No estuve en la cita del club de Aventureros en el Club Saint Ex de la 14 y U St. de Washington, D.C., este 30 de julio celebrando a Saint Exupery en el 64 aniversario de su muerte. El menú del chef Barton Seavers estaba anunciado al ingreso: Martíni muy seco con base de Plymouth Gin, la receta de un gran aventurero, Sir Winston Churchill seguido de Grilled Calamari -North Carolina Tyle Fish-Hereford Sirloin, luego ensalada de remolacha con queso de cabra -rábano a la vinagreta-tomates verdes fritos y para terminar un cremoso cheese cake o bien helado cobbler de cereza, todo esto aderezado con blancos y tintos de Burdeos y Provence y el mejor calvados de Normandía; el motivo de la reunión valía la pena, era el aniversario de la muerte de un aventurero, un poeta, un escritor y un gran hombre recordado por el Club de Aventureros de New York aún cuando la cita esta vez era en Washington. El Club de Aventureros fue fundado en el «Joel¨s Bar de New York en 1912 por 34 hombres reunidos alrededor de una mesa, dentro de ellos había soldados, marineros, trotamundos y viajeros, periodistas, autores y científicos. Este 30 de julio el Club celebraba a uno de los suyos que encajaba dentro de las reglas de la membresía: Tener un espíritu aventurero, ser un caballero, un quijote amigo de las causas pérdidas y a la par un hombre compasivo y misericordioso.
Antoine Jean Baptiste Marie Roger, de Saint Exupery, nació en Lyon, Francia, un hijo de la nobleza provinciana y murió tempranamente a los 44 años el 30 de julio de 1944 en la Costa de Marsella. Había salido del aeropuerto de Bastia en Córcega en una misión de reconocimiento aéreo durante la Segunda Guerra Mundial y desapareció suponiéndose que había caído al mar, volaba un Lighting P38, un avión tenido por inseguro entre los pilotos y rebasaba con mucho la edad ideal para volar. Desde ese día se tejieron historias y pasaron más de 50 años sin conocerse lo que había sucedido.
Contrastando con su naturaleza melancólica más propia de un hombre tradicional y conservador, Saint Exupery era una fuerza de la naturaleza, llevaba la sed de aventura dentro de sus venas y como buen aventurero era un adicto a la adrenalina. Su pensamiento profundo con un toque de infantil sencillez era fácil de deducir en sus libros particularmente a través de la figura de aquel Principito que lo inmortalizó un viajero espacial que baja al desierto para llevarlo con el a su mundo de ficción. Saint Exupery intentó estudiar arquitectura pero la sed de aventuras pudo más, obtuvo su licencia en 1922 en la Escuela de Aviación Militar de Strasburgo. Pasado un tiempo dejó de volar y se reinició en 1926 después de pasar varios años viviendo en Paris. Le tocó ser un pionero del correo aéreo volando casi sin instrumentos de Toulouse a Dakar, en ífrica, y luego de Casa Blanca al mismo Dakar en la Costa Africana. Principió a borronear papeles y publicó en 1929 su historia personal en El Aviador y algo mas de ella en su segundo libro a poco de obtener el puesto de Director de la Aéreo Postal Argentina en Buenos Aires y luego en 1931 ganó con Vuelo en la Noche un primer premio. En lo personal siempre quedé impresionado por la forma magistral cómo describió la Colina Diamante, un entorno de rocas, precipicios y estanques glaciares en aquella inmensidad de nieves andinas entre Argentina y Chile volando en un monomotor.
En 1931 Saint Ex conoció a una joven salvadoreña, la señora Consuelo Suncin Sandoval viuda del escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, la boda fue en Grasse Francia y para allá se fueron a vivir. Conocí a doña Consuelo en 1974 visitando a sus familiares en Guatemala , una mujer agradable que debe haber sido muy bella, una persona expresiva de amena conversación en la que se notaba un conocimiento de la vida que se había nutrido con lecturas dentro un ambiente cultural refinado, era escritora además de haber enganchado su vida con dos escritores. Las mujeres en los años en que a ella le tocó vivir o lo hacían así o no lo hacían pues las universidades no estaban asequibles para el género. Supe bastante de doña Consuelo y también de Saint Exupery a través de mi suegra la muy recordada doña Ofelia Sandoval de Quiñónez con quien eran primas hermanas, habiendo compartido su niñez en una finca en las vecindades de Armenia, en El Salvador, para luego separarse al residir doña Consuelo en Francia. Vivía cómodamente de las rentas familiares de su esposo en aquel país, había heredado el titulo de Condesa y era dueña de un castillo en donde vivía con una pareja de servidores de confianza el cual decía, costaba una fortuna mantener de pie.
Contaba doña Consuelo cómo vivió días de angustia cuando el 30 de diciembre de 1935, después de un vuelo de 20 horas cuando se dirigía de Paris a Saigon, Saint Ex cayó con su navegante André Prevot en el Desierto de Sahara, participaba en un Rally con un Caudron C 630 detrás de la gloria y un premio de 150 mil francos que nunca obtuvieron. Las peripecias de esa aventura las narró en su libro Arena y Estrellas; Sain Ex y su navegante estuvieron heridos y viviendo casi sin agua durante cuatro días, su tesoro fue un termo con café, una naranja, algunas uvas y una caja de galletas hasta que fueron encontrados por un Beduino en su camello, esta visión del desierto la utilizó más adelante en la introducción de su obra más conocida El Principito.
Al inicio de la guerra viajó a los Estados Unidos ya con reconocimiento de escritor residiendo también en Canadá y regresó a Francia en 1943. Fue en Asharoken Long Island en donde nació el Principito en 1942 y la cautivadora historia de aquel viajero interplanetario que contaba historias con elefantes y boas abrió muchos corazones y lo lanzó a la fama por su sencillez y la profundidad de sus enseñanzas. (continúa)