La continuidad del ulular de sirenas estremece. Por cuanto se asocia con el paso de unidades de bomberos y ambulancias policíacas. Las cuales acuden al lugar de los hechos sangrientos, lo mismo que percances automovilísticos o emergencias de toda índole sucedidas en el entorno de la ciudad capital sumamente ensanchada.
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Cuando los linderos citadinos exceden como ahora, ese mismo desarrollo poblacional implica situaciones relativas a hechos fuera de lo común. Acontecimientos que son parte generalizada del diario vivir, que devienen sin duda de dichos fenómenos obligados, empero causantes de cuantiosas tensiones en la actualidad.
Sin embargo, hoy por hoy la temible ola de violencia y delincuencia sin parangón, que abate a la población, deviene en mayor ulular de sirenas. A menudo en sectores considerados de alto riesgo, hacia allá se dirigen presurosas las respectivas ambulancias y demás miembros de la autoridad correspondiente.
Empero, constituye algo que apareja nerviosismo, angustia y ansiedad al vecindario susceptible y predispuesto, por donde circulan el propio día y la noche varias veces. Puesto que de inmediato se vincula con hechos que provocan dolor y lágrimas a familiares de las víctimas cada vez en este mundo cruel y destructor.
Entre el ruido alarmante que contamina a todos sin excepción y nos genera una dosis de psicosis en el acto, destaca precisamente dicho ulular de sirenas. Da la impresión tal asunto que la tranquilidad y seguridad dan aldabonazos en los corazones compungidos y atormentados ya a lo peor en medio de las consiguientes expectativas.
De inmediato el pensamiento veloz remite a imaginarnos que algún connacional y también algún visitante foráneo tuvo algún accidente automovilístico; se embarrancaron en la carretera, sufrió quemaduras o fracturas. Sin que la mente llena de congoja suponga que un nuestro familiar tuvo percance, y por qué no, se encuentra moribundo.
En efecto, la sucesión de este ulular de sirenas conforma un negro presagio dentro de la vorágine tremenda que doblega y mantiene en vilo a los habitantes citadinos. Su constante representa escenas dantescas del terrible caminar de la danza mortal imparable, responsable de tener un giro increíble.
Parece increíble el cambio vertiginoso del cotidiano acontecer en nuestra capital. Se confabulan factores advenedizos que portan la guadaña en sus manos afiladas, sedientas además de segar el don más preciado que es la vida misma. Penetró libremente la cultura del mal hasta en las entrañas por lo visto.
Personas de todas las edades y condición social experimentan sacudidas en su interior, de profunda pena y conmiseración a tiempo de escuchar ese ulular trágico de sirenas, capaz de infundir también pánico y de repente cierta esperanza que los cuerpos beneméritos de bomberos logren salvar a nuestros connacionales.
El diario vivir en nuestra metrópoli siente frustraciones y penalidades incontables al instante de escuchar el ulular de sirenas, cuyo sonido característico pide tácitamente le abran paso. Por cuanto cada minuto transcurrido en medio de la jungla citadina significa un minuto menos de posibilidades de salvar o rescatar personas.
Tanto crecimiento desmedido y carente de control en la capital marca con sobresaltos el cambio de usos y costumbres congruentes con grandes demandas de servicio de las ambulancias. Antaño era un de vez en cuando escucharlas, mientras que en la actualidad se volvió recurrente y dramático.