virtual presidente


Los parlamentarios paquistaní­es elegirán el sábado al controvertido e impopular Asif Alí­ Zardari, viudo de la ex lí­der de la oposición Benazir Bhutto, a la presidencia de Pakistán, un paí­s sumido en el caos polí­tico y económico y enfrentado a la amenaza terrorista islamista.


Zardari sucederá a Pervez Musharraf, ex general golpista que se hizo con el poder hace nueve años, empujado a la dimisión el 18 de agosto por una coalición de los partidos de ex oposición vencedores de las legislativas de febrero.

Casi unánimemente los editorialistas se alarmaban por adelantado por los «efectos nefastos» de la designación de una personalidad tan controvertida en un momento en que el paí­s está al bordo de la bancarrota, una ola de atentados suicidas ha dejado más de 1.200 muertos en un año y Washington, exasperado, lanzó su primer ataque terrestre conocido contra Al -Qaeda en el noroeste de Pakistán.

Y en la calle resulta difí­cil encontrar una sola persona que otorgue aunque sea el beneficio de la duda a Zardari, de 53 años, sí­mbolo de la corrupción en los años 90 y al que aún se conoce con el apodo de «Señor 10%».

Sin embargo, en el plano legal, su mandato de cinco años será incontestable. Su Partido del Pueblo Paquistaní­ (PPP) -que perdió a su lí­der, la ex primera ministra Benazir Bhutto, en un atentado suicida el 27 de diciembre de 2007 en Rawalpindi, afueras de Islamabad- llegó en cabeza de las legislativas del 18 de febrero.

La justicia abandonó una parte de las acciones contra este hombre, que acababa de pasar 11 años en prisión por corrupción y asesinato cometidos mientras su esposa estaba en el poder (1988-1990 y 1993-1996). Y fue amnistiado de los cargos restantes hace un año por el presidente Musharraf, que entonces negociaba un acuerdo de reparto de poder con Bhutto.

El sábado votarán los miembros del parlamento y de las cuatro asambleas provinciales.

Los dos otros candidatos, el magistrado Saeed-uz-Zaman Siddiqui, y Mushahid Hussain, próximo a Musharraf, no deberí­an obtener más que un puñado de votos.

La elección de Zardari, cuyo partido gobierna a duras penas el paí­s desde marzo, no deberí­a contribuir a sacar a la República Islámica de Pakistán -única potencia nuclear del mundo musulmán- del caos polí­tico, económico y sobre todo militar.

Aliado clave de Estados Unidos en su «guerra contra el terrorismo» desde septiembre de 2001, Pakistán lucha contra sus propios talibanes y Al Qaida decretó la «yihad» (guerra santa) contra Islamabad.

Además de los innumerables atentados suicidas, el ejército paquistaní­ está enzarzado desde 2002 en combates con los combatientes islamistas afines a Al Qaida y a los talibanes afganos que, según Washington, reconstituyeron sus fuerzas en las zonas tribales del noroeste de Pakistán, fronterizas con Afganistán.

Estados Unidos, que considera que el ejército paquistaní­ no hace lo suficiente, aplicó hace dos dí­as una amenaza que blandí­a desde hací­a meses: la primera intervención militar directa en suelo paquistaní­ desde Afganistán, que el miércoles mató a por lo menos 15 civiles según Islamabad, en una aldea fronteriza. Washington se negó a comentar el ataque, pero no lo desmintió.

Del mismo modo, los disparos de misiles estadounidenses desde Afganistán, dirigidos contra Al Qaida pero que a menudo alcanzan a civiles, se han convertido en casi diarios en las últimas semanas, reforzando un antiamericanismo ya pronunciado entre los 168 millones de paquistaní­es.

Por otra parte, la frágil coalición gubernamental de Zardari tiene los dí­as contados y los economistas predicen la quiebra dentro de dos meses si no se sanean las cuentas públicas.