En nuestra columna de hoy, continuamos con la exposición de la música del extraordinario compositor alemán Johannes Brahms y con dedicatoria a Casiopea, esposa de miel, marco sonoro, alondra de ámbar de quien aprendí el lenguaje del agua y la flor, porque de sus ojos de miel brota el secreto de la luz, quien es lumbre de mi alma y riega fuego élfico en mis venas.
Solemne Obertura Académica
El 11 de marzo de 1873, la Facultad de Filosofía de la Universidad de Breslau confirió a Brahms el título de «Doctor honoris causa». Este acontecimiento fue una gran alegría para el compositor. Un año después compuso su Obertura Académica. El mismo Brahms la definió así: «Una alegre selección de canciones estudiantiles a lo Von Suppé»- Sin embargo, a pesar de que la obra está basada en las melodías del Gaudeamus igitur (antiquísimo himno universitario del siglo XI), y de las canciones «Nosotros habíamos levantado una bella casa», y del «Â¿Qué viene de allí arriba?» (añejas canciones estudiantiles de taberna y fondas), esta obertura no es un «popurrí a lo Suppé», su elaboración es mucho más sinfónica y toda la obra está envuelta en una atmósfera de carácter más que serio.
Rapsodia para Contralto, Opus 53 (1869)
Esta composición para contralto, coro de hombres y orquesta, está inspirada en el texto de Goethe: «Viaje invernal por el Harz». Hay que tomar en cuenta que en 1777, cuando Goethe estuvo en la región del Harz, el ambiente invernal que encontró allí le inspiró una oda sobre el Destino, que a unos da la felicidad y a otros la desgracia. La idea fundamental del poema gira en torno de un joven sabio (Plessing) que, desesperado de la vida, encuentra la tranquilidad gracias a Goethe. Estas estrofas fueron adaptadas por Brahms. La primera, para contralto solo, describe al joven errando desesperado por la montaña nevada y solitaria. En la parte central, la contralto se lamenta de la suerte del infortunado. En la última estrofa, el coro de hombres entona una oración sencilla, pero llena de devoción, que sirve de fondo conmovedor a las súplicas insistentes de la contralto.
Algunas composiciones para piano
Las primeras composiciones de Brahms fueron escritas para piano: «Sonatas, Opus 1, 2 y 5», definidas por Schumann como «veladas sinfonías». En efecto, su realización indica que estas composiciones son más de inspiración orquestal que puramente pianística; por el contrario, de esta última fuente procede, por ejemplo, la obra de un Chopin. Por lo que respecta a la técnica pianística puede afirmarse con propiedad que «Schumann engendró a Brahms». En cuanto a sus ideas, en ambos se hallará por igual al admirador de Bach y Beethoven. Como compositor de música para piano, Brahms se distingue sobre todo por sus Variaciones. Entre éstas brillan sus «Variaciones sobre un tema de Hí¤ndel, Opus 24», tema tomado de las «Lecciones» (final de la suite en si bemol mayor). Aquí el estilo orquestal sobresale por encima del pianístico. Estas variaciones no sólo afectan a la materia sonora, sino a su carácter.
De esta manera, nació un ciclo de veinticinco piezas francamente románticas en su mayor parte, contrastadas vigorosamente entre sí y coronadas por una fuga, en la que, a la severidad de Bach, se une esta atmósfera romántica, característica de Brahms. Las «Variaciones sobre un tema de Paganini, Opus 35» es más bien una obra de estudio técnico del piano.
Desde el punto de vista puramente musical, la mayoría de los melómanos prefiere las pequeñas piezas para piano de Brahms. Ante todo, los Intermezzi, Opus 117 (Brahms los denominaba con razón «Canciones de Cuna de mis dolores»), nos permiten conocer el grado de ternura que encerraba el corazón de este hombre que, muy a menudo, trataba de encontrar un refugio detrás de una máscara adusta, casi de profeta asceta. Nos hallamos ahora ante el compositor que supo componer en sus bucólicos sueños, canciones como Soledad.
En sus Capriccios, sin embargo, escuchamos al artista que en los «Valses-Canciones favoritas» decía: «No, no podemos entendernos con el resto de los hombres»; a través de un tono a veces áspero, se percibe la voz del hombre bueno y sensible. Finalmente, las «Danzas Húngaras» de Brahms están lejos de parecerse a las fantasías sobre temas populares de Liszt; más bien nos acercan al carácter de las baladas. Estas adaptaciones revelan con mayor autenticidad que las «Rapsodias» de Liszt, la manera de tocar de los conjuntos gitanos.
Por último, podemos reiterar que la música de J. Brahms es y seguirá siendo uno de los manantiales más cristalinos y profundos del arte musical occidental.
Es nuestro deseo que estas notas sirvan para que el lector melómano pueda acercarse, con veneración a sus riberas inefables.
Los apuntes anteriores provienen de observaciones personales y de los exégesis de musicólogos como Enrique Anleu Díaz, Felipe Pedrell, C. Howí«ler, Klaus Mann y Edward Schí¼re.