Juan B. Juárez
El conflicto entre el modo académico de hacer arte y la libertad creativa es más profundo de lo que estamos acostumbrados a reconocer y no se limita a la decisión personal de ser o no académico, pues es una cuestión de sensibilidad y habilidades individuales innatas, como bien lo sabe Byron Rodas (Guatemala, 1959), atrapado en el corazón de esa fractura que hace tenso el interior de nuestra cultura.
Byron Rodas, en efecto, es un excelente dibujante y un colorista minucioso y exacto, virtudes que sumadas a su espíritu observador producen obras de un realismo que no sólo es convincente sino deslumbrante.
Son tan deslumbrantes sus cuadros que no importa lo que en ellos se represente (un desnudo femenino o un clásico bodegón con frutas), pues lo que verdaderamente se ofrece como espectáculo y ostentación es propiamente el dominio del oficio.
En este aspecto, la severidad es extrema: el modelo o la referencia son, en efecto, meros pretextos para el ejercicio virtuoso de una técnica que tiende a la excelencia. En nuestra época, repito, la tendencia es a obviar el rigor técnico para, supuestamente, lograr una expresión directa de emociones complejas e intensas. Digo supuestamente porque mucha de la espontaneidad de las expresiones artísticas contemporáneas es, también, un efecto técnico, pero que, de todas maneras es producto de otro tipo de sensibilidad, muy diferente a la que, por ejemplo, posee Byron Rodas.
La presión que ejercen las modas artísticas y las aspiraciones al éxito y al reconocimiento que comprensiblemente mueven a los artistas, en el caso de Byron Rodas van en dirección contraria a su talento y habilidades y, sobre todo, a su íntima visión del oficio de artista.
Su pintura abstracta es, en efecto, el esforzado resultado de esa «falta de sintonía» entre su sensibilidad y las exigencias formales de la época, un esfuerzo por conciliar esa fractura que se da entre sus habilidades innatas y una cultura que no las aprecia.
De esa cuenta, sus composiciones abstractas tienen el carácter de soluciones, magistrales y deslumbrantes si se quiere, pero siempre con el objetivo de hacer una demostración de solvencia técnica: un juego deslumbrante que, como un prisma, distorsiona la luz, la forma y el color pero que siempre conserva su raíz en el reflejo minucioso de la realidad objetiva, es decir que de todas manera deja fuera la expresión de la subjetividad que tanto nos gusta a los contemporáneos.
Lo único subjetivo en el que hacer de Byron Rodas es su gusto por la técnica, el disfrute de los materiales y de su aplicación mesurada en razonables proyectos expresivos, el gozo por los trazos limpios sobre las superficies claras y el placer que le producen las representaciones perfectas.