Julio Donis C.
Guatemala se percibe a través de un prisma que se llama violencia. La noción de la realidad es mediada por el crimen, y la violencia se ha convertido en una especie de lenguaje perverso que traduce las ideas sobre el entorno. Al mismo tiempo nos hace insensibles porque nos cuestiona de frente y no hay respuesta que podamos ofrecer, o un posicionamiento fuerte y claro a favor de la vida que podamos levantar; sólo hay un profundo sentimiento de culpa y abatimiento. Se vuelve irrisorio creer en el sistema de justicia de un Estado que desampara a sus ciudadanos. Hay más clamor y voces alzadas afuera del país que lo que nosotros mismos podemos levantar por nuestras propias víctimas.
Morir a las puertas de la juventud demuestra deshumanidad, denota que somos una sociedad precaria que se come a sus propios hijos porque padece locura. El parangón más adecuado es la obra de Goya que retrata al dios mitológico
Cronos devorando a su hijo con la mirada desorbitada arrancándole la cabeza. Morir a los 20 implica que la expectativa para este pueblo joven es entre la pobreza y la muerte, despoja de esperanza el sentido de la vida, el cual se hace efímero ante la idea enrarecida de desarrollo y realización individual. Vidas cortadas de manera abrupta sumadas por decenas inmutan, pero no sacuden, no hacen reaccionar, sólo contribuyen a una culpa generalizada, a un sufrimiento íntimo de las familias y a un silencio cómplice de todos.
La violencia esparce una lógica de degradación social que acumula sed de venganza en cada individuo, es tapa de un gran recipiente cinético de insatisfacción social que produce, a su vez, más muerte; de hecho la peor de las verdades es descubrir que muchos de los verdugos de los jóvenes asesinados son también otros jóvenes, cerrando así un ciclo de muerte. Además de la pobreza, el acto violento y delictivo que acaba con vidas jóvenes y no tan jóvenes se facilita porque hay una condición favorecedora, la impunidad.
¿Y la justicia?
La responsabilidad la tiene casi toda el Estado y con el pasar del tiempo se ha convertido en la norma. Para el gobierno la impunidad sirve de manera perversa, para identificar las contradicciones sociales y las fortalezas del crimen corporativizado, pero no le sirve para la cohesión o la justicia social. En ese valle de incertidumbre, la opción de debido proceso judicial de un asesinato, se convierte en un acto desestimado, a partir del cual ocurre un desmoronamiento permanente y sutil del valor de la justicia y la verdad, mismo que se va instalando en el imaginario político de los guatemaltecos. Supongo que todos nos hacemos la pregunta: sirve de algo el sistema de justicia?
Un asesinato es una vida tomada por la impunidad, pero una vida joven asesinada es un pedacito de esperanza, que esta sociedad echa a la hoguera del horror. La historia diaria del país se recrea en una danza de muerte, varias decenas de jóvenes que son asesinados se convierten en mordaza como ladrillos que levantan un muro gigante de miedo y silencio sonoro.
Qué terrible coincidencia que en ocasión de Día Mundial de la Juventud, Guatemala se apunte con decenas de jóvenes asesinados que se cuantifican en números fríos. Debido es por lo menos reconocer sus nombres y sus apellidos para que nos confronten e incomoden. Muchas de esas vidas que se apagaron se olvidan y otras corren mejor suerte porque son sujetas de demandas y movimientos pro justicia y derechos.
Jóvenes como Juan Diego Quevedo de 14 años; ílvaro Gamarro de 18; Diego Toma de 17, y Osmar García en la ciudad capital; y Sergio Munrayo en Puerto Barrios fueron asesinados y sus nombres quedarán en las páginas interiores de los diarios y en la conciencia de un pueblo. Otras muertes como la de Eliazar Hernández de 22; Mario René Gamez de 23, y Juan Navarro de 19 en Palín, Escuintla, rebasan los periódicos y la reacción del propio Estado; son motivo de demandas por derechos y justicia de un movimiento virtual que se hace global. Las voces vienen de la Cruz Roja Juventud, de la Alianza Latinoamericana y del Caribe de Asociaciones Cristianas de Jóvenes, de Ecoclubes en Costa Rica, de Renoj en Guatemala, del Consejo de Juventud de Portugal, España, Nicaragua, El Salvador y Honduras; de la Plataforma Federal de Juventudes de Argentina, del Foro de Juventudes de Río de Janeiro, Brasil y de muchos lugares más que expresan solidaridad.
Las demandas de afuera deben movilizar la sanción social de adentro. Sin embargo, el riesgo es inminente y la rueda de la muerte seguirá su insaciable juego de horror, puesto que las mismas condiciones de pobreza e impunidad garantizan la continuidad de la muerte, porque la injusticia se va institucionalizando día tras días, asesinato tras asesinato, en detrimento y descrédito de instancias como el Ministerio Público y la policía, que no tienen por si mismos la culpa, sino que expresan la precariedad de un Estado y de su sociedad que se devora así misma.
Julio Donis.
Sociólogo.