Algunos duermen sobre la hierba, bajo la mirada indiferente de las vacas, otros se entrenan con sus armas y conversan a lo largo de la carretera a pocos kilómetros del frente bélico en Osetia del Sur: son voluntarios osetios listos para «defender su patria» contra los georgianos.
«Tenemos mucho miedo, pero qué le vamos a hacer, no nos queda otra salida. Es nuestra casa, debemos protegerla», argumenta Zaur, un estudiante de ingeniería de 24 años, llegado de Osetia del Norte, en Rusia, para echar una mano a su pueblo del otro lado de la frontera.
«Queremos la paz, pero no es posible con ellos», dice este joven, refiriéndose a los georgianos, que ejercen una tutela sobre Osetia del Sur rechazada por sus habitantes.
Señala a sus camaradas y asegura que «sufren, igual que los civiles».
Algunos de estos voluntarios aguardan la llegada de armas y municiones, otros, simplemente, de órdenes. Se encuentran en la única carretera de la aldea de Yava, a unos 20 km de Tsjinvali, capital de Osetia del Sur, donde desde ayer están enfrentadas las fuerzas georgianas con las rusas.
Desde su ubicación observan pasar a los soldados rusos en sus tanques: «Pronto iremos todos hacia allí», hacia el frente, indica Zaur.
Al juzgar por el crepitar de los disparos procedentes de Tsjinvali, los combates duraron toda la noche, mientras Rusia enviaba refuerzos.
La mirada, angustiada, de los voluntarios se dirige hacia el cielo, surcado por helicópteros rusos cargados de misiles.
Por el momento, los rangos de los combatientes están integrados por osetios llegados de ambos lados de la frontera. Pero muchos están convencidos de que pronto llegarán nuevos voluntarios de otras regiones del Cáucaso, en particular de Abjasia, independentista como Osetia del Sur.
Irber y Tamerlan son dos hermanos sud-osetios que se han unido a los voluntarios. El primero, fusil cargado al hombro, no parpadea cuando habla de «genocidio» para etiquetar a las 1.400 muertes anunciadas en Tsjinvali en un día y medio.
«Nadie perdonará esto», agrega Irber, con los puños cerrados.
Un hombre de edad avanzada constata lo palpable que es el rencor de estos jóvenes contra el presidente georgiano, Mijail Saakashvili, alimentado por la «humillación» a la que ha sometido a la república de Osetia del Sur, privándola de su cultura y «forzando a la gente a convertirse en georgianos».
«Saakashvili dice una cosa y hace otra. Llama al alto el fuego y después lanza bombas por la noche contra la gente y los niños que duermen», acusa Soslan, de 23 años, en alusión a los combates del ayer en Tsjinvali.
«Además, por lo que yo sé, nadie debe combatir durante los Juegos Olímpicos», símbolo mundial de la paz, observa.