El andamiaje jurídico-normativo guatemalteco, nuestro régimen de legalidad, es complejo en extremo. En adición a ello, la sociedad guatemalteca y algunos de sus principales representantes (en lo económico, lo político y lo social) demandan respuestas en el menor tiempo posible. En consecuencia, es enorme el desafío que implica armonizar intereses que históricamente no suelen ceder, ni aunque tal implique un mayor beneficio para todas las partes. Así las cosas, hoy se suelen criticar las acciones y las reacciones del Gobierno Central en el marco de una incesante construcción de laberintos que nos llevan cada vez con mayor reincidencia a puntos de retorno obligado. Es decir, volver a empezar.
Después de un breve receso impuesto por una dinámica laboral propia, aquí de nuevo. Con otros desafíos personales. Otras inquietudes. Nuevos desencantos y también renovadas frustraciones, por esa lastimosa tendencia al corto plazo en cuanto a los resultados que se suelen demandar de toda la gestión pública. Gracias al apreciable lector que se preguntará que me pasó. Gracias. Muchas gracias. Simplemente aquí de nuevo y retomando una vieja denominación a este espacio que había quedado guardada: Uno a Uno los temas de nuestra realidad nacional, desde mi óptica.
En un país como el nuestro lleno de múltiples experiencias de procesos inconclusos, asumí que la representación gráfica de tal escenario que nos rodea y que nos ha rodeado en las últimas décadas, por si no más tiempo, es un laberinto. Nuestros políticos envueltos en su propio afán creen visualizar la ruta y así nos prometen tal o cual resultado que se obtendrá en un plazo dado. Pero ahí está que cuál laberinto armoniosa y constantemente construido por nuestras propias limitaciones, como país, pueblo y dirigentes nos topamos reiteradamente. No podemos salir del laberinto.
Nos negamos a revisar la historia y si lo hacemos, como colectivo, afloran actitudes que van del revanchismo a la indiferencia. Pero no la búsqueda de acuerdos mediante el consenso de buena fe. Tenemos un Estado caduco, se ha dicho reiteradas veces y está demostrado. Y también tenemos una sociedad castrada de futuro que se niega a enfrentar ese conjunto de desafíos, pero que reclama con energía: responsabilidad social del empresariado; seriedad del político; compromiso del funcionario público; entrega del servidor público y en general, mística del subordinado. Y demanda firmeza en nuestros derechos, pero flexibilidad en nuestras obligaciones. Solemos exigir sin aportar bajo la dimensión de responsabilidad socialmente compartida por todos.
Solo en los libros de texto de los primeros años de la formación de los futuros economistas se privilegia al individuo. De hecho como sujeto del orden económico que se habrá de construir es en efecto, el punto de partida. Empero, en consistencia con nuestra obligada convivencia social y espíritu gregario, luego hay que privilegiar los esfuerzos colectivos, que ha sido la única forma de garantizar el desarrollo en armonía y equidad. Y aquí es en donde se producen otras «graciosas trampas» de ese laberinto que solemos construir, unos por acción y otros por omisión.
Construimos las barreras y luego nos quejamos al no poder superar los obstáculos a los que nos enfrentamos. Uno entre mil ejemplos. La entonces propuesta presupuestaria del 2007, para el actual ejercicio fiscal, centró su atención en un cada vez más inoperante funcionamiento y una acentuada limitación a la inversión. Impuso cortapisas a la administración por convenio de la cosa pública. Los abusos en esta figura cometidos en el pasado justificaban tales «candados». Y se tendió una trampa cuya salida es dificultosa en extremo. Así, lo que se proyecta para 2009 (presupuestariamente) es una réplica de aquella estructura impuesta en el 2007. El laberinto no cesa. Y el ejercicio de gobernar se desenvuelve en ese ir y venir del que cuyas trampas, salimos de unas para caer en otras.