«Todo quedó destruido, parece un terremoto»


Dolor. Una mujer llora ante el paso del cortejo fúnebre de ví­ctimas del operativo israelí­ en Beit Hanun.

Casas destruidas, vehí­culos calcinados, carreteras cortadas: después de seis dí­as de una vasta ofensiva militar israelí­, Beit Hanun ofrece un panorama de ruinas y desolación.


Amanece en esta ciudad del norte de la franja de Gaza, Beit Hanun, donde nada es como antes de los ataques israelí­es que duraron seis dí­as y provocaron la muerte de casi 60 palestinos.

El panorama es desolador. La escuela y la mezquita están destrozadas, los edificios derruidos, los postes de electricidad en el suelo, las aguas residuales desbordan las calles. Los habitantes lloran por sus «mártires», los ojos enrojecidos por la fatiga y el odio.

El ejército israelí­ se retiró anoche de esta localidad de 30 mil personas, al culminar la ofensiva militar bautizada como «Nubes de otoño» que provocó la muerte a unos 60 palestinos, la mayorí­a de ellos combatientes.

«Los israelí­es me detuvieron cuando empezó la incursión. Regreso a mi casa por primera vez, pero ya no me queda nada», explica Jaled delante de la fachada de su hogar, completamente derruida.

Alrededor de 40 personas viví­an en ese edificio de tres pisos, situado en la ciudad vieja de Beit Hanun, escenario de los combates más cruentos entre grupos armados palestinos y el ejército israelí­.

«Hemos perdido todo», relata su cuñada, Aida Ali Yasji. «Todo lo que tengo es esta ropa que me dejaron los vecinos de la casa en la que estoy durmiento», añade. Jaled levanta las manos al cielo y grita: «Â¡Han cometido un crimen de guerra en Beit Hanun!».

De la mezquita Nasser, una de las más antiguas de toda la franja de Gaza, a pocos metros de la casa, sólo queda en pie un minarete blanco y verde que resistió a las embestidas de las topadoras israelí­es y a los tiros de obuses.

Por el suelo están desperdigados ejemplares calcinados del Corán, que un grupo de niños trata de recuperar.

«Esta mezquita tení­a más de 800 años. Era parte de nuestro patrimonio y miles de personas la visitaban cada año», se lamenta Akram Abdel Jaud Qassam, cuya familia cuida el lugar de culto desde hace medio siglo.

«Los judí­os lo quieren destruir todo. Incluso nuestra herencia y nuestra historia. Es una tragedia», continúa el anciano. «Dijeron que habí­a combatientes en la mezquita, pero mentí­an. Yo tengo las llaves y estaba cerrada. Ocuparon mi casa durante dos dí­as y nunca me pidieron que la abriera para mostrarles que estaba vací­a».

La cólera se lee en su cara. «Â¿Por qué destruyen las casas? ¿Acaso éstas tiran cohetes? ¿Y la red eléctrica y el agua potable? ¿También disparan cohetes?», se interroga con amargura.

Fathia Abu Zareq, que viví­a en una casa colindante a la mezquita, le interrumpe. «Están locos. Disparan a todo el mundo. Niños, mujeres, ancianos. Después dicen que los palestinos son terroristas: son ellos los auténticos terroristas», afirma.

En las callejuelas del casco antiguo, con las paredes atravesadas por impactos de balas o de obuses, las familias lloran a sus muertos y cuidan a sus heridos.

Moin Abu Arbid recibe las condolencias de algunos conocidos tras la muerte de su hermano, Marwan, de 48 años, que falleció al derrumbarse su casa, que fue bombardeada. «Bombardearon a ciegas», suspira.

El dolor provocado por la muerte de su hermano no le ha hecho olvidar la humillación que sufrió cuando los soldados israelí­es realizaron redadas de hombres de entre 16 y 45 años.

«Nos encerraron como perros en corrales de la universidad agrí­cola (en el norte de la ciudad). Habí­a quizás 5.000 personas. Los israelí­es transformaron durante seis dí­as a Beit Hanun en un Guantánamo gigante, en la prisión de Abu Ghraib», indicó.

«Los israelí­es me detuvieron cuando empezó la incursión. Regreso a mi casa por primera vez, pero ya no me queda nada».

Jaled, habitante de Beit Hanun