El doctor Rafael Espada, vicepresidente de la República, está poniendo atención a los problemas detectados en unidades de la red hospitalaria del país.
Y es que, indudablemente, el doctor Espada conoce bien las penosas situaciones que se dan en los centros de salud. Está en su mero campo como profesional de la medicina que es, y ahora tiene oportunidad de actuar a favor de la pobrería que necesita los servicios curativos en cuanto a los males que la aquejan.
Es de reconocerse el hecho de que, por especial interés del vicemandatario, a la gente de las raíces del pueblo que acude a los hospitales nacionales ya no se le cobren los servicios que se le prestan, lo cual difiere de lo que estaba sucediendo por disposición arbitraria de las respectivas autoridades. Eran injustos esos cobros a tantos compatriotas que a duras penas podían pagar el transporte hacia los mencionados antros del dolor humano, ya no digamos el hospedaje y la alimentación de muchos de ellos mientras había camas disponibles.
Lo que debe de seguir costando a esa pobrería popular es la admisión. Aun en los puestos de consulta externa, donde se forman colas tan largas como las de los diputados…, abundan los portazos ofensivos.
Hay personal médico (sobre todo entre los jóvenes practicantes) que se comporta irrespetuosamente en su relación con los enfermos. Algunos de los irrespetuosos «matasanos» añosos y mociles, como diría el doctor Pérez Avendaño, tratan como si fuesen sus hijos a los pacientes. Les dicen «mijos», no importa que sean ancianos y que los galenos sean unos «muchachotes» todavía. Eso es realmente censurable y, si se quiere, vejatorio.
Es plausible el trabajo que ha venido realizando el doctor Espada en los hospitales nacionales y demás centros de salud que han sido establecidos para prestar los servicios que requieren, muchas veces con suma urgencia, los mortales empobrecidos que materialmente no pueden pagar lo que cobran los hospitales, las clínicas y otros entes del sector privado que, como dice quejumbrosamente mucha gente, son verdaderos «desplumaderos sociales», aunque, como sabemos, en ellos no faltan los profesionales que tienen alma; que sienten compunción respecto de los humanos que sufren los flagelos del infortunio.
Los profesionales apartados de la serie hacen honor al juramento hipocrático. ¡Al humanismo!, pero son los menos.
En otros países, la tendencia consiste en dar prioridad, a lo mejor primerísima prioridad, a la acción preventiva de las enfermedades y, por ese motivo, lejos de aumentar el número de hospitales y demás centros de salud, se trata, lógicamente, de evitar en todo lo posible los azotes de los males de que son -o somos- susceptibles de padecer todos los mortales.
Es menester que el alter ego de don ílvaro Colom, o sea el doctor Espada, no se quede en el «arrancón», sino que, antes bien, continúe acicateando a los funcionarios del Ministerio de Salud Pública para que en todos antros del dolor humano se atienda como Dios manda, con verdadera filosofía de servicio social, humanitario, sin cortapisas, a la pobrería de la población, la que, de no ser así, debe presentar sus quejas a tono con las circunstancias sin ambages ni reticencias y sin pérdida de tiempo, ante las autoridades correspondientes.