Los visitantes no pueden darse cuenta, pero Pekín, fuera de la zona olímpica, vive a ritmo lento sorprendentemente, con sus calles calmas y restaurantes que esperan por sus clientes, después del inicio de los Juegos-2008.
Una calma relativa en esta capital enérgica de 17 millones de habitantes. Entre los pequineses pegados al televisor, aquellos que estuvieron privados de dejar la ciudad o trabajar desde sus casas para reducir la circulación, el efecto es neto.
En el restaurante hongkonés» GL, en el barrio comercial de Chaoyang, hay que pelear seguido para conseguir una mesa a la hora del almuerzo. Pero las cosas han cambiado. Después de diez días, los mozos se pelean entre ellos para captar clientes.
«Desde la ceremonia de apertura, tenemos entre 10 y 20% menos de clientes», admite la responsable Shi Lili, de 26 años, pese a la difusión de las pruebas deportivas en directo en varias pantallas gigantes de su local.
«No creo que muchos pequineses vayan a dejar la ciudad durante los Juegos, creo que algunos pidieron días en el trabajo para mirar televisión», agrega la joven mujer.
Patrones de muchos restaurantes de barrio, interrogados por la AFP, reconocen un flujo «ligeramente a la baja», pero se muestran reticentes a mencionar el tema.
Zhang Qionjing, sentada en un fast-food, explica que a la hora del almuerzo privilegia los lugares donde se transmiten las competiciones olímpicas para «pegarle un vistazo a los resultados».
Ella destaca que durante la noche en la ciudad el ambiente es particularmente calmo. «Es verdad que con mis amigos nos encontramos más bien para mirar los Juegos juntos, en casa de uno o de otro. Por lo tanto, salimos menos», explica la empleada de oficina de 24 años.
El vigilante de la recepción de la torre de oficinas de China Life constata también llegadas más fluidas durante la mañana. Delante de los ascensores, hay menos colas, a la inversa de lo que suele suceder durante el resto del año.
Además, después del 20 de julio, la circulación alternada de autos –un día las placas con patente par y al día siguiente la impar– reduce los desplazamientos.
«Sobre todo es por ello que hay menos gente, es más difícil para la gente desplazarse», comenta Sun, de 85 años, instalada tranquilamente en un banco público.
«Mire, las obras están vacías, todos los obreros se fueron», nota Zhao, haciendo referencia a miles de obreros migrantes que tienen prohibido el ingreso a la capital china durante los Juegos.
«Pero cuando se terminen los Juegos (el domingo), los migrantes van a volver y volveremos a encontrar nuestro ritmo» habitual de vida, analiza Sun.
Pekín, envuelta en grandes medidas de vigilancia, no ofrece el ambiente nocturno de los anteriores Juegos Olímpicos, los de Atenas-2004 y Sydney-2000, pero siempre hay reductos de juerguistas que se niegan a darse por vencidos.
«No ha sido muy festivo, hay que reconocerlo», decía Ian Moore, un empresario jamaicano de 42 años.
Envuelto en la bandera de su isla, en la Heineken House, un lugar montado por Holanda en un edificio de inspiración soviética, este asiduo de los Juegos Olímpicos desde Atlanta-1996 asegura que lo que le gusta es el inimitable espíritu de camaradería.
Pero las desalentadoras medidas de seguridad y la barrera del idioma, en su opinión, han puesto freno a esa fraternidad. No se autorizan las congregaciones en plena calle ni la música a tope. Pekín se porta bien.
«Puede que el comunismo no siga realmente vigente pero deja huella en el comportamiento», destaca Ian Moore.
En Atenas en 2004, las autoridades prolongaron los horarios de apertura de los locales nocturnos, financiaron conciertos al aire libre y contrataron centenares de artistas callejeros.
Cuatro años antes en Sydney, las noches en la playa de Bondi, en torno a las competiciones de voley-playa, se prolongaban las 24 horas del día.
Pekín, que tiene muchas discotecas, sabe lo que es la diversión nocturna. Pero las autoridades han logrado mantenerlo como un secreto bien guardado.
Los bares y restaurantes cercanos a los estadios tuvieron que cerrar sus puertas durante los Juegos por motivos de seguridad. Otros tuvieron que cerrar antes que de costumbre y los lugares donde suelen organizarse conciertos al aire libre tuvieron que renunciar a su programación.
En la zona olímpica inmensa que engloba el Nido de Pájaro y el Cubo de Agua, no hay animaciones ni lugares previstos para reunirse a comer o tomar un trago.
Pero algunos visitantes no han dicho su última palabra. «Todo depende de uno. Aquí uno puede divertirse de verdad, basta con hacerse cargo», decía Jeanette Lurie, fraco-estadounidense llegada de Nueva York, delante de China Doll, un club de moda del barrio de Sanlitun.
«Lo principal es conocer gente de todo el mundo. El deporte acaba siendo bastante secundario», dice.
En ese barrio, algunos bares al aire libre, muchos situados en los techos de los inmuebles, están abarrotados. En el Saddle Cantina, grandes grupos de gente toman margaritas heladas echando un ojo a cada tanto a las pruebas olímpicas proyectadas en la pared blanca del inmueble de enfrente.
Richard Zundent, de 22 años, se dispone a dejar la Heineken House con tres amigos, todos vestidos con batas chinas de seda, para seguir con su ronda de bares.
Sí, Pekín está bastante más «prudende» de cómo lo encontró el año pasado, en su última visita a la capital china, pero no le importa. «Mientras se pueda tomar una coma y haya chicas guapas, todo va bien».