Laura Jiménez vivía en la pobre choza de un barrio marginal de Saltillo, México.
Tenía 4 niños a su cargo, quienes le obedecían dócilmente, porque ella sabía orientarlos.
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Muchas de las vecinas la criticaban, motivadas por la envidia, diciendo que era muy exigente y que así, haría brotar el rencor en los pequeños.
Pero eran muchos más los que la admiraban ya que, en la mañana, vendía frutas y verduras, y por la tarde, lavaba ropa ajena. A pesar de eso, su humilde vivienda era todo un altar de sencillez y limpieza.
Estas razones estaban coronadas por el hecho de que Laura era una niña de sólo 12 años, pero como su padre los había abandonado y su madre había muerto, le tocó a ella tomar las riendas del hogar.
A LOS GRANDES, LAS DIFICULTADES LOS HACEN MíS GRANDES.