Las guerras permanentes


En la lógica militar imperialista prevalece el dicho aquél que si no se tiene un enemigo en frente, hay que inventarlo. Con ello, los tanques pensantes del Pentágono tratan de garantizar la supervivencia y continuidad de la dominación imperial y la dependencia y sujeción de los territorios y población que sus tropas y maquinaria letal invaden y ocupan. Es, podrí­a decirse, el «nuevo» neocolonialismo a través de las guerras permanentes como método y de la ideologí­a neoliberal y globalizadora como sistema.

Ricardo Rosales Román

Académicamente y, en algunos cí­rculos, polí­ticamente, ahora se habla de nuevas guerras, denominación que corresponde al hecho de que ya no son las guerras que se dan entre naciones sino que se dan al interior de los paí­ses «o entre, por lo menos, un ejército regular y uno irregular» y que a causa de «los cambios de las estrategias de la conducción […], hasta los paí­ses con ejércitos regulares están externalizando (sic) la violencia a empresas privadas o estructuras paramilitares: actores que no son los tradicionales de las guerras «comunes». A ello se refiere, en detalle y con abundante opinión, el investigador italiano Darí­o Azzellini.

Según Azzellini, «el sentido de la guerra cambió. Tradicionalmente, era para cambiar las elites y el control de las economí­as, o introducir otro modelo de dominio económico o polí­tico. Ahora, en muchos casos, las guerras son permanentes. No se hace la guerra para implementar otro modelo económico sino que la guerra misma es el mecanismo de ganancias».

El caso más cercano es Colombia. «Muchas de las ganancias en ese paí­s son porque -prácticamente- es un paí­s en guerra. Durante los últimos 20 años, el pasaje de la agricultura pequeña y mediana a la agroindustria se hizo con una guerra. Si no, no hubiera sido posible expropiar millones de campesinos de sus tierras y hacer una reforma agraria al revés, donde terratenientes y paramilitares se apropiaron de 6 millones de hectáreas de tierra».

En cuanto al papel del Estado, Azzellini asegura que «en todo el discurso liberal se dice que el Estado está supuestamente perdiendo el control de esos actores armados. Creo que los Estados -agrega- no pierden el control y, si lo pierden, es en pequeños puntos. Simplemente están [?] creando confusión». (La guerra ya no es para instalar otro modelo económico: ella es el modelo, entrevista realizada por Natalia Aruguete y Walter Isaí­a, de Página 12, publicada en Rebelión el pasado martes 1 de julio en curso).

Pero si en cuanto al aumento de las guerras regulares con relación a las irregulares y el paso de las regulares a las permanentes corresponde a una estrategia de conducción, lo que en realidad hay detrás de ello son los poderosos intereses de las corporaciones a las que el Pentágono favorece con cuantiosos recursos destinados a la modernización de su maquinaria de guerra y tecnologí­a bélica, así­ como a operaciones militares en unos casos abiertamente y, en otros, subrepticiamente.

Según Nick Turse, editor asociado y director de investigación en Tomdispatch.com y cuyos escritos se publican en Los Angeles Times, San Francisco Chronicle, Adbusters y Nation, «en 2002, los masivos traficantes de armas: Lockheed Martin, Boeing, y Northrop Grumman se clasificaron primero, segundo y tercero entre los contratistas del Departamento de Defensa, al absorber 17.000 millones de dólares, 16.600, y 8.700 millones respectivamente»; [?] y, en forma siempre ascendente, lo volvieron a hacer los cuatro años siguientes. No es de sorprenderse, entonces, que en 2007, las sumas absorbidas ascendieran «a 27.800, 22.500 y 14.600 millones de dólares», respectivamente.

A lo anterior hay que agregar «un selecto grupo que son amos del universo en el complejo militar-corporativo en permanente expansión, que consigue regularmente más de mil millones de dólares de dinero público al año del Departamento de Defensa». (Nick Turse: Las corporaciones ocultas del Pentágono. La vida diaria militarizada, la economí­a civil «pentagonizada», y el Pentágono privatizado, 29 de junio de 2008).

Cinco de ese grupo selecto de las corporaciones ocultas al servicio del Pentágono son contratistas furtivos que en 2007 «recibieron más de 8.900 millones de dólares de dineros públicos» como parte del gran negocio de la guerra en esta época y de las guerras del futuro.

Un contratista furtivo es aquél al que se le permite que haga sus negocios a escondidas o sus operaciones sin permiso oficial. Es por ello que el estadounidense promedio nada sabe de esos cuantiosos manejos, cómo se utilizan esas multimillonarias sumas, y las operaciones militares y paramilitares a cargo de esas corporaciones ocultas, a no ser lo que ocasionalmente y de manera inofensiva aparece en las páginas de anuncios de algunos de los periódicos y que nada tiene que ver con el apoyo y participación en las guerras de ocupación del Pentágono en Afganistán e Irak.

A esos cinco grandes contratistas furtivos y las cuantiosas sumas de dinero que manejan en forma oculta, me referiré la próxima semana.