Cuba celebra la fiesta más importante de la revolución hoy, cuando se cumplen dos años de que Fidel Castro enfermara y saliera de escena pública, y su hermano Raúl emergiera para dirigir una lenta transición sin viraje político y cautelosos cambios económicos.
Raúl, de 77 años, encabezará el acto que conmemora en Santiago de Cuba, 950 km al este de La Habana, el 55 aniversario del asalto al Cuartel Moncada, que, aunque fallido, la historia registra como la primera acción armada de Fidel Castro que desembocó en 1959 en el triunfo de la revolución.
La efeméride rememora la última aparición pública del líder comunista, que tras los actos del 26 de julio de 2006 en Bayamo y Holguín fue operado de urgencia y cinco días después cedió el mando a Raúl provisionalmente por sufrir una grave enfermedad intestinal.
Dos años después e investido presidente hace cinco meses tras la renuncia de Fidel, Raúl gobierna con los militares y la vieja guardia comunista, empecinado en reactivar la economía, con base en una reforma agrícola y un aumento de la productividad a través del pago por rendimiento, sin «igualitarismo» ni techo salarial.
«Todos quisiéramos ir más rápido, pero es necesario actuar con realismo», dijo hace dos semanas ante el Parlamento.
Hace un año en el acto del 26 de julio en Camagí¼ey, aún interino, sorprendió al anunciar «cambios estructurales». Hace poco declaró «máxima» prioridad a la producción de alimentos y autorizó la entrega de tierras ociosas en usufructo a manos privadas, pero sin modificar la propiedad estatal.
La expectativa llegó al tope cuando, tras asumir formalmente la presidencia, eliminó prohibiciones que impedían a los cubanos hospedarse en hoteles, contratar celulares o alquilar autos; liberó la venta de computadores y autorizó permisos a transportistas privados.
Pero los cubanos se quejan de que el salario (de unos 17 dólares al mes) no da para vivir, aunque tengan alimentos subsidiados y servicios gratis, y piden la eliminación de restricciones para viajar, apertura de pequeños negocios privados y libre comercio de autos y casas.
«No he visto cambios, todo normal. Hay algunas mejoras, puedo hacer lo que hace un extranjero, ir a un hotel, alquilar un carro, pero lo otro, el costo de la vida sigue ¡en candela! (mal)», evalúa Pedro Núñez, de 51 años, que trabaja estacionando autos en la calle.
El transporte mejoró mucho y hay menos apagones. José Sánchez, chófer de 30 años, es optimista y paciente: «Veo cambios para mejor, pero pequeños y lentos. Va a mejorar la alimentación, pero eso lleva tiempo».
«La gente todavía espera cambios simbólicos. Raúl está en deuda. Hay un poco de desconcierto por la incertidumbre de a qué modelo se va a apostar, parece ser que a uno menos centralizado, pero aún está en debate y no se sabe qué es», dijo un sociólogo cubano, que prefiere no citar su nombre.
Cambios «poco a poco» con modelo cubano, ni chino ni vietnamita, y sin poner en duda el socialismo, sostiene Raúl, al salir al paso de cualquier suposición.
Su gobierno firmó dos pactos de derechos humanos, conmutó penas de muerte, y mejoró sus relaciones con la Iglesia y la Unión Europea -que recién eliminó sanciones impuestas en 2003-, pero la oposición afirma que hay represión y cero apertura política.
Para Washington las medidas son «cosméticas». Analistas internacionales no logran descifrar hasta dónde llegarán los cambios de Raúl y estiman que mientras viva Fidel todo seguirá igual.
«Hay una parálisis. Están buscando una fórmula intermedia que no acaban de lograr, cómo producir sin liberalizar, dar espacios sin apertura, manteniendo el poder intacto. Y en esa búsqueda hay una fricción entre reformistas e inmovilistas», opina el disidente moderado Manuel Cuesta.
A punto de cumplir 82 años, Fidel parece mejor de salud, y, aunque retirado y dedicado a escribir, su liderazgo histórico tiene un peso indiscutible que, según observadores, está influyendo -a través de sus «reflexiones» de prensa-, en el ritmo y alcance de los cambios de Raúl.
Dos años después de que Fidel Castro cayera enfermo, en La Habana hay más ómnibus y menos consignas revolucionarias, se puede tener celular o DVDs, pero la libra de cerdo, indicador de la economía doméstica, sigue costando igual, señal para los cubanos que la vida poco cambió con Raúl.
«A ese precio (la carne) lleva más de 10 años y así seguirá, enyuntada (enlazada) con el dólar (25 pesos). Cuando los dos bajen, todo empezará a mejorar», asegura José Benito, un carnicero de 65 años, en un agromercado de Marianao, en La Habana.
En la Cuba del 2008, bajo el Gobierno de Raúl Castro hay menos apagones, más transporte público, se reparan calles y redes de agua. Hay fuertes inversiones en el ferrocarril. Son programas iniciados por Fidel antes de enfermar, recuerdan los funcionarios.
«Aquí no hay cambios, hay continuidad», asegura Julián Rodríguez (75), un enérgico dirigente de los Comité de Defensa de la Revolución que, como muchas pancartas de La Habana, cambió sin embargo sus llamados a la batalla política por el logro de la eficiencia económica.
Para María Cruz, oficinista de 54 años, «hay menos presión política, menos agobio». Desde que Raúl tomó el mando, provisional en julio 2006 y como presidente en febrero pasado, no hubo más marchas de un millón de personas y la gente se fue acostumbrando a la ausencia física de Fidel y a sus frecuentes artículos de prensa.
Raúl abrió expectativas al anunciar cambios «estructurales» y levantamiento del exceso de prohibiciones. Los cubanos ya pueden alojarse en un hotel, rentar un auto, comprar computadoras y DVDs, todo en divisas.
«Puedo hacer lo que hace un extranjero, ir a un hotel, alquilar un carro…» dijo Pedro Núñez (51), quien gana 325 pesos (13 dólares) estacionando autos. «Pero lo otro, el costo de la vida, ¡en candela! Los 30 pesos que me aumentaron el mes pasado, se van por otro lado», dice mientras se pone una mano en el bolsillo.
El déficit de medicamentos también aminoró y sus precios siguen siendo bajos. El problema básico está en la alimentación, donde cada familia emplea el 80% de sus ingresos, para una dieta aún deficitaria. Los alquileres, agua, gas y teléfono, son baratos, menos la electricidad.
Cada cubano, incluso los disidentes, reciben una canasta básica muy subsidiada, pero insuficiente. El salario, lo reconoce el Gobierno, no cubre las necesidades básicas.
«El transporte ha mejorado, lo otro no, sigue igual. El que trabaja come, se come, pero no se pueden hacer otras cosas», afirma Nancy Gutiérrez, una doméstica de 58 años, que trabaja en una casa de extranjeros, donde percibe divisas.
Las expectativas que se forjaron en torno al discurso de Raúl y a un proceso de amplia discusión de problemas que el propio gobernante estimuló, comienzan en muchos a disolverse en la espera.
«Inercia, parece que hay muchos cambios, pero no, lo que hay realmente es inercia», asegura María Elena Díaz una profesora universitaria, de 50 años, quien ve a Fidel presente en muchas decisiones.
Más preocupado por lo concreto que por lo teórico, Georbis González, albañil de 34 años, dice ver «la cosa peor». «Lo único mejor las cosas que sacaron a la venta y para eso los DVD se acabaron enseguida, y eso que eran caros, pero lo otro, todo igual, normal. ¡No es fácil!», dice.
Pero José Sánchez, 30 años, técnico medio de transporte, aún tiene esperanzas: «Veo cambios para mejor, pero pequeños y lentos. Va a mejorar la alimentación, pero eso lleva tiempo».
Disidentes y Estados Unidos coinciden en que los cambios son «cosméticos». Raúl asegura que no, y que son para «perfeccionar» el socialismo.